Me voy de Eurocopas
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Si no está la Selección en Francia, la seguridad no importa tanto
La Rochelle, lugar de grandes batallas históricas, vive ahora tranquila, ajena incluso al ajetreo que trae consigo la llegada de uno de los mejores combinados de fútbol del mundo
Mientras estaba preparando todos los bártulos para cuando llegara el momento de embarcarme hacia la Eurocopa de Francia, lo único que a mí me preocupaba era que no se me olvidaran el pasaporte y los billetes de avión y tren. El resto, como se suele decir, se compra. Pero a los que yo tenía alrededor les carcomían los sesos otros desvelos. “Ten cuidado con los terroristas, que aquello está fatal”, me decían. Como si pudiera yo evitar con mis superpoderes inexistentes que un terrorista viniera a hacerme pupa.
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De todas formas, dejé que sus pensamientos negativos me influyeran de tal manera que esperaba llegar al país de Astérix y que me rodearan los gendarmes como si yo mismo fuese Lee Harvey Oswald redivivo. Quizás a ello ayudaran las ni siquiera cuatro horas de sueño que llevaba encima. Mis ensoñaciones se apoderaron de mi cabeza, porque cuando aterrizamos en Burdeos, apenas unos pocos policías hacían guardia a la salida de la terminal, como puede pasar en cualquier aeropuerto que se precie, incluso en el de Castellón.
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No habrá empezado aún el follón, pensé. Y es probable que esta vez sí tuviera razón, por una vez. Francia va a ser el foco del mundo durante un mes, y por muchas guerras que haya por el planeta, va a importar más lo que hagan los 552 futbolistas que se pasearán por los campos gabachos. Es un buen sitio para atentar y llamar la atención del planeta entero, si bien rara vez sucede algo así en eventos de un volumen tan majestuoso. La maratón de Boston es, probablemente, el mayor evento que ha sufrido esto de lo que estoy hablando.
Si en Burdeos se estaba tranquilo y apenas se intuía que hubiera una Eurocopa a la vuelta de la esquina (de no ser por una pantalla en la estación que promocionaba el torneo con datos sobre cada selección y sus jugadores estrella, uno ni se entera), imagínense cómo estaba La Rochelle. Un lugar que, como recordó mi compañera Marta Medina, tuvo una importancia trascendental durante el final de la Segunda Guerra Mundial y que aún conserva sus torres fortificadas que perpetúan su dominación estratégica del Atlántico, que ahora vive de un turismo ingente en los veranos, aunque sin el ‘hype’ desmedido que tiene Benidorm para un español de interior.
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Dejaremos, pues, que pasen los días, que la Eurocopa empiece a tomar forma de verdad para ver si el sosiego que aletarga a La Rochelle empieza a desaparecer, como si la ciudad se hubiera metido té negro en vena.
'Au revoir'.
Mientras estaba preparando todos los bártulos para cuando llegara el momento de embarcarme hacia la Eurocopa de Francia, lo único que a mí me preocupaba era que no se me olvidaran el pasaporte y los billetes de avión y tren. El resto, como se suele decir, se compra. Pero a los que yo tenía alrededor les carcomían los sesos otros desvelos. “Ten cuidado con los terroristas, que aquello está fatal”, me decían. Como si pudiera yo evitar con mis superpoderes inexistentes que un terrorista viniera a hacerme pupa.