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España, campeona del mundo y campeona en chapuzas
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José Manuel García

No hay Estrellas

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España, campeona del mundo y campeona en chapuzas

Estoy seguro de que la mayoría de ustedes, queridos lectores, saben que el fútbol de este país, salvo dos equipos, mira muy de cerca las luengas

Foto: España, campeona del mundo y campeona en chapuzas
España, campeona del mundo y campeona en chapuzas

Estoy seguro de que la mayoría de ustedes, queridos lectores, saben que el fútbol de este país, salvo dos equipos, mira muy de cerca las luengas barbas del monstruo de la ruina, y que, salvo cuatro, se encuentra despanzurrado en el salón de la bancarrota. Nuestro fútbol es un portento a la hora de lucir destellos de contradicciones. España es campeona del mundo, lidera con garbo el ranking FIFA de selecciones, en nuestra Liga gallean los mejores jugadores del planeta y, sin embargo, un gran porcentaje de clubes no sabe qué hacer con tanto número rojo.

¿Cómo se come todo esto? ¿Qué está pasando para que el fútbol de España viva el mejor momento de su historia y, sin embargo, los clubes, salvo dos, caminen con la guillotina pegada al cuello?

¿Qué hacen los dirigentes del fútbol profesional, los que comandan la Liga? ¿Por qué sacan pecho ante las nubes de ruina que nos impiden ver el sol? Mi respuesta os la envío a la dirección que queráis: nada. Los dirigentes de la LFP no hacen absolutamente nada.

Los jugadores, los profesionales de la materia, no cobran y los dirigentes de sus clubes han encontrado la salida perfecta para eludir sus obligaciones: la Ley Concursal. Ésa es la garantía necesaria para que las entidades morosas no desaparezcan o bajen de categoría y los acreedores cobren cuando les toque, si es que les toca. La AFE, el sindicato de futbolistas, trina y con razón. Asiste a la exposición del dibujo perfecto de un desastre: los clubes no pagan, sus dirigentes dejan el marrón a los administradores judiciales y se marchan de rositas, la LFP se encoge de hombros y los futbolistas se desesperan de pura impotencia.

Real Madrid y Barcelona, los dos mejores clubes del mundo, se pelean por otra cosa, por la hegemonía. Para ello estructuran sus plantillas, dan la carta de libertad o malvenden a los que no les son útiles, y compran lo necesario, aunque no sea necesariamente barato, o prudentemente caro. Por ahí andan Kun Agüero, Neymar, Cesc Fábregas o Alexis Sánchez. Piezas de alta alcurnia, que llegarán al templo destinatario, una vez rebajado en algún millón necesario, su escandaloso precio de salida. Real Madrid y Barcelona son obscenamente ricos; el resto, trágicamente pobre. Este país es campeón del mundo en todo, también en chapuzas.

Los demás clubes, a vender patrimonio para seguir respirando, para competir con cierta dignidad, aunque ya no les importe lucir algún remiendo. Eso le pasa al Atlético de Madrid. El Atlético ha pasado en 10 años de ser una alternativa a los grandes a comparsa. Ya no es el equipo de Vicente Calderón, que tuteaba a Di Stéfano y lucía victorias espléndidas a base de escote y juego. Ahora vende, vende, vende. Se marchará de una tacada su columna vertebral: De Gea, Ujfalusi, Thiago, Forlán y, muy posiblemente, Godín y el Kun Agüero. Y todavía podrá dar las gracias por seguir respirando.

Más abajo, Betis y Rayo, dos recién ascendidos, portan cadenas concursales. Zaragoza y Mallorca, lo mismo. El Málaga amaneció rico una mañana: un jeque árabe quiere invertir en pisos y en fútbol, y comienza a mover petrodólares con cierta fruición. Dicen que quiere romper la banca. En Santander, un ciudadano hindú llegó con ganas de brincar y brincó. Le imitaron los tontos. Los jugadores no rieron la gracia, pidieron cobrar y Alí se ha puesto serio  y con sigilo busca desmontar el circo. La Liga mira a otra parte. El resto de España mira al cielo y se pregunta quién será el próximo rico en aterrizar. Lo mismo nos cae un bombero kazajo o un administrativo luxemburgués. Que no se pare la música.

*Si quiere seguir a José Manuel García en Twitter, hágalo en http://twitter.com/butacondelgarci

Estoy seguro de que la mayoría de ustedes, queridos lectores, saben que el fútbol de este país, salvo dos equipos, mira muy de cerca las luengas barbas del monstruo de la ruina, y que, salvo cuatro, se encuentra despanzurrado en el salón de la bancarrota. Nuestro fútbol es un portento a la hora de lucir destellos de contradicciones. España es campeona del mundo, lidera con garbo el ranking FIFA de selecciones, en nuestra Liga gallean los mejores jugadores del planeta y, sin embargo, un gran porcentaje de clubes no sabe qué hacer con tanto número rojo.