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El ADN de una Selección española cada vez más a la carta
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Antonio Sanz

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El ADN de una Selección española cada vez más a la carta

Ni debilidad ni soberbia, se defendía el seleccionador en la presentación del amistoso frente a Alemania. “Más compromiso”, respondía con firmeza y con la seguridad de

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Ni debilidad ni soberbia, se defendía el seleccionador en la presentación del amistoso frente a Alemania. “Más compromiso”, respondía con firmeza y con la seguridad de a quien le sobra Sergio Ramos en Radio Marca. La gestión, en este asunto claramente autogestión, de Diego Costa y Cesc Fábregas, admitida por el cuerpo técnico de la Roja, ha defraudado a más de un integrante del núcleo duro. La voz la sigue poniendo el mismo. El capitán en la sombra. El sujeto que se emociona cuando se viste de rojo. Aquel que siente con orgullo ser el más joven futbolista español en atravesar la barrera centenaria. El mismo que desde que tenía 19 años respira y contagia esa energía de sentirse feliz cada vez que suma un partido. Por eso, está más que legitimado para quejarse de la falta de contundencia de un seleccionador que huye de los problemas y que hace de la anarquía una virtud. Del Bosque, como máximo responsable, es quien consiente que primero Piqué, después Costa y más tarde Fábregas se tomen la Selección a la carta. Por encima, la misma que acelera para engatusar a los jugadores en sus lugares de residencia, otea en silencio el paisaje deprimente que ofrece el consentido comportamiento de algunos de los miembros del clan.

Hubo un tiempo, conLuis Aragonésy también con Vicente del Bosque, en que los jugadores estaban deseando acudir a la llamada de la Roja. Incluso, alguno alcanzaba la concentración lesionado y aprovechaba los servicios médicos de la Federación para recuperarse. Eran los años donde se encadenaban las victorias, donde se conjugaba más la palabra equipo que selección. El colectivo se sentía fuerte y unido porque casi siempre repetían los mismos. Era como una reunión de fin de semana donde los amigos se concentraban para contarse las cuitas vividas durante la semana de trabajo. En el camino pocos baches y un sinfín de solidaridad y armonía con aquel que mostraba un rictus de preocupación. Quizá por todo esto, el actual seleccionador estimó que el grupo ya era un clan y que todos debían recibir la recompensa de despedirse en Brasil. Después llegaría la transición, dulce en algún puesto, amarga en otros, que ahora afrontamos. Mientras, los esfuerzos por aunar voluntades siguen un peculiar tránsito.

Diego Costa se convirtió en una solución que derivó en un problema. Nunca resultó de comportamiento aunque algunos sí discutían su aportación a la variante de cambiar el juego. El curioso debate se instaló en la opinión pública más por su adaptación al once que por su currículum de goles. A pocos importaba que hubiese declarado amor eterno a su país de nacimiento y que gracias al vacío que sintió y a la escasa consideración recibida cuando vistió la ‘verdeamarelha’ terminara rindiéndose a España. Desde el Atleti le convencieron para el cambio de patria y desde la FEF ejecutaron el refuerzo. Y Del Bosque, tan contento. Sin embargo, los goles han tardado en llegar y las absurdas dudas se cebaron en su crédito. Lo que nadie duda es de su renovado compromiso. Lo que ofrece más dudas es su ánimo frente a Mourinho. El mismo que torpedea cada citación. El mismo que ha conseguido convencer a Costa que para recuperar el pubis la única solución es parar.

Así lo escuchó Toni Grande de boca del delantero y éste así se lo trasladó al jefe. La alineación en los dos partidos de octubre -ante Luxemburgo no estaba prevista pero la falta de goles provocó la titularidad- enervó al técnico del Chelsea. Costa jugó casi los dos partidos completos y sólo el tanto que llegó en el minuto 70 provocó el cambio en el 80’. El seleccionador, que repudia los líos, estimó que para Bielorrusia lo mejor era la prudencia que conduce al descanso. Se justificó apoyándose en los médicos de la Roja. El chico había sido claro, “yo quiero ir, pero aquí me dicen que tengo que parar”. El técnico, para no quedarse con el molde como le sucedió con el ‘caso Piqué’, ya advirtió que Diego jugaría ese fin de semana. Y tanto que jugó. Aguantó hasta el descuento. El cambio llegó para perder tiempo. Uno-cero para ‘Mou’.

