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El Barça y el país de Rosell y Guardiola
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Javier Gómez Matallanas

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El Barça y el país de Rosell y Guardiola

Sólo la política hace antipático al Barça fuera de Cataluña. Eso de que llegue Florentino Pérez a la comida de directivas y le reciba Sandro Rosell

Sólo la política hace antipático al Barça fuera de Cataluña. Eso de que llegue Florentino Pérez a la comida de directivas y le reciba Sandro Rosell con la frase: “¡Bienvenido a mi país!” Y aquella de Guardiola en Pamplona: “Somos un pequeño país llamado Cataluña y pintamos poco”, provocan rechazo hacia el equipo de fútbol que mejor juego ha desplegado en la primera década del siglo XXI (junto a la Selección española y no únicamente por contar con jugadores de este Barça de ensueño).

Si no llega a ser por este nacionalismo de salón, que en unos casos busca la provocación o la carrera política, como fue el caso de Joan Laporta, el Barcelona cautivaría aún más a los aficionados españoles, como de hecho está consiguiendo entre los aficionados de fuera de España.

Sorprende que Sandro Rosell haya olvidado tan pronto uno de sus principales objetivos cuando accedió a la presidencia del Barça que pasaba por acercar el equipo azulgrana por todos los pueblos de España despolitizándole y despojándole del independentismo que fomentó sin tapujos Laporta.

Quizás al acceder a la poltrona se haya percatado que desde ese cargo no queda otra que vincular al Barça con Cataluña y su plan de expandirse por el mercado español, para que los culés de Extremadura, Andalucia o las dos Castillas no se taparan al celebrar los títulos para que no los vincularan al independentismo catalán.

Guardiola nunca ha ocultado su ideología independentista y ha reconocido que si hubiera existido selección de Cataluña no habría jugado con la selección española. Respetando al máximo sus convicciones y creencias, no se entiende que vincule al Barça a Cataluña y recupere el discurso de la discriminación (“no pintamos nada”), cuando el trato de favor al Barça en la última década por parte de la Real Federación Española de Fútbol ha sido evidente. Por su puesto que Pep no debe dejar de expresar sus opiniones para que su fútbol guste aún más. Pero si Pep fuera coherente, en su afán de vincular fútbol y política, defendería mejor a su “pequeño país” poniendo a los titulares en la Copa de Cataluña para que su equipo se proclamara campeón de su “pequeño país”.

Ahora que el Barça atraviesa el mejor momento de su historia con tres futbolistas de su cantera en el podium del Balón de Oro. Ahora que realiza el fútbol más vistoso (para la mayoría de los gustos) y eficaz del planeta fútbol. Ahora que sus futbolistas representan la alegría por jugar al fútbol, como un grupo de amigos que se juntan el día del partido, después de comer en su casa, y quedan en el estadio para dar espectáculo ante cualquier rival.

Justo ahora es un error de bulto seguir vinculado el club a una comunidad autónoma en la que parte (¿mayoritaria?) de sus habitantes quieren independizarse de España. El Barça puede ser más que un club, pero el Barça no puede aspirar a ser un país como da la sensación que pretenden Rosell y Guardiola. Principalmente porque mezclar deporte con política afea históricamente el deporte. Aunque es imposible restar belleza al fútbol del Barça, las incursiones políticas de su presidente y de su entrenador (que reconoció su equivocación) les restan simpatías y dan carnaza para criticar al equipo por motivos no deportivos. Por cierto, el Barça no sería lo mismo sin España. Posiblemente ni existiría.

Sólo la política hace antipático al Barça fuera de Cataluña. Eso de que llegue Florentino Pérez a la comida de directivas y le reciba Sandro Rosell con la frase: “¡Bienvenido a mi país!” Y aquella de Guardiola en Pamplona: “Somos un pequeño país llamado Cataluña y pintamos poco”, provocan rechazo hacia el equipo de fútbol que mejor juego ha desplegado en la primera década del siglo XXI (junto a la Selección española y no únicamente por contar con jugadores de este Barça de ensueño).

Juan Rosell Pep Guardiola