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El ambiguo laberinto que persigue a Del Bosque
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Antonio Sanz

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El ambiguo laberinto que persigue a Del Bosque

El programa del buen empleado obliga al protagonista a una larga cambiada. Será cuando al presidente Ángel María Villar le venga bien, no cuando Del Bosque quiera

Foto: Vicente del Bosque, durante el Italia-Francia disputado en París. (REUTERS)
Vicente del Bosque, durante el Italia-Francia disputado en París. (REUTERS)

La manera de perder o de encajar la derrota se maneja en función del sentimiento particular de cada ser. Esta misma semana hemos comprobado diferentes opciones, todas respetables, pero bien distintas en el concepto. Así observamos al que decide marcharse sin miramientos -el seleccionador de Inglaterra-; al que proclama su capitulación -Messi-; o al que aplaza el adiós por deseo de un tercero -Del Bosque-. En el primer caso, Roy Hodgson no contaba con más plazo de alargue tras caer eliminado frente a Islandia. Perder el partido frente a un adversario inferior no dejaba otra opción al veterano técnico inglés. En el segundo, la tercera derrota en una final en tres años amargó al mejor futbolista del planeta. A las sufridas en el Mundial de Brasil y en la anterior Copa América, debemos añadir la centenaria de Estados Unidos. Al final, el esfuerzo de tantos por argentinizar al argentino no cuaja entre gran parte del pueblo, que continúa señalando con inquina a quien no ven como a uno de los suyos. Saben que es el mejor, pero lo sienten lejos. En el tercer caso, el programa del buen empleado obliga al protagonista a una larga cambiada. Será cuando a Villar le venga bien, no cuando Del Bosque quiera.

Foto: Del Bosque habla con Piqué durante el España-República Checa. (EFE) Opinión

La Selección tocó fondo en esta Eurocopa tras completar otra fase final decepcionante. La realidad, salpicada con destellos de buen juego, es que se ganó a la República Checa -último del grupo- en el minuto 87, se superó con la mejor cara a Turquía -que no pudo meterse entre los cuatro mejores terceros- y se cayó ante una Croacia que se enfrentó a España otorgando descanso a cinco titulares. Ante Italia, se ofreció la peor imagen del torneo: muy inferior en la primera parte, pobre reacción tras el descanso y un impulso final insuficiente. Las conclusiones finales se resumen en una frase de Gerard Piqué, el jugador español más regular del campeonato: “no tenemos el nivel de antes”. Y esto es sencillamente lo que pasa: la sombra del mejor Casillas sigue siendo alargada; el carisma de Puyol no ha encontrado relevo; nadie ejecuta el juego como hicieron Xavi y/o Xabi; y ninguno se ha hecho propietario de una poderosa ración de goles en los días importantes, como en su momento lograron Villa y Torres, a la sazón primer y tercer máximos goleadores de la historia de la Roja. Claramente, pocos restarán la razón a Piqué.

El idilio entre el cargo y la persona acabó pronto para Vicente del Bosque. Tras el segundo éxito en Kiev, el seleccionador ya meditó tomarse un respiro tras cuatro años de tanta agitación. Los trofeos eliminaron cualquier tinte de presión popular por lo que la duda quedó disipada con el tránsito de la euforia. Rápidamente había que ponerse a pensar en el reto de defender corona en Brasil. Sin embargo, para este torneo llegaron las decisiones más comprometidas. Al seleccionador le tocaba renovar al grupo, pero también ese ejercicio de lealtad al campeón le privaba de desatarse las manos. Optó por no revolucionar a la manada y por mantener el armazón general. Los resultados no resultaron óptimos y Vicente consideró que igual que algunos de los campeones, él, también campeón, debía retirarse a sus aposentos. Pero entre todos mataron la idea y ella solita se murió. Ni Villar, ni los empleados de la FEF, mucho menos su cuerpo técnico, ni siquiera las amistades más próximas, pocos (muy pocos) animaron al entrenador a despedirse. Te mereces otra oportunidad le reiteraron hasta dejarse convencer…y continuar. Ya con varias aristas que corregir.

