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Barça, Liverpool, Arsenal y el expolio de las canteras como parte del éxito
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José Manuel García

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Barça, Liverpool, Arsenal y el expolio de las canteras como parte del éxito

Ya hace demasiado tiempo que España, nuestra España, dejó de ser cañí, abandonó en algún matorral la peineta, desterró a los mares del nunca jamás sus

Foto: Barça, Liverpool, Arsenal y el expolio de las canteras como parte del éxito
Barça, Liverpool, Arsenal y el expolio de las canteras como parte del éxito

Ya hace demasiado tiempo que España, nuestra España, dejó de ser cañí, abandonó en algún matorral la peineta, desterró a los mares del nunca jamás sus amores lorquianos, se puso las nikes y, hala, a realizar abdominales. La España de hoy, la que en lo deportivo gestó Ferrer Salat, saca pecho y gana títulos. En lo individual y colectivo. Arrasamos. Y lo hacemos en los deportes de masa, sobre todo en fútbol. España, la campeona, es ahora envidiada por las antiguas potencias. El gen hispánico se cotiza por las nubes. Pero en el fondo del lujoso armario yacen viejos vicios que sonrojan. Sobre todo uno: el vicio de expoliar la casa del vecino.

El Fútbol Club Barcelona, el club de moda en el mundo, el de la filosofía del toque, el club del seny, guarda en sus armarios secretos inconfesables. La entidad azulgrana, que mima su cantera y arropa en La Masía un exuberante arsenal de talentos, tiene dispersados por la geografía española una nómina importante de técnicos, que están muy bien pagados y, a cambio, rastrean las zonas en busca de talentos. Hasta ahí, todo bien. Todo perfecto. Es lo que debe hacer un club moderno. Red de ojeadores.

Pero el Barça, amparado en una ley tan antigua como la vida misma, se salta ciertas normas de conducta. Los ojeadores olisquean las parideras de talentos en las canteras de otros clubes (Real Sociedad, Málaga, Betis, Sevilla, Zaragoza, Deportivo, Murcia, Albacete, Valencia…), cazan la pieza, hablan con sus padres, les ofrecen un buen trabajo y, adiós, trabajo hecho. Mudanza de la familia con destino a La Masía. La Ley ampara al fuerte. El otro club se queda mirando al infinito y arrastrando su frustración, que se elevará cuando el futbolista en cuestión confirme su calidad y, luciendo la blaugrana, crezca como gran futbolista.

Andrés Iniesta, orgullo patrio, es un ejemplo. El genio se hizo en el Albacete, de allí a La Masía, de la Masía al cielo. Y Pedrito. Otro mundialista campeón. Jeffren, canario como Pedrito, que ha