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Maradona es D10S, Laporta el diablo
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José Manuel García

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Maradona es D10S, Laporta el diablo

"El verdadero poder, el poder por el que tenemos que luchar día y noche, no es poder sobre las cosas, sino sobre los hombres". George Orwell.

En este mundo de hipócritas en el que habitamos acabamos de ajusticiar quince veces a Diego Armando Maradona. Si más de uno pudiera, a D10S lo habríamos de empalar, despellejar en frío, triturar a martillazos, freír como una molleja, trocear como una berenjena, pisotear como un chicle gastado, arrojar a un cubículo de tiburones, caimanes y orcas, agujerear su barriga con balas de punta fina, quizás arrojar sus lorzas porteñas al fuego de los infiernos. Pero no verle nunca más. Que nuestros oídos de fariseos jamás vuelvan a escuchar las palabras de ese pecho fuerte, que en su brazo derecho tiene tatuado al Ché y en su mítica pierna izquierda al Comandante Fidel Castro.

Este mundo de falsos, rinconetes y buscavidas se rasgó las vestiduras cuando Maradona dijo lo que le salió de su alma, pues el corazón, su corazón de pelota canchera, andaba caliente como el horno del panadero de Caballito. Y se metió contra ese periodismo sabelotodo. Lo dijo a la cara, sin intermediarios ni brookers, a puro directo: “que la chupen, que la sigan chupando”. Lanzó un arcabuzazo contra el entrecejo de los esforzados, mirando a los ojos que un día se apagarán como los de usted y los míos. Encendida la cerilla sobre la petrolera, ardió Sodoma, Gomorra, Madrid, Buenos Aires, Río, Washington y Zurich, faltaría más, justo en el momento en que Joseph Blatter se disponía a tirar de la cadena.

Maradona es así: cañón, grosero, artista, de pésimos gustos y, sobre todo, desconcertante. Un virtuoso del balón que siente una devoción paranormal por el rey de los trucos: Carlos Salvador Bilardo. Entre el menottismo y el bilardismo se arrojó al regazo del Narigón. Eso lo sabe muy bien Jorge Valdano, que en su juventud compartió habitación y secretos con D10S. Yo lo supe mucho después, cuando Diego jugaba en el Sevilla. Comprendí que el más grande jugador del planeta cojeaba del otro lado y se tiraba de cabeza al callejón de los descamisados. Maradona casó muy poco con Menotti y su filosofía del fútbol. Sin embargo, a Bilardo le perdonó todo. Le perdonó que un día, por primera vez en su vida, lo sacara del campo antes del minuto 90. Se puso tan furioso Diego que destrozó el vestuario del Sevilla, cuentan todavía impresionados sus utilleros. Y perdonó al Narigón sus flirteos con Grondona, el dueño de la pelota en Argentina. Ahí su abrazo de hijo a padre, sus lágrimas de afecto y rabia, su cuadro para el diván del psiquiatra. Su verdad.

Joan Laporta siempre fue un tipo listo. No es que sacara un cuarto lleno de matrículas de honor, pero se las maravilló con habilidad para sacar el COU e ir pasando con buen apaño cursos hasta licenciarse en la muy noble Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona. Laporta, que no es torpe jardinero, cultiva devotamente la palabra ex. Ex mujer, ex compañeros y, sobre todo, ex amigos. Su vida es un gigantesco universo 'EX'. Un puñal de cuello duro y puño dorado, que abre barrigas y sobres y deja cadáveres en las dos orillas del río.

A Lluis Bassat, el adinerado publicista, le metió el puñal por la axila derecha, cuando supo que su horizonte de presidente blaugrana sería engullido con la brevedad de una papelera borracha de petróleo. A Sandro Rosell lo estampó en la oscuridad traidora de una noche cuando supo que Ronaldinho reía sus chistes y le hablaba de fútbol de igual a igual. Lo mismo hizo con sus fieles Jordi Moix, Jordi Monés y Josep Lluis Bertomeu.

Joan Laporta, que rió extasiado la ocurrencia de un periodista inglés al definirle el “Kennedy del barcelonismo”, donde pone el ojo pone cien litros de veneno. Mira como un monje budista y dispara como un francotirador en la guerra de los Balcanes. Le da la mano a Del Nido; y luego corre al baño, sonríe a Florentino Pérez y mira el reloj y a los rincones. Sonríe nervioso cuando se le recuerda aquel lance del guardia jurado que le puso en calzoncillos a pie de un detector de metales. Besa sin pudor a Eto’o y firma su defunción un día después. Cuando sea mayor quiere ser como Pep Guardiola, pero pasado mañana puede que busque en el Larousse alguna afinidad con los quebrantahuesos.

El presidente más laureado del Barcelona, pronto engrosará la nómina de ex. Culminó su carrera con nota. Ahora quiere emular a cualquiera de los dioses del nacionalismo catalán. Un Laporta en lo más alto de Catalonia: el Pic d'Estats, aunque los aragoneses prefieren llamarlo Aneto de toda la vida. Para ello don Joan antes ametralla al barcelonismo universal al dejar que los azulgrana de Ceuta, Ponferrada o Badajoz se pudran con sus ganas. Barcelona es más que un club, dicen que dice y escribe. Pero él, Laporta, arriba y los demás abajo. Un Laporta de plenitud nacional, que sueña con la independencia. Aunque tal vez omita un detalle. Sueñen: FC Barcelona, campeón de la Lliga de Primera división catalana, con el Espanyol, Sabadell, Badalona, Girona o Granollers. Y Messi haciendo de Maradona en la Nova Creu Alta. O tal vez no. Y piensa: a los peñistas de Cádiz que los zurzan.

En este mundo de hipócritas en el que habitamos acabamos de ajusticiar quince veces a Diego Armando Maradona. Si más de uno pudiera, a D10S lo habríamos de empalar, despellejar en frío, triturar a martillazos, freír como una molleja, trocear como una berenjena, pisotear como un chicle gastado, arrojar a un cubículo de tiburones, caimanes y orcas, agujerear su barriga con balas de punta fina, quizás arrojar sus lorzas porteñas al fuego de los infiernos. Pero no verle nunca más. Que nuestros oídos de fariseos jamás vuelvan a escuchar las palabras de ese pecho fuerte, que en su brazo derecho tiene tatuado al Ché y en su mítica pierna izquierda al Comandante Fidel Castro.

Este mundo de falsos, rinconetes y buscavidas se rasgó las vestiduras cuando Maradona dijo lo que le salió de su alma, pues el corazón, su corazón de pelota canchera, andaba caliente como el horno del panadero de Caballito. Y se metió contra ese periodismo sabelotodo. Lo dijo a la cara, sin intermediarios ni brookers, a puro directo: “que la chupen, que la sigan chupando”. Lanzó un arcabuzazo contra el entrecejo de los esforzados, mirando a los ojos que un día se apagarán como los de usted y los míos. Encendida la cerilla sobre la petrolera, ardió Sodoma, Gomorra, Madrid, Buenos Aires, Río, Washington y Zurich, faltaría más, justo en el momento en que Joseph Blatter se disponía a tirar de la cadena.

Maradona es así: cañón, grosero, artista, de pésimos gustos y, sobre todo, desconcertante. Un virtuoso del balón que siente una devoción paranormal por el rey de los trucos: Carlos Salvador Bilardo. Entre el menottismo y el bilardismo se arrojó al regazo del Narigón. Eso lo sabe muy bien Jorge Valdano, que en su juventud compartió habitación y secretos con D10S. Yo lo supe mucho después, cuando Diego jugaba en el Sevilla. Comprendí que el más grande jugador del planeta cojeaba del otro lado y se tiraba de cabeza al callejón de los descamisados. Maradona casó muy poco con Menotti y su filosofía del fútbol. Sin embargo, a Bilardo le perdonó todo. Le perdonó que un día, por primera vez en su vida, lo sacara del campo antes del minuto 90. Se puso tan furioso Diego que destrozó el vestuario del Sevilla, cuentan todavía impresionados sus utilleros. Y perdonó al Narigón sus flirteos con Grondona, el dueño de la pelota en Argentina. Ahí su abrazo de hijo a padre, sus lágrimas de afecto y rabia, su cuadro para el diván del psiquiatra. Su verdad.

Joan Laporta siempre fue un tipo listo. No es que sacara un cuarto lleno de matrículas de honor, pero se las maravilló con habilidad para sacar el COU e ir pasando con buen apaño cursos hasta licenciarse en la muy noble Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona. Laporta, que no es torpe jardinero, cultiva devotamente la palabra ex. Ex mujer, ex compañeros y, sobre todo, ex amigos. Su vida es un gigantesco universo 'EX'. Un puñal de cuello duro y puño dorado, que abre barrigas y sobres y deja cadáveres en las dos orillas del río.

A Lluis Bassat, el adinerado publicista, le metió el puñal por la axila derecha, cuando supo que su horizonte de presidente blaugrana sería engullido con la brevedad de una papelera borracha de petróleo. A Sandro Rosell lo estampó en la oscuridad traidora de una noche cuando supo que Ronaldinho reía sus chistes y le hablaba de fútbol de igual a igual. Lo mismo hizo con sus fieles Jordi Moix, Jordi Monés y Josep Lluis Bertomeu.

Joan Laporta, que rió extasiado la ocurrencia de un periodista inglés al definirle el “Kennedy del barcelonismo”, donde pone el ojo pone cien litros de veneno. Mira como un monje budista y dispara como un francotirador en la guerra de los Balcanes. Le da la mano a Del Nido; y luego corre al baño, sonríe a Florentino Pérez y mira el reloj y a los rincones. Sonríe nervioso cuando se le recuerda aquel lance del guardia jurado que le puso en calzoncillos a pie de un detector de metales. Besa sin pudor a Eto’o y firma su defunción un día después. Cuando sea mayor quiere ser como Pep Guardiola, pero pasado mañana puede que busque en el Larousse alguna afinidad con los quebrantahuesos.

El presidente más laureado del Barcelona, pronto engrosará la nómina de ex. Culminó su carrera con nota. Ahora quiere emular a cualquiera de los dioses del nacionalismo catalán. Un Laporta en lo más alto de Catalonia: el Pic d'Estats, aunque los aragoneses prefieren llamarlo Aneto de toda la vida. Para ello don Joan antes ametralla al barcelonismo universal al dejar que los azulgrana de Ceuta, Ponferrada o Badajoz se pudran con sus ganas. Barcelona es más que un club, dicen que dice y escribe. Pero él, Laporta, arriba y los demás abajo. Un Laporta de plenitud nacional, que sueña con la independencia. Aunque tal vez omita un detalle. Sueñen: FC Barcelona, campeón de la Lliga de Primera división catalana, con el Espanyol, Sabadell, Badalona, Girona o Granollers. Y Messi haciendo de Maradona en la Nova Creu Alta. O tal vez no. Y piensa: a los peñistas de Cádiz que los zurzan.

Diego Armando Maradona Joan Laporta