Foto: El partido contra Italia será su último como seleccionador (Charles Platiau/Reuters).

El paso de los días hizo ver a Del Bosque que lo mejor hubiera sido marcharse tras Brasil. Y a ese convencimiento llegó cuanto más se acercó Francia. Antes de la Eurocopa nos hemos encontrado con un seleccionador desconocido: inquieto, nervioso, devolviendo sin ambages la crítica recibida, saltando como un resorte a cuantas afrentas vivía. Muy pocas veces anteriormente le habíamos visto al ataque, endureciendo el habitual discurso afable y rutinario. Hasta decidió repartir carnets entre los periodistas de hombre bueno y de hombre malo apoyado en aquella particular garlopa. No era el Vicente de poner la otra mejilla. El hombre tranquilo no encontraba la calma. Quizá preso del cargo. Quizá oprimido por una mala elección, la de seguir. Quizá porque tampoco ha tenido libertad ni para decir adiós.

En la biografía ‘Ganar o perder. La fortaleza emocional’, Del Bosque sintetiza su pensamiento: “si todo se desarrolla normalmente, después de la Eurocopa dejaré la Selección y la Federación. Serán ocho años como seleccionador y no es mi intención aferrarme al cargo”. Y a fe que lo cree. Sin embargo, con el ciclo agotado, con claras señales de cansancio, con cierto hastío, con un profundo disgusto y hasta fastidiado por lo ocurrido, la lealtad a las personas impera por encima de cualquier sentimiento propio. Por eso, camina por un laberinto que él mismo se ha construido. La ambigüedad preside una decisión que es prisionera de una palabra. Ahora, Vicente no puede proclamar el único deseo que requiere: marcharse de una vez. Del Bosque sigue en manos de Villar. Un presidente que desconoce su propio futuro, pero que retiene el presente de quien debió ser contundente tras caer ante Italia.

Foto: Del Bosque, con Casillas al fondo, durante el partido de España contra Italia en París. (EFE) Opinión

El calendario dicta que hasta mediados de julio no se tomará una decisión oficial por el desgobierno que preside la Federación Española de Fútbol, con elecciones por el poder en el horizonte. La falta de un entrenador de consenso -Luis y Vicente llegaron con el beneplácito nacional- dispara los criterios del relevo. Ninguno de los aspirantes convence plenamente porque no es igual alcanzar el cargo tras un éxito que tras un repetido desconsuelo. La fase de clasificación del Mundial de Rusia’18 está a la vuelta de la esquina. A Del Bosque no le quedan fuerzas para más, sólo para negarse ante Villar. Es elogiable el sentido de lealtad, pero el agradecimiento eterno que merece su figura puede ensuciarse un poco más a poco que siga caminando por un laberinto que para él transcurre sin sentido.

La manera de perder o de encajar la derrota se maneja en función del sentimiento particular de cada ser. Esta misma semana hemos comprobado diferentes opciones, todas respetables, pero bien distintas en el concepto. Así observamos al que decide marcharse sin miramientos -el seleccionador de Inglaterra-; al que proclama su capitulación -Messi-; o al que aplaza el adiós por deseo de un tercero -Del Bosque-. En el primer caso, Roy Hodgson no contaba con más plazo de alargue tras caer eliminado frente a Islandia. Perder el partido frente a un adversario inferior no dejaba otra opción al veterano técnico inglés. En el segundo, la tercera derrota en una final en tres años amargó al mejor futbolista del planeta. A las sufridas en el Mundial de Brasil y en la anterior Copa América, debemos añadir la centenaria de Estados Unidos. Al final, el esfuerzo de tantos por argentinizar al argentino no cuaja entre gran parte del pueblo, que continúa señalando con inquina a quien no ven como a uno de los suyos. Saben que es el mejor, pero lo sienten lejos. En el tercer caso, el programa del buen empleado obliga al protagonista a una larga cambiada. Será cuando a Villar le venga bien, no cuando Del Bosque quiera.

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