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La consagración de Fernando Torres
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Javier Gómez Matallanas

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La consagración de Fernando Torres

Le faltaba la guinda. Le faltaba hacer un gran partido ante el Real Madrid. Y lo hizo. Siempre destacó en sus duelos contra el eterno rival

Le faltaba la guinda. Le faltaba hacer un gran partido ante el Real Madrid. Y lo hizo. Siempre destacó en sus duelos contra el eterno rival con la zamarra colchonera, pero esos derroches físicos, esas galopadas, esa brega, esa potencia y velocidad innata que le convierte en un futbolista superlativo, esas enormes condiciones no se traducían en goles. Y cuando un delantero no marca no aprueba la asignatura global de un partido. En el Atlético caminaba solo, quería hacer la de Maradona en cada jugada, la ansiedad por devolver a su equipo del alma a la elite le pudo muchas veces, especialmente contra el Real Madrid. Atacaba solo y bajaba a buscar la pelota, y tenía que bajar a defender los córners, y se desgastaba, se desgañitaba, se desesperaba y no marcaba todos los goles lo que podía y sabía marcar.

 

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Y Torres marcó muchos goles de colchonero (91 tantos en 243 partidos oficiales). En el Liverpool lleva 43 goles en 70 partidos oficiales. El salto de calidad es una evidencia. En la final de la Euro2008 en Viena ya se consagró con la selección española dando el título a España con su golazo a Alemania. Pero ante el Real Madrid y en Anfield (hay que respetar los mitos y la mística del fútbol, no se puede titular ‘Esto es Anfield, ¿y qué?) cuajó una actuación sensacional, liderando junto al todocampista y excelente futbolista Steve Gerrard (“¡Es el mejor!”, repite Torres desde que se entrenó la primera vez con el capitán Red en Melwood) la maquinaria perfecta de Rafa Benítez que apabulló a un Real Madrid de fin de ciclo.

Fernando Torres respeta mucho al Real Madrid. Y el recibimiento que le dispensó la afición del conjunto blanco en el partido de ida en el Bernabéu le motivó de sobremanera, le excitó hasta tal punto que jugó una hora con el tobillo como una bota en la ida y saltó al campo en la vuelta con el tobillo sin curar. El respeto y ‘odio’ que le tienen los seguidores merengues en su mayoría se puede equiparar (por motivos muy diferentes, por supuesto) al que provocaba Luis Enrique cada vez que regresaba a Chamartín como culé. La vinculación entre Torres y el Atlético será eterna y se magnificó cuando en Anfield su mera presencia provocó que la afición madridista metiera en el partido al Atlético de Madrid por los constantes cánticos contra el eterno rival, como el propio Torres reconoció (ver). Eso es un acicate para un Atlético de corazón, que se marchó frustrado de su equipo del alma por no haber podido lograr sus objetivos (no pudo y no le dejaron porque el proyecto deportivo no estaba a su altura como futbolista ni a la altura de la historia del club como se ha demostrado con su permanente crecimiento en el Liverpool).

Torres no traicionó al Atlético como repite con inquina y obsesión algún exegeta del Sentimiento Atlético. Al Atlético le traicionaron sus propietarios hace tiempo provocando su empequeñecimiento paulatino que provoca que grandes futbolistas como Torres, y en un futuro no muy lejano el Kun Agüero, tengan que abandonar sus filas para crecer como jugadores. En su actuación ante el Real Madrid en el partido de vuelta de octavos de final de la Champions League, en su excitación al encarar el partido, en su motivación extra, tuvo mucho que ver su corazón rojiblanco, que nunca será transplantado por más que ahora sea más rojo que blanco. Torres se ha consagrado. Y aún cuenta con margen de aprendizaje y de progresión. Su carrera recién empieza.

Le faltaba la guinda. Le faltaba hacer un gran partido ante el Real Madrid. Y lo hizo. Siempre destacó en sus duelos contra el eterno rival con la zamarra colchonera, pero esos derroches físicos, esas galopadas, esa brega, esa potencia y velocidad innata que le convierte en un futbolista superlativo, esas enormes condiciones no se traducían en goles. Y cuando un delantero no marca no aprueba la asignatura global de un partido. En el Atlético caminaba solo, quería hacer la de Maradona en cada jugada, la ansiedad por devolver a su equipo del alma a la elite le pudo muchas veces, especialmente contra el Real Madrid. Atacaba solo y bajaba a buscar la pelota, y tenía que bajar a defender los córners, y se desgastaba, se desgañitaba, se desesperaba y no marcaba todos los goles lo que podía y sabía marcar.

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