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Los afilados y traicioneros pitones del toro de la lluvia
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Javier Rubio

Dentro del Paddock

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Los afilados y traicioneros pitones del toro de la lluvia

Como José Tomás cuando torea y allá que van raudos sus fieles para no perderse su liturgia de genio, así corrieron a la pista un grupo

Foto: Los afilados y traicioneros pitones del toro de la lluvia
Los afilados y traicioneros pitones del toro de la lluvia

Como José Tomás cuando torea y allá que van raudos sus fieles para no perderse su liturgia de genio, así corrieron a la pista un grupo de periodistas bajo el infernal diluvio de Watkins Glen, Gran Premio de Estados Unidos de 1979. De los seis pilotos que se atrevieron a salir al asfalto, el canadiense Gilles Villeneuve estaba entre ellos.

“Teníamos que ver aquello”, justificaba  el veterano Dennis Jenkinson. “Fue algo especial. ¡Fue fantástico! ¡(Gilles) Estuvo increíble!”. Lo cuenta Gerald Donaldson en su biografía del piloto canadiense. “Parecía que tenía 300 cv  más que el resto, la velocidad a la que iba no tenía la menor relación con los demás”. Cuando su compañero Jody Scheckter paró y vio el tiempo del canadiense quedó anonadado: ¡once segundos más rápido!. “Fue divertido, iba en quinta en la recta a 250 km/hora ”, explicó después Villeneuve, “pero tuve un pequeño corte de encendido y perdía 600 vueltas. Podía haber ido más rápido, pero quizás me hubiera estrellado…”. La media de su vuelta rondó los 160 km/h

Por fuera, mejor que por dentro

De tal palo, tal astilla. A su hijo Jacques Villeneuve tampoco le han faltado ‘atributos’. Famosa fue su apuesta con los mecánicos de Bar, cuando en 1999 les anunció que iba a pasar el antiguo Eau Rouge de Spa a fondo en los entrenamientos. Dos años seguidos. Los dos acabó contra los raíles. 

Jacques Villeneuve también es una amante del pilotaje sobre agua, e igualmente se abrió a Donaldson para visualizar un mundo de técnica y sensaciones tan diferentes. Senna, Schumacher, Stewart, Clark, Fangio, Hamilton, Ickx… grabaron sus nombres en el monumento al pilotaje sobre agua, cuando el hombre puede superar a la máquina. “Donde tienes que arrasar es cuando llega la lluvia”, le recomienda un famoso campeón a su hijo, también piloto. Porque distingue a los grandes pilotos de los excelsos.

“En lluvia, la trazada es mejor por fuera respecto a la que se hace en seco”, explica Villeneuve, “porque la adherencia es mayor en esas zonas de la pista donde hay menos goma respecto a la que dejan los coches en condiciones de seco”. Uno recuerda las majestuosas primeras vueltas de Fernando Alonso en Hungría 2006, volando por el exterior de la pista para buscar esa adherencia que le llevó a la primera posición desde la decimoquinta de parrilla, una carrera aquella que nunca debió haber perdido por una rueda loca.

Citando al morlaco con los ojos cerrados

Con su dibujo, los neumáticos de lluvia ‘muerden’ el asfalto por debajo del agua y su eficacia depende de la cantidad de aquella y la superficie de este. Con exceso, aparecen los ‘ríos’ y charcos, y cuando se crea una capa de agua entre los neumáticos y el asfalto el 'aquaplanning' convierte a coche y piloto en pasajeros. Por ello, aunque puro instinto de conservación, levantar el pie en lluvia puede ser extremadamente peligroso.

“Es increíble la adherencia de un Fórmula 1 sobre agua, quizás es demasiado, el apoyo aerodinámico trabaja increíblemente bien, pero solo cuando vas lo suficientemente rápido para que funcione”. Cuanto más comprimido esté el neumático contra la superficie del asfalto, mejor agarrará. “Esto significa que has de mantener siempre mucha velocidad incluso en las rectas, o te arriesgas al ‘aquaplanning’ y perder el control”.

¿Se imaginan a José Tomás citando al morlaco con los ojos cerrados? “Cuando hay distancia con el coche que te precede, ves dos estelas de agua de sus neumáticos. Pero cuando estás cerca, el ‘spray’ que deja es como golpear un muro de densa niebla, y es peor cuando los coches están agrupados, porque se queda en el aire una mezcla de neblina y agua”. El gran temor así es el diferencial de velocidades, “un problema especialmente agudo en las rectas, porque no ves al piloto que va por delante hasta que no embistes su caja de cambios”. Así terminó su carrera deportiva Didier Pironi en 1982 tras embestir a Alain Prost en Hockenheim. 

"Sientes la tensión en la espalda y el cuello"

¿Y qué mundo interior se desarrolla bajo el casco del piloto en estas condiciones? “Siempre hay aprensión, estás más estresado, y sientes la tensión en la espalda y el cuello”. Se requiere por tanto la máxima relajación posible porque, de lo contrario, “no conduces bien”, explica Villeneuve. “Hace falta reflejos muy rápidos, reacciones veloces, utilizar tu cabeza, estar alerta, anticiparte, intuición y cierta experimentación, pero también hay que ser suave con los frenos, la aceleración, con cambios cortos para evitar las pérdidas de tracción. “Hay que atacar hasta que empiezas a derrapar, sin garantía de que en la siguiente vuelta las condiciones sean iguales”.

Se desarrolla así una lucha fascinante por coquetear con el precipicio sin caer al vacío. “Tienes que ver en tu mente diferentes opciones disponibles, y elegir rápido la adecuada, tienes que visualizar la situación internamente y entender dónde estás en un momento dado en relación con los límites de la adherencia, saber recuperarte de las cruzadas cuando pierdes la adherencia es una gran ventaja, y tiene mucho que ver con experimentar, con buscar los límites de las condiciones mientras te mantienes dentro de tus propias capacidades”. Vaya lucha de opuestos…

El próximo domingo se celebra el Gran Premio de Malasia, la carrera con mayor probabilidad de lluvia de toda la temporada. Y si fuera fiel a la cita, conviene recordar el mérito y la dificultad que implica enfrentarse al toro de la lluvia. Pero ante la pasada carrera de Australia, no estaría de más que en la actual Formula 1 se recordara aquel Gilles Villeneuve de 1979. Porque no se trata de ser un purista, pero tampoco que al toro le afeiten los pitones. José Tomás nunca lo aceptaría.

Como José Tomás cuando torea y allá que van raudos sus fieles para no perderse su liturgia de genio, así corrieron a la pista un grupo de periodistas bajo el infernal diluvio de Watkins Glen, Gran Premio de Estados Unidos de 1979. De los seis pilotos que se atrevieron a salir al asfalto, el canadiense Gilles Villeneuve estaba entre ellos.