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El Gran Premio de Mónaco, la cuerda y la piedra
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Javier Rubio

Dentro del Paddock

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El Gran Premio de Mónaco, la cuerda y la piedra

“No hay un sitio como este, y cuando ganas en Montecarlo, sabes que has hecho algo muy especial”. Qué piloto no estará de acuerdo con estas

Foto: El Gran Premio de Mónaco, la cuerda y la piedra
El Gran Premio de Mónaco, la cuerda y la piedra

“No hay un sitio como este, y cuando ganas en Montecarlo, sabes que has hecho algo muy especial”. Qué piloto no estará de acuerdo con estas palabras, especialmente, aquellos privilegiados que han saboreado el singular triunfo del Gran Premio de Mónaco ¿Por qué resulta tan especial correr y, sobre todo, triunfar en esta pista?

Jochen Rindt utilizaba la imagen de una piedra atada al final de una cuerda como imagen para ilustrar lo que representaba tomar una curva a bordo de un Fórmula 1. Es la piedra, el monoplaza, la que golpeará fácilmente contra un objeto inmóvil al moverse la cuerda. En ningún otro circuito resulta tan acertada la comparación de Rindt como entre los raíles de Mónaco, donde en la curva del Casino por ejemplo, es posible escuchar  el “tiiiinngg” de un neumático  cuando “acaricia”, roza el abismo de los raíles.

El límite, la trampa de Mónaco

Porque en Mónaco se baila sobre el alambre sin  margen para el error, equilibrando pasos de velocidad, precisión y agresividad. “La gente dice que el coche tiene todo que ver”, explica Lewis Hamilton sobre este trazado donde ganó en 2008, “pero algunos son capaces de sacar algo más que el resto. El piloto con el corazón,  las p…... y talento más grandes debe estar delante aquí si las cosas le salen bien”. En una disciplina donde la sofisticación de la máquina ha restado terreno al factor humano,  el talento y el coraje marcan todavía diferencias en esta pista.

Los pilotos necesitan una singular adaptación de los sentidos en los primeros giros. “Ir poco a poco encontrando el límite y, sobre todo, no cometer errores”, explica Pedro Martínez de la Rosa. “Cuando chocas luego tienes que empezar de cero e ir cogiendo el ritmo otra vez. Siempre digo que en Mónaco los cambios de reglajes se hacen por la noche, de día se rueda y punto”, explica el piloto catalán.

El secreto radica en  pedirle más y más a tu monoplaza sin llegar a cruzar ese límite fatal, como le ocurriera a Fernando Alonso en 2010 (“el exceso de confianza”, según Montezemolo). “Confiar en tu coche, y no ir más allá de tus posibilidades” es el consejo de Alain Prost, “no ir siempre al límite, sino solo en función de las circunstancias”.

Nadie mejor que su archirrival Ayrton Senna para atestiguarlo, quien sí se detuvo ante el precipicio, asustado, en aquella famosa sesión de entrenamientos de 1988, cuando sintió que su subconsciente había tomado los mandos del monoplaza mientras sacaba casi dos segundos al francés. Pero al día siguiente se estrelló ante el Túnel cuando marchaba en cabeza con casi cuarenta segundos de ventaja frente a Prost.

Cuando se cambiaba como Dios manda

Porque en Mónaco, en Le Mans o  Indianápolis, se trata de batir a los rivales, pero sobre todo al propio circuito. “Es más exigente mentalmente que la propia habilidad para pilotar”, explica Jackie Stewart. “Algunos pilotos tienen problemas para mantener la concentración durante dos horas”, apunta Prost. “Y en nuestra época se cambiaba como Dios manda”, es decir, manualmente, explicaba Keke Rosberg, campeón del mundo de 1982. En Mónaco se cambia más de tres mil quinientas veces durante la prueba. Durante décadas, un solo fallo con la caja de cambios mandaba a la basura al motor. Los ejemplos de pilotos en cabeza que pierden la victoria por errores de concentración son numerosos en la historia de esta carrera.

Por todo lo anterior, los grandes campeones han dejado su sello en las calles del Principado. Senna (seis victorias), Schumacher y Graham Hill (5), Prost (4), Stewart y Moss (3).  Pero  también fue cruel con los mejores. Jim Clark, nunca ganó aquí. Tampoco Nigel Mansell. El británico, Senna, Schumacher, Prost… todos han perdido triunfos seguros cuando marchaba en cabeza. En 1970,  Jack Brabham sucumbió en la última curva de la última vuelta ante el acoso de Jochen Rindt.

La lotería de Mónaco

“Mónaco es una lotería”, reza otra leyenda que el tiempo ha grabado en su escudo de armas. En 1996, el francés Olivier Panis logró su única victoria en la Fórmula 1 tras solo terminar cuatro coches. En 1982 Ricardo Patrese logró el triunfo tras perderlo Prost a tres vueltas para el final, y quedarse sucesivamente sin gasolina en el último giro Didier Pironi, Andrea di Cesaris y Derek Daly. Cuando Patrese entró en la meta no sabía que había ganado.

Pero, por su naturaleza, Mónaco se ofrece por encima de todo como el mejor escenario para proezas legendarias. Como la de Stirling Moss en 1961, cuando con un Rob Walker privado  errotó a los Ferrari y Porsche. O la de Gilles Villeneuve, quien en 1981, con un auténtico “cepo” que era su 126C,  levantó un muro para todos sus rivales. O la primera carrera de Senna en Mónaco, en 1984,  o su triunfo en 1992 sobre el Williams de Mansell y Adrian Newey, imbatido hasta el momento. Por solo citar algunas..

“Mónaco representa todo aquello por lo que la Fórmula 1 es famosa”, declaraba en una ocasión Damon Hill, campeón del mundo de 1996, “un poco anacrónica en cuanto a la seguridad, pero lo aceptamos. Porque no creo que se pueda encontrar un piloto que no quiera enfrentarse a sus desafíos”. Ya saben porqué, entonces, aquello de que “cuando ganas en Montecarlo, sabes que has hecho algo muy especial”.

“No hay un sitio como este, y cuando ganas en Montecarlo, sabes que has hecho algo muy especial”. Qué piloto no estará de acuerdo con estas palabras, especialmente, aquellos privilegiados que han saboreado el singular triunfo del Gran Premio de Mónaco ¿Por qué resulta tan especial correr y, sobre todo, triunfar en esta pista?

Fórmula 1 Fernando Alonso