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Cuando la mano de Dios hizo ganar a Ferrari
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Javier Rubio

Dentro del Paddock

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Cuando la mano de Dios hizo ganar a Ferrari

“En Ferrari, la victoria más hermosa es la siguiente”. Así se expresaba el viejo ‘Commendatore’ en 1986, con ochenta y ocho años. Si viviera hoy, Enzo

“En Ferrari, la victoria más hermosa es la siguiente”. Así se expresaba el viejo ‘Commendatore’ en 1986, con ochenta y ocho años. Si viviera hoy, Enzo Ferrari esperaría con el mismo espíritu el triunfo en el próximo Gran Premio de Italia, donde Fernando Alonso necesita imperiosamente una victoria. Por sus aspiraciones al título, pero también porque nada hay comparable en la Fórmula 1 como la victoria de un Ferrari en Monza. Y ninguna, como la de aquella emotiva edición de 1988, pocos días después del fallecimiento de su fundador.

 

Cuando ‘Il Commendatore’ pronunciaba aquellas palabras, el último triunfo de sus monoplazas en Monza se remontaba a nueve años atrás con el doblete de Jody Scheckter y Gilles Villeneuve. Pero Enzo Ferrari no disfrutaría de otro en la pista italiana, porque murió a las siete de la mañana de un 14 de agosto de 1988.

Ferrari, arrinconada por los equipos británicos

 

Durante aquella década, la Scuderia había perdido la batalla frente a los constructores ingleses, a los que el propio Enzo denominaba despectivamente "garajistas". En el mismo año de su fallecimiento, McLaren humillaba a todos sus rivales, incluido Ferrari. La combinación de sus pilotos (Senna y Prost) y de su monoplaza (el Mp4/4) dominaba como nadie lo ha logrado hasta el presente. Al llegar a Monza, el equipo británico había ganado las once pruebas anteriores, y nadie parecía poder impedir que Ron Dennis se llevara todos los trofeos de la temporada a Woking.

Aquel 11 de septiembre de 1988, el primer Gran Premio de Italia sin Enzo Ferrari, el circuito estaba repleto de pancartas en recuerdo del ‘Old Man’. Su espíritu sobrevolaba en un entorno único para fundir historia y leyenda, un paisaje donde la pasión de los tifosi traslada una carrera automovilística a otra dimensión. Y a pesar de la resignación ante el dominio de McLaren, el circuito había cosechado una de las mejores entradas de los últimos años.

Como estaba previsto, Ayrton Senna logró la pole con medio segundo de ventaja sobre Prost en los entrenamientos. Para colmo, en la primera vuelta de reconocimiento previa a la carrera, Gerhard Berger vio cómo se bloqueaba el pedal del acelerador de su Ferrari. Los mecánicos no pudieron resolver el problema a tiempo y el austríaco tuvo que subirse al tercer monoplaza, el muleto (coche de reserva), frecuentemente no tan “fino” en la puesta a punto como el coche de carrera.

“Desde arriba, 'Il Drake' os ve”

Como estaba previsto, los dos McLaren se perdieron en el bosque del Autódromo de Monza tan pronto como se dio la salida. Los Ferrari de Berger y Alboreto les seguían como podían en una lejana distancia. Todo apuntaba hacia otra soporífera carrera como otras tantas de aquella temporada. De repente, el motor de Prost expiró en la vuelta 35. Pero los Ferrari rodaban a casi medio minuto de Ayrton Senna, quien seguía lanzado hacia una victoria que prácticamente le aseguraba el título. A pesar de ello, Berger y Alboreto aumentaron desesperadamente su ritmo en los compases finales de la prueba a pesar del riesgo de quedarse tirados sin combustible.

Y de repente, un inesperado golpe de efecto. A dos vueltas del banderazo final, el brasileño llegó lanzado a la primera chicane, justo a la estela del Williams de Jean Louis Schlesser, que debutaba en Fórmula 1 con treinta y cinco años. Senna, fiel a su estilo, apabullaba a los doblados, quienes se apartaban de su camino con la simple vista de su casco amarillo. Tampoco en esta ocasión levantó el pie, pendiente de la presión de los Ferrari. El francés se quitó nerviosamente de en medio pero, al recuperar su trazada golpeó involuntariamente en el lateral del McLaren, con tan mala suerte que este quedó inmovilizado con la panza sobre un piano, en el mismo borde de la pista.

Y Monza se vino abajo

En Monza estalló un clamor increíble. Los Ferrari rodaron dos vueltas en cabeza en un ambiente inenarrable. La entrega de trofeos en el podio fue apoteósica. Por contrato, Ron Dennis exigía a sus pilotos las copas de la victoria, y en las vitrinas de la sede en Gran Bretaña reposan todos los de aquella temporada triunfal. Todos, excepto los del Gran Premio de Italia.

Entre los cientos de pancartas de los tifosi, justo a la salida de aquella chicane en la que reposaba el coche de Ayrton Senna, había una que rezaba: “Berger, Alboreto, lassu Il Drake vi guarda” (Berger, Alboreto, desde arriba Il Drake (Ferrari) os ve)”. El brasileño, de profunda religiosidad, aceptó aquel desenlace como parte de un destino inevitable: “ahí arriba alguien ha querido que ganaran ellos…”, declaró al final de la carrera.

Este próximo fin de semana, Fernando Alonso también querrá tener a su lado ese mismo espíritu que sobrevoló sobre las tribunas del Autódromo de Monza, en aquel inolvidable 11 de septiembre de 1988.

“En Ferrari, la victoria más hermosa es la siguiente”. Así se expresaba el viejo ‘Commendatore’ en 1986, con ochenta y ocho años. Si viviera hoy, Enzo Ferrari esperaría con el mismo espíritu el triunfo en el próximo Gran Premio de Italia, donde Fernando Alonso necesita imperiosamente una victoria. Por sus aspiraciones al título, pero también porque nada hay comparable en la Fórmula 1 como la victoria de un Ferrari en Monza. Y ninguna, como la de aquella emotiva edición de 1988, pocos días después del fallecimiento de su fundador.

Fernando Alonso Fórmula 1