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A Mou se le ha visto el plumero
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José Manuel García

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A Mou se le ha visto el plumero

A mí siempre me cayó bien José Mourinho. Esa manera tan James Dean de llevar la corbata, su traje tan descuidadamente Hugo Boss; esas arrugas tan

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A Mou se le ha visto el plumero

A mí siempre me cayó bien José Mourinho. Esa manera tan James Dean de llevar la corbata, su traje tan descuidadamente Hugo Boss; esas arrugas tan bien planchadas; esa mezcla gris/azul de la camisa con el resto del terno, todo muy estilo taxista años sesenta; esa mirada dura a punto de ensartar el rostro de un periodista como si fuera una tortilla de patatas… Muy Mou, diría un cursi a punto de ser lapidado por el vecino. Pero a Mou se le vio el plumero en el último partido de Liga, donde aventó vientos de histeria a su alrededor, una histeria muy mal digerida desde las alfombras de la planta noble madridista, que no entendía nada del guión escrito por su entrenador principal.

En el guión se decía que el Real Madrid es producto de una persecución de alta alcurnia y baja estopa; una cacería baja en colesterol y muy alta en pólvora, la pólvora de los árbitros del villarato, malos como un dolor, que se atreven, incluso, a mal dirigir los partidos del Bernabéu, lo que ya supera las lindes de la mofa y se mete en los terrenos del honor mancillado. Trece errores, trece soles, trece rosas, trece: ¿quién dijo superstición? Al administrativo del Real Madrid que redactó de manera tan diligente los trece errores capitales del árbitro del partido Florentino Pérez debería doblarle la paga, lo mismo que al veteranísimo delegado del club, arrasado por la ira jacobina de uno de los ayudantes de Mou, que más que entrenador de porteros parece portero de una de las discotecas de moda en el Soho neoyorquino, que fue ciego a arrancarle la cabeza al delegado del Sevilla, Cristóbal Soria, que no es experto en artes marciales pero sí personaje muy ducho en este tipo de escaramuzas de Bronx.

Pero todo este tipo de rasgamiento de vestiduras y enlodamiento de cenizas ocurrió con los tres puntos en el zurrón del Real Madrid y manteniendo el tipo en la vertiginosa carrera con el Barcelona. ¿Y si no llega a ganar el RM y el SFC le arranca uno de los puntos? ¿Qué habría pasado? ¿Ardería Chamartín como cualquier ninot fallero? ¿Saldría vivo Clos del Bernabéu?

Preguntas sin repuestas. Más fácil es responder al show histriónico de Mourinho, que avergonzó a los barones de Florentino, sobre todo a Jorge Valdano, cuyo nudo de corbata es más disciplinado que el del portugués y siempre aparece pegado con cemento al gaznate del director general.

Desde fuera, el problema arbitral no es más que una espectacular cortina de humo que ha lanzado Mourinho, muy cuestionado por todos después del zamarreón de fútbol que le propinó el Barcelona no hace mucho tiempo. Ese es el verdadero problema. La cruz de Mourinho. Los árbitros se equivocan para todos lados y pegan voleones a las nubes como cualquier hijo de vecino. Lo extraño, lo realmente anecdótico, es que salga alguien como Clos, deje el miedo escénico en las taquillas y tire por la calle de en medio, se equivoque para uno y para el otro lado, confunda un codazo con un cabezazo y expulse al afilador si fuera menester. Para el aficionado merengue lo que más importó al final no fue más que el Real Madrid terminó ganando la plasta de partido que jugó frente a un Sevilla disciplinado, pero más aburrido que un camión lleno de ovejas. El RM demostró que sigue ganando y sumando puntos, pero también expuso a los vientos que anda huérfano de fútbol, como si todo el fútbol, el pata negra,  lo hubiera engullido el Barcelona de Guardiola, seiscientos kilómetros más al norte de Madrid. Ahí sí le duele a Mourinho. Por ahí se le ve el plumero.

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A mí siempre me cayó bien José Mourinho. Esa manera tan James Dean de llevar la corbata, su traje tan descuidadamente Hugo Boss; esas arrugas tan bien planchadas; esa mezcla gris/azul de la camisa con el resto del terno, todo muy estilo taxista años sesenta; esa mirada dura a punto de ensartar el rostro de un periodista como si fuera una tortilla de patatas… Muy Mou, diría un cursi a punto de ser lapidado por el vecino. Pero a Mou se le vio el plumero en el último partido de Liga, donde aventó vientos de histeria a su alrededor, una histeria muy mal digerida desde las alfombras de la planta noble madridista, que no entendía nada del guión escrito por su entrenador principal.

José Mourinho