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Vamos a morir todos (de frío)
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Darío Ojeda

Un novato en Río

Por
Darío Ojeda. Río de Janeiro

Vamos a morir todos (de frío)

Los cariocas ponen el aire acondicionado a tope en todas partes y a todas horas. En los Juegos hay salas de prensa en las que es mejor entrar con abrigo y bufanda para no acabar congelado

Foto: Una de las salas de prensa del Parque Olímpico (Toru Hanai/Reuters)
Una de las salas de prensa del Parque Olímpico (Toru Hanai/Reuters)

Olviden la inseguridad, los problemas de transporte o las largas colas para acceder a las instalaciones de los Juegos Olímpicos; olviden también el zika, el chikunguña y la insalubridad de las aguas de la bahía de Guanabara. El mayor peligro de Río de Janeiro no es nada eso, sino algo mucho más sutil que está por todas partes y a todas horas: el aire acondicionado.

El uso que hacen de él es demencial. Sucede en las tiendas, en los restaurantes o en el metro. No importa la temperatura que haga fuera, normalmente bastante buena aunque sea invierno (el sábado, durante la prueba de ciclismo, hizo calor), aquí enchufan el aire a tope y les da igual. Y en las instalaciones de los Juegos sucede lo mismo: hay salas de prensa, como en la que habló Rafa Nadal tras su victoria contra Federico Delbonis, en las que es mejor entrar con abrigo y bufanda.

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Caso aparte merecen los autobuses para el transporte de los medios de comunicación. Dentro de ellos la temperatura es gélida. Son neveras rodantes que atraviesan Río de un lado a otro cargadas de periodistas muy bien conservados. Si encima resulta que después de bajarte te toca ir al centro de prensa, estupendo: la cadena de frío no se habrá roto.

Mi compañera Valeria Saccone, que vive en Río de Janeiro, ya me había advertido del gusto de los cariocas por lo frigorífico. Creía que exageraba, pero unos días en la ciudad han sido suficientes para comprobarlo. Si alguno tiene previsto venir a los Juegos, que se traiga una rebequita.

Olviden la inseguridad, los problemas de transporte o las largas colas para acceder a las instalaciones de los Juegos Olímpicos; olviden también el zika, el chikunguña y la insalubridad de las aguas de la bahía de Guanabara. El mayor peligro de Río de Janeiro no es nada eso, sino algo mucho más sutil que está por todas partes y a todas horas: el aire acondicionado.

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