El dos-cero no tardó en llegar. Sólo veinticuatro horas después de la publicación de la lista de convocados, en la zona de Prensa de Anfield en Liverpool, el portugués advirtió de la dolencia de Fábregas, que había completado todos los minutos del partido. Trasladó que eran unas molestias musculares, pero rápidamente objetivó el predicado “que le impedirán jugar con España”. Dicho y hecho. Viaje fugaz a Las Rozas y ni un riesgo para el jugador del Chelsea. Cesc recordaba con contrariedad su marcha de Luxemburgo tras quedarse todo el partido en el banquillo. Era una vez más el señalado por la derrota ante Eslovaquia. De los seis puestos ofensivos del equipo, cinco repitieron (Busquets, Koke, Iniesta, Silva y Costa) y sólo Fábregas dejó el sitio a Alcácer. Si meses antes le explicaban en Londres que con Ramos e Iniesta eran los elegidos para tirar del grupo en esta transición, la primera curva lo dejaba aparcado en la cuneta.

Piqué se convirtió en el primer amago de marcha y posterior retorno. Con ínfulas divinas abandonó Brasil para volar en avión privado con destino desconocido jurándose no retornar a la Roja. Se sentía maltratado por la dirigencia deportiva. Sin embargo, un par de meses después lo convencieron para recuperar el puesto de central. Pidió tiempo. Se lo concedieron. No participó ni en París ni en Valencia ante Macedonia, pero sí con el Barça. El seleccionador lo mantiene, lo alaba y lo defiende frente a las críticas por sus pueriles comportamientos lejos del césped. Es intocable para la causa.

España afronta un duelo muy asequible ante Bielorrusia. Hasta ahora, una derrota en tres partidos. Sin embargo, con la clasificación para Francia’16 más sencilla que en otras fases anteriores, la Roja afronta el choque con la sombra de que dos compañeros se han borrado. Ese mensaje externo, pero de claro calado interno, de Ramos es una reivindicación al compromiso o como él dice, al adn que debe unificarse con club y selección. Esa genética que reclama para todos es un zarandeo a quien se siente capaz de estar ayer con España, hoy ocupar el sofá de su salón y mañana, gracias al rendimiento de juego o goles, incluirse nuevamente como miembro básico del clan. Las proféticas palabras de Mourinho sobre sus dos jugadores aportan demasiada sospecha al asunto. Esta vez, los que mandan, también han salido señalados.

Ni debilidad ni soberbia, se defendía el seleccionador en la presentación del amistoso frente a Alemania. “Más compromiso”, respondía con firmeza y con la seguridad de a quien le sobra Sergio Ramos en Radio Marca. La gestión, en este asunto claramente autogestión, de Diego Costa y Cesc Fábregas, admitida por el cuerpo técnico de la Roja, ha defraudado a más de un integrante del núcleo duro. La voz la sigue poniendo el mismo. El capitán en la sombra. El sujeto que se emociona cuando se viste de rojo. Aquel que siente con orgullo ser el más joven futbolista español en atravesar la barrera centenaria. El mismo que desde que tenía 19 años respira y contagia esa energía de sentirse feliz cada vez que suma un partido. Por eso, está más que legitimado para quejarse de la falta de contundencia de un seleccionador que huye de los problemas y que hace de la anarquía una virtud. Del Bosque, como máximo responsable, es quien consiente que primero Piqué, después Costa y más tarde Fábregas se tomen la Selección a la carta. Por encima, la misma que acelera para engatusar a los jugadores en sus lugares de residencia, otea en silencio el paisaje deprimente que ofrece el consentido comportamiento de algunos de los miembros del clan.

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