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Dios y el diablo en las calles de Mónaco
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Javier Rubio

Dentro del Paddock

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Dios y el diablo en las calles de Mónaco

Desde 1984 a 1993, solo dos pilotos ganaron todas y cada una de las ediciones del  Gran Premio de Mónaco: Alain Prost y Ayrton Senna. Pero

Desde 1984 a 1993, solo dos pilotos ganaron todas y cada una de las ediciones del  Gran Premio de Mónaco: Alain Prost y Ayrton Senna. Pero en 1988 ambos se enfrentaron por primera vez con idénticos monoplazas. El brasileño, recién llegado a McLaren, quería destronar a Prost, líder indiscutible del equipo durante años y doble campeón del mundo. Senna era consciente de que su futuro éxito  pasaba por monopolizar la atención del equipo y de Honda. En Mónaco, Prost ya había ganado en tres ocasiones: era el mejor terreno para machacar a su compañero de equipo.

 

Durante el invierno anterior, Ayrton Senna se encontró en un centro de entrenamiento en Austria a un antiguo piloto del equipo, el norirlandés John Watson. Este se atrevió a darle un consejo: “Tómate tu tiempo para adaptarte. McLaren es, por encima de todo, el equipo de Alain Prost”. Watson se quedó asombrado por la respuesta de Senna: “Voy a ganarle, e inmediatamente”. La mejor muestra de las intenciones que siempre albergó el brasileño.

 

Y llegó la sesión de entrenamientos finales de aquel gran premio. En los últimos minutos de la sesión Alain Prost había logrado un tiempo extraordinario y la pole provisional. Se bajó del monoplaza satisfecho y atendió a los periodistas, que se le acercaron casi dando la sesión por terminada. Pero Senna comenzó una tanda imparable. Sus tiempos empezaron a caer de manera increíble vuelta tras vuelta. Cuando paró en boxes, nadie daba crédito. El brasileño había mejorado el crono de Prost en 1.4 segundos, algo inconcebible entre dos “cracks” de semejante calibre. El Ferrari de Berger parecía un fórmula 3, a 2.6 segundos. Prost sufrió una dura humillación. El primer objetivo estaba logrado.

 

En estado de trance

 

Sin embargo, había una explicación para aquella frenética tanda que le había otorgado la pole. Dentro del casco de Senna había tenido lugar una intensa experiencia que el brasileño después daría forma en palabras: “Recuerdo que corría más y más deprisa en cada vuelta. Ya había conseguido la pole por unas décimas de segundo, luego por medio segundo, después por casi un segundo y, al final, por más de un segundo. En aquel momento me di cuenta, de repente, que estaba pasando los límites de la consciencia”.

 

En la profundidad de la concentración más intensa que exige Mónaco, Senna, literalmente, cayó en trance, se “colgó”, y vivió una experiencia interior que le dejó marcado: “Tuve la sensación de que estaba en un túnel, el circuito, para mí, era sólo un túnel. En ese momento me sentí vulnerable. Había establecido mis propios límites y los del coche, límites que jamás había alcanzado. Aún mantenía el control, pero no estaba seguro de lo que estaba sucediendo exactamente: yo corría... y corría... Fue una experiencia espantosa. De repente me di cuenta de que aquello era demasiado. Fui despacio hacia los boxes y me dije a mí mismo que aquel día no regresaría a la pista. Fue una experiencia que nunca más se repitió con tanta intensidad, y deliberadamente, no volví a permitirme llegar tan lejos”.

 

En la carrera, Senna salió en cabeza y Gerhard Berger adelantó a Prost hasta la vuelta 54, en la que finalmente se deshizo del austríaco. Senna, en aquellos momentos, contaba con 50 segundos de ventaja sobre el francés. Tenía la carrera absolutamente ganada a falta de 24 vueltas para terminar. Entonces, ocurrió lo inesperado. Prost, consciente de que poder alcanzar a Senna, atacó en el único flanco posible: el orgullo. Prost comenzó a rodar dos segundos más rápido para presionar desde la distancia a Senna. El brasileño se “picó”, comenzó a aumentar su ritmo y ambos entraron en un fantástico “toma y daca” en la distancia.

 

Dios y el diablo

 

A Prost solo le restaba provocar un error de Senna, altamente improbable vista su exhibición de los entrenamientos. Pero de forma inaudita, y ante la sorpresa general, a Senna le falló la intensa  concentración que el día anterior le llevó a cotas espectaculares. A la entrada del túnel, a pocas vueltas del final, se le escapó el coche contra los raíles y la victoria hacia su gran rival. Se quitó el casco y con el gesto demacrado y la cabeza agachada, se fue andando a su apartamento, a pocos metros del lugar del accidente.  

 

Si durante los entrenamientos Senna se asustó al cruzar la raya de la cordura, aquel error desencadenó en él una crisis, fruto de su forma extrema de entender la competición.  Solo así pueden entenderse las palabras con las que intentó explicar las consecuencias de aquel fiasco: “El accidente me dio mucho que pensar, me hice muchas preguntas. Aquello no fue sólo un error de pilotaje. Era el resultado de una lucha interna que me paralizaba y me convertía en invulnerable. Tenía un camino hacia Dios y otro hacia el diablo. El accidente sólo fue una señal de que Dios estaba allí esperándome para darme la mano. Mi familia y yo salimos confortados gracias a aquel accidente, y yo aumentada mi fe y mi energía espiritual”. Demasiado para el ambiente mundano y pragmático de la Fórmula 1. Pero así era Ayrton Senna.

Desde 1984 a 1993, solo dos pilotos ganaron todas y cada una de las ediciones del  Gran Premio de Mónaco: Alain Prost y Ayrton Senna. Pero en 1988 ambos se enfrentaron por primera vez con idénticos monoplazas. El brasileño, recién llegado a McLaren, quería destronar a Prost, líder indiscutible del equipo durante años y doble campeón del mundo. Senna era consciente de que su futuro éxito  pasaba por monopolizar la atención del equipo y de Honda. En Mónaco, Prost ya había ganado en tres ocasiones: era el mejor terreno para machacar a su compañero de equipo.

 

Durante el invierno anterior, Ayrton Senna se encontró en un centro de entrenamiento en Austria a un antiguo piloto del equipo, el norirlandés John Watson. Este se atrevió a darle un consejo: “Tómate tu tiempo para adaptarte. McLaren es, por encima de todo, el equipo de Alain Prost”. Watson se quedó asombrado por la respuesta de Senna: “Voy a ganarle, e inmediatamente”. La mejor muestra de las intenciones que siempre albergó el brasileño.

 

Y llegó la sesión de entrenamientos finales de aquel gran premio. En los últimos minutos de la sesión Alain Prost había logrado un tiempo extraordinario y la pole provisional. Se bajó del monoplaza satisfecho y atendió a los periodistas, que se le acercaron casi dando la sesión por terminada. Pero Senna comenzó una tanda imparable. Sus tiempos empezaron a caer de manera increíble vuelta tras vuelta. Cuando paró en boxes, nadie daba crédito. El brasileño había mejorado el crono de Prost en 1.4 segundos, algo inconcebible entre dos “cracks” de semejante calibre. El Ferrari de Berger parecía un fórmula 3, a 2.6 segundos. Prost sufrió una dura humillación. El primer objetivo estaba logrado.

 

En estado de trance

 

Sin embargo, había una explicación para aquella frenética tanda que le había otorgado la pole. Dentro del casco de Senna había tenido lugar una intensa experiencia que el brasileño después daría forma en palabras: “Recuerdo que corría más y más deprisa en cada vuelta. Ya había conseguido la pole por unas décimas de segundo, luego por medio segundo, después por casi un segundo y, al final, por más de un segundo. En aquel momento me di cuenta, de repente, que estaba pasando los límites de la consciencia”.

 

En la profundidad de la concentración más intensa que exige Mónaco, Senna, literalmente, cayó en trance, se “colgó”, y vivió una experiencia interior que le dejó marcado: “Tuve la sensación de que estaba en un túnel, el circuito, para mí, era sólo un túnel. En ese momento me sentí vulnerable. Había establecido mis propios límites y los del coche, límites que jamás había alcanzado. Aún mantenía el control, pero no estaba seguro de lo que estaba sucediendo exactamente: yo corría... y corría... Fue una experiencia espantosa. De repente me di cuenta de que aquello era demasiado. Fui despacio hacia los boxes y me dije a mí mismo que aquel día no regresaría a la pista. Fue una experiencia que nunca más se repitió con tanta intensidad, y deliberadamente, no volví a permitirme llegar tan lejos”.

 

En la carrera, Senna salió en cabeza y Gerhard Berger adelantó a Prost hasta la vuelta 54, en la que finalmente se deshizo del austríaco. Senna, en aquellos momentos, contaba con 50 segundos de ventaja sobre el francés. Tenía la carrera absolutamente ganada a falta de 24 vueltas para terminar. Entonces, ocurrió lo inesperado. Prost, consciente de que poder alcanzar a Senna, atacó en el único flanco posible: el orgullo. Prost comenzó a rodar dos segundos más rápido para presionar desde la distancia a Senna. El brasileño se “picó”, comenzó a aumentar su ritmo y ambos entraron en un fantástico “toma y daca” en la distancia.

 

Dios y el diablo

 

A Prost solo le restaba provocar un error de Senna, altamente improbable vista su exhibición de los entrenamientos. Pero de forma inaudita, y ante la sorpresa general, a Senna le falló la intensa  concentración que el día anterior le llevó a cotas espectaculares. A la entrada del túnel, a pocas vueltas del final, se le escapó el coche contra los raíles y la victoria hacia su gran rival. Se quitó el casco y con el gesto demacrado y la cabeza agachada, se fue andando a su apartamento, a pocos metros del lugar del accidente.  

 

Si durante los entrenamientos Senna se asustó al cruzar la raya de la cordura, aquel error desencadenó en él una crisis, fruto de su forma extrema de entender la competición.  Solo así pueden entenderse las palabras con las que intentó explicar las consecuencias de aquel fiasco: “El accidente me dio mucho que pensar, me hice muchas preguntas. Aquello no fue sólo un error de pilotaje. Era el resultado de una lucha interna que me paralizaba y me convertía en invulnerable. Tenía un camino hacia Dios y otro hacia el diablo. El accidente sólo fue una señal de que Dios estaba allí esperándome para darme la mano. Mi familia y yo salimos confortados gracias a aquel accidente, y yo aumentada mi fe y mi energía espiritual”. Demasiado para el ambiente mundano y pragmático de la Fórmula 1. Pero así era Ayrton Senna.

Fórmula 1 Alain Prost