Es noticia
Entrenadores de usar y tirar
  1. Deportes
  2. No hay Estrellas
José Manuel García

No hay Estrellas

Por

Entrenadores de usar y tirar

La ingratitud es hija de la soberbia, aseguró Miguel de Cervantes, y en el fútbol, donde los soberbios reinan con mano de oro y estómago de

La ingratitud es hija de la soberbia, aseguró Miguel de Cervantes, y en el fútbol, donde los soberbios reinan con mano de oro y estómago de acero, la ingratitud es un pecado tan habitual como beber agua en botijo o caminar deprisa cuesta abajo. En el fútbol, donde los millones de euros parecen crecer en las parras de uva, los entrenadores y los futbolistas se hacen, se utilizan y se tiran. Y que pase el siguiente.

Hace poco menos de un año, el Real Madrid de Florentino Pérez fichaba con bombo y orquesta al ingeniero Manuel Pellegrini. Tuvo que desembolsar su buena cantidad de dinero: 4 millones de euros al Villarreal para romper el contrato que ligaba al chileno con el ‘submarino amarillo’, además de la suscripción y firma de un compromiso de dos años del doctor con el Real Madrid por un monto total de nueve millones de euros netos. Esta cantidad, ni un euro menos, se va a llevar don Manuel por trabajar diez meses. Porque, faltaría más, el todavía entrenador del Real no va a perdonar ni un céntimo. El RM pagará sin rechistar y religiosamente aunque no se encomiende a ningún santo. Ni a los socios.

En este fútbol de palcos de lujo hechos con moquetas traídas de la Quinta Avenida, trajes de diseño y carísimos mármoles del sur de Italia, la moral y la ética como que se solapan y se quedan muertas de risa en algún rincón oscuro de la trastienda.

Mourinho es el nuevo dios madridista. Del licenciado Manuel Pellegrini, ni una coma. Ya no existe. Se lo tragó la tierra y una tonelada de silencio le cayó en sus espaldas

Desde hace más de un mes el campeonísimo José Mourinho sabía que el RM olisqueaba su pista. La víspera de la final de Champions, el portugués tenía más información sobre su futuro equipo que del mismísimo Bayern Munich. En el mismo palco, durante la recogida de la Copa, Mourinho y Florentino se vieron las caras. Parecían dos hermanos. El lunes y el martes siguientes eran continuas las idas y venidas del representante del flamante campeón por los pasillos del Bernabéu. Los periódicos deportivos y emisoras del ramo hablan hasta de los calcetines de Mou, del pelado de Mou, de las camisas oscuras que suele lucir Mou. Lo saben todo de Mou. El nuevo dios madridista. Del licenciado Manuel Pellegrini ni una coma. Ya no existe. Se lo tragó la tierra y una tonelada de silencio le cayó en sus espaldas.

Pero, eso sí, como parte del trato (inhumano), don Manuel tendrá resuelta su vida y la de sus herederos.

El fútbol tiene estos chispazos. El difunto Jesús Gil era un crack para muchas cosas. Utilizaba los billetes con una alegría destripadora. Y a los técnicos los trataba como a sus empleados. Alguno le salía respondón, como Luis Aragonés, al que Gil echó la primera vez de su despacho. “Usted no me echa, mis cojones son los que se marchan”, dicen que dijo nuestro campeón de Europa. Gil, empero, quedó marcado con el carácter volcánico de Luis. De éste y del Coco Basile. El argentino, grande como la torre de una catedral y con un vozarrón que encerraba a quince barítonos en su garganta, le echó valor a JG y cuando éste el día de autos le amenazó con despedirlo si no se atenía a una serie de puntos contractuales, el Coco le respondió: “¿Sabés qué le digo a usted? Yo me cago en su contrato”.

Otro peculiarísimo personaje del fútbol, Manuel Ruiz de Lopera, accionista mayoritario ad eternum del Real Betis, suele hacer casting de entrenadores antes de decidirse por uno de ellos. Que le pregunten, si no, a Juande Ramos.

A Quique Sánchez Flores, el Valencia lo echó después de un partido y le comunicó el despido a las tres y media de la mañana. Nocturnidad y alevosía.

Los técnicos de primer nivel son por regla general gente bien pagada y asumen con naturalidad que el trato o el mal trato se incluye en sus buenos sueldos. Algunos meapilas se rasgan las vestiduras y claman escandalizados ante Amnistía Internacional. Pues no, hombre, las penas con pan casi no existen. Y más con la que está cayendo…

La ingratitud es hija de la soberbia, aseguró Miguel de Cervantes, y en el fútbol, donde los soberbios reinan con mano de oro y estómago de acero, la ingratitud es un pecado tan habitual como beber agua en botijo o caminar deprisa cuesta abajo. En el fútbol, donde los millones de euros parecen crecer en las parras de uva, los entrenadores y los futbolistas se hacen, se utilizan y se tiran. Y que pase el siguiente.

José Mourinho