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Villa había decidido jugar en el Liverpool, pero la grave lesión frenó su salida
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Antonio Sanz

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Villa había decidido jugar en el Liverpool, pero la grave lesión frenó su salida

Transitaban los primeros días del mes de diciembre, año 2011. Después de no jugar ni un minuto contra el Levante y participar del éxito del equipo en

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Villa había decidido jugar en el Liverpool, pero la grave lesión frenó su salida

Transitaban los primeros días del mes de diciembre, año 2011. Después de no jugar ni un minuto contra el Levante y participar del éxito del equipo en los últimos ocho minutos -lo que en baloncesto se denomina el tiempo de la basura- del Santiago Bernabéu, David Villa mascullaba su suerte y suvenida a menos en la plantilla azulgrana. Si diciembre arrancaba de aquella manera, noviembre no le había ido a la zaga: de seis partidos oficiales únicamente completó los noventa minutos en la mitad, siendo en otros dos suplente y en el restante, reemplazado. Las decisiones de Guardiola no casaban con quien, además, era presa fácil del cambio. En su mente se dibujaban las figuras de Samuel Eto’o y Zlatan Ibrahimovic, sacrificados por el sistema de juego y de alineaciones del FC Barcelona. La sombra alargada de Leo Messi se situaba en la cabeza del goleador asturiano, quien arrancaba la segunda temporada plagado de dudas. David, acostumbrado a ser pieza determinante en el Valencia y en la Roja, ocupaba un plano secundario en la película culé. A cualquiera le pasaría si el compañero del eje de ataque es el mejor jugador del mundo, esgrimían aquellos que ajustaban la situación.

Guardiola y Vilanova han entregado el equipo al delantero argentino. Desde la discusión futbolística, su liderazgo, eficacia y desequilibrio en el terreno de juego es atronador, ni un pero. Sin embargo, los modales del ‘10’ sí han sido objeto de debate en los últimos días. El desaire deMessi a Villa ha impactado en la opinión pública, que afea el gesto del ‘crack’ frente a las justificaciones del asturiano, también captadas en imágenes. No es anormal. En cualquier partido te puedes encontrar escenas parecidas con más o menos éxtasis. No obstante, sí han repetido secuencia con cierta frecuencia con Messi como protagonista. Tello y Thiago se han visto también en la diana de la estrella del vestuario. Y es que el chico es así, busca la perfección aún perdiendo la educación. A Guardiola ya le tocó lidiar con dos egos del camerino. Eto’o se convirtió en el primero en advertir la diferencia de trato entre él y el sudamericano. Los mimos y las decisiones tácticas llevaban un beneficiario con nombre y apellido. El camerunés pensó que lo mejor era terminar de hacer las maletas, acción que interrumpió un año antes. Llegó Ibrahimovic, y el sueco se dio cuenta rápidamente de que el eje central del ataque se encomendaba al pequeño jugador argentino. Las charlas explicativas de Pep -de ahí el apodo que el escandinavo le colocó de ‘filósofo’- no convencían a quien era referencia allí por donde pisó. La despedida no se hizo esperar y una de las inversiones más altas en la historia de los traspasos futbolísticos -la operación acarreó para el FC Barcelona algo más de setenta millones de euros- sólo duró una campaña.

David Villa aterrizó tras pagar el conjunto catalán 40 millones de euros al Valencia. Unas semanas más tarde se entrenaba de azulgrana con la vitola de campeón del mundo, tras lo ocurrido en Sudáfrica. Su demarcación se giró a la izquierda, tal y como le acomodó Del Bosque en la Selección. El recurso de Pep para el eje central mantenía el mismo dueño. El estreno se cubrió de manera aceptable en lo deportivo, aunque sin encontrar el espacio que hubiese deseado (o imaginado) para ser feliz. El caso es que su paciencia tocó fondo tras esos primeros días de diciembre y aceleró los contactos con un club que siempre le ha seducido y un estadio que le ha emocionado como espectador: el Liverpool FC y el mítico Anfield.

El año en Liverpool transcurría irritante. La marcha de Fernando Torres no había sido aún digerida ni en el club, ni en el vestuario, ni en la grada. Dalglish no encontraba la hoja de ruta idónea para lograr el despegue del equipo. En el mercado de verano, los del ‘Merseyside’ habían dejado telarañas en la caja fuerte. Damien Comolli, el director deportivo galo que ejecutaba sin rechistar las decisiones del entrenador escocés y mítico delantero ‘red’, reforzó todas las líneas. La portería con Doni, la defensa con José Enrique y Coates, la medular con Henderson y Adam y las bandas con Bellamy y Downing. En enero se habían dejado sesenta millones de libras (unos setenta de euros) en remendar la delantera con los fichajes deLuis Suárez y de Carroll. Si el uruguayo cumplía las expectativas y se ganaba el fervor popular gracias a goles y rendimiento, el delantero inglés, el elegido como relevo de Torres, no rompía y era continuamente sacrificado de las alineaciones de ‘King Kenny’, como se conoce en Anfield al histórico Dalglish. La presencia de Pepe Reina, uno de los líderes del vestuario y auténtica referencia para la afición, colmaba las vacilaciones del asturiano. La amistad entre Reina y Villa es tan verdadera que sienten auténtica devoción mutua. Es el eslabón que terminaba de acercarle hasta el noroeste de Inglaterra. El Liverpool FC asumía que en ese próximo mercado de invierno se obligaba a optar a reforzarse y a dar salida al ‘9’ ex del Newcastle. Era la última bala que se jugaba un cada día más cuestionado Comolli.

La decisión de Villa estaba tomada y sólo faltaba comunicarla, si bien, se consideró que el momento idóneo era a la conclusión del Mundial de Clubes para no importunar el asalto colectivo a otro trofeo. Sin embargo, el 15 de diciembre, la tibia de David saltó por los aires en Yokohama y en Japón, en ese duelo frente Al Saad, saltaron por los aires las intenciones del goleador. En ese fatídico minuto 38, el estrés acumulado en la articulación privó cualquier movimiento ulterior, que tampoco importunaba en las oficinas del Camp Nou. El FC Barcelona y, también su entrenador, Pep Guardiola estimaban como prescindible al jugador español.

Transitaban los primeros días del mes de diciembre, año 2011. Después de no jugar ni un minuto contra el Levante y participar del éxito del equipo en los últimos ocho minutos -lo que en baloncesto se denomina el tiempo de la basura- del Santiago Bernabéu, David Villa mascullaba su suerte y suvenida a menos en la plantilla azulgrana. Si diciembre arrancaba de aquella manera, noviembre no le había ido a la zaga: de seis partidos oficiales únicamente completó los noventa minutos en la mitad, siendo en otros dos suplente y en el restante, reemplazado. Las decisiones de Guardiola no casaban con quien, además, era presa fácil del cambio. En su mente se dibujaban las figuras de Samuel Eto’o y Zlatan Ibrahimovic, sacrificados por el sistema de juego y de alineaciones del FC Barcelona. La sombra alargada de Leo Messi se situaba en la cabeza del goleador asturiano, quien arrancaba la segunda temporada plagado de dudas. David, acostumbrado a ser pieza determinante en el Valencia y en la Roja, ocupaba un plano secundario en la película culé. A cualquiera le pasaría si el compañero del eje de ataque es el mejor jugador del mundo, esgrimían aquellos que ajustaban la situación.

David Villa Liverpool FC