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Del Bosque, el Enemigo Público Número Uno
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José Manuel García

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Del Bosque, el Enemigo Público Número Uno

Las concentraciones tienen ese punto de peligro para la convivencia. Cuando uno lleva un determinado tiempo alejado de su entorno, compartiendo saco, techo y comida con

Foto: Del Bosque, el Enemigo Público Número Uno
Del Bosque, el Enemigo Público Número Uno

Las concentraciones tienen ese punto de peligro para la convivencia. Cuando uno lleva un determinado tiempo alejado de su entorno, compartiendo saco, techo y comida con tus compañeros, llegas a un punto de confusión mental que no sabes si lo que te llevas a la boca es carne, pescado o la bota del vecino a la cubana. Al mismo tiempo, el entrenador es Tarzán, quizás Houdini, probablemente el santo Job, bajo ningún concepto Einstein y, sin duda alguna, el Enemigo Público Número Uno. Gajes del oficio.

Todo le está ocurriendo a Vicente del Bosque, cuyas espaldas comienzan a recibir una mole de responsabilidad gigantesca, así como una lluvia de afilados cuchillos. Todo por culpa de ese tropezón inesperado del debut. Si la maldita moneda hubiese caído de cara en lugar de hacerlo de canto, la música sonaría distinta, más triunfal. Miren a la Argentina del inefable Diego Armando Maradona. Tres partidos, tres victorias y los recuerdos (los malos) se fueron husillo abajo camino del mar de los olvidos. Ya hasta cae simpático el D10s. Ya nadie se acuerda del “que la chupen, que la sigan chupando”, y el fotógrafo cuyos juanetes un día destripó el DT argentino hasta se atreve a sonreírle. Nada más balsámico que una victoria para taparlo todo, incluyendo las miserias. ¡Qué grande es el fútbol! ¡Y qué hipócrita!

A Fabio Capello le ocurre lo mismo que a su amigo Del Bosque. Y tres cuartas partes de lo mismo que a su paisano Marcello Lippi. Inglaterra se subió al tren de Sudáfrica sin despeinarse en la fase clasificatoria, y una vez aterrizado en tierras de Nelson Mandela, al equipo inglés comenzaron a chirriarle las bujías. Como si Capello tuviera la culpa de la estruendosa sequía goleadora de Wayne Rooney. El italiano, como cualquier seleccionador sensato, coloca en el equipo a los mejores. Tampoco tiene la culpa de que Frank Lampard y Gerrard ni se hablen y que el central John Terry sea un completo imbécil. A diferencia de su paisano, Lippi se ha sentado en el sofá del hotel, ajustado las gafas y abierto Il Corriere della Sera por las páginas de Economía. Lippi sabe que el Mundial no ha hecho más que empezar y que Italia es equipo habituado a las curvas.

salvo la barrida de los portugueses a los norcoreanos y la de los alemanes sobre los australianos, aquí nadie se está comiendo a nadie

Del Bosque, que nunca fue un futbolista de sprint corto, se encuentra en el ojo del huracán y en la diana de Luis Aragonés, que en la emisora de los árabes desfoga su rencor disparando con missiles de largo alcance. “No me gusta cómo está jugando España”. Tampoco es grave el asunto, porque, salvo la barrida de los portugueses a los norcoreanos y la de los alemanes sobre los australianos, aquí nadie se está comiendo a nadie. Ni Brasil.

España debe seguir escribiendo con su puño y marcando su propio paso. Nuestra selección tiene un potencial enorme y cuenta con un fondo de vestuario envidiable. Que se juegue por las bandas o por el centro, que se coloque a Fernando Torres en baja forma en lugar de Fernando Llorente, más experto en cazar al vuelo los centros de Jesús Navas o Mata; que Cesc  Fábregas juegue en el segundo tiempo y que Iniesta sea más frágil que una luna de Bohemia… nada importa. Menudencias.  Lo importante en un Mundial es la victoria. Tres puntos.

Ahora parece que Chile es un ferrari y que Marcelo Bielsa inventó el balón. El periodismo patrio ahora hace cábalas y cuentas y dibuja un fondo aterrador si España no logra alzarse con el primer puesto del grupo. Porque nos tocaría Brasil. Ah, Brasil. Date por muerto. Como si Casillas, Piqué, Sergio Ramos, Pujol, Busquets, Xabi Alonso, Xavi Hernández, Cesc, Villa, Navas, Torres, Llorente… la orquesta de nuestra Selección la formasen sordos y mutilados. Yo, en el lugar de Del Bosque, me alegraría con esta tropa y no pondría cara de estreñimiento crónico. Me estaría partiendo de la risa.

Las concentraciones tienen ese punto de peligro para la convivencia. Cuando uno lleva un determinado tiempo alejado de su entorno, compartiendo saco, techo y comida con tus compañeros, llegas a un punto de confusión mental que no sabes si lo que te llevas a la boca es carne, pescado o la bota del vecino a la cubana. Al mismo tiempo, el entrenador es Tarzán, quizás Houdini, probablemente el santo Job, bajo ningún concepto Einstein y, sin duda alguna, el Enemigo Público Número Uno. Gajes del oficio.

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