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Nadal y Contador: nunca entierren a un campeón
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José Manuel García

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Nadal y Contador: nunca entierren a un campeón

En este planeta de extremos y subibajas, más de uno ha comenzado a cavar las tumbas deportivas de dos leyendas vivas como Alberto Contador y Rafa

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Nadal y Contador: nunca entierren a un campeón

En este planeta de extremos y subibajas, más de uno ha comenzado a cavar las tumbas deportivas de dos leyendas vivas como Alberto Contador y Rafa Nadal. Así somos: adoradores de ídolos y pirómanos vocacionales; propensos a los homenajes y con querencia maniaca a la destrucción. Construimos al mismo tiempo que destripamos. Amamos con fervor y olvidamos con una dolorosa velocidad. Dilapidamos y, lo que es mucho peor, lapidamos.

Y, pese a todo, este deporte en España sigue caminando. La costumbre de ganar parece que no es sana. Rafa Nadal lleva un lustro cosechando títulos y sorteando emboscadas en forma de lesiones, pero de golpe alguien, Novak Djokovic, le hizo tropezar varias veces, le recordó también que es humano, pero también le hizo ver que lo más duro de una derrota no es caerse, sino la forma en que te dan la espalda aquellos que no hace mucho te vitorearon.

A Contador le han enterrado mil veces en menos de un año y muchos periodistas dispararon el primer día de la Gran Carrera. De golpe, desposeyeron a Contador de todas sus esperanzas, lo condenaron a ser Poulidor para el resto del Tour. Ninguno de esos falsos profetas sabe de qué herramienta fabricaron los huesos de Alberto, ni de qué mina extrajeron su orgullo.

Yo apuesto a que la montaña de Francia espera a dictar justicia para poner a los fuertes en su sitio y a Alberto Contador por delante de todos, dando pedaladas con las piernas y con el corazón. Es cuestión de tiempo, de muy poco tiempo. El de Pinto guarda muchas noches en vela almacenadas en sus bolsillos y olisquea el momento oportuno para soltar amarras. Y ha dicho a los suyos que lo hará, que convertirá el Tour/2011 en un mural destinado a la épica.

Rafa Nadal no tiene aspecto de rey destronado, ni su sonrisa anda hecha jirones. Simplemente ha vuelto a perder con el mejor tenista del momento, un tal Novak  Djokovic, una máquina perfecta de hacer tenis; más que perfecta: una trituradora en pantalón corto a la sombra de una buena estrella. Varias veces se ha enfrentado Nole a Rafa y en todas le batió. Lo hizo porque fue mejor. En cemento, en tierra batida y en hierba. ¿Terminó el serbio para siempre con el sol que alumbra a Nadal?

Permítanme dudarlo. Rafa tiene los huesos doloridos y el orgullo magullado. Pero no ha hincado la rodilla ni puso punto y final a su historia. Al igual que un día hizo Djokovic, el mallorquín se retirará a sus cuarteles y comenzará a pulir defectos. Se volverá a citar con el serbio en cualquier torneo y a buen seguro que librará un nuevo combate hasta derramar el último gramo de sudor. Y puede que pierda de nuevo. O no. Pero no dejará de ser un campeón. A Rafa, además de orgullo, le quedan todavía muchas más cosas que la sonrisa.

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En este planeta de extremos y subibajas, más de uno ha comenzado a cavar las tumbas deportivas de dos leyendas vivas como Alberto Contador y Rafa Nadal. Así somos: adoradores de ídolos y pirómanos vocacionales; propensos a los homenajes y con querencia maniaca a la destrucción. Construimos al mismo tiempo que destripamos. Amamos con fervor y olvidamos con una dolorosa velocidad. Dilapidamos y, lo que es mucho peor, lapidamos.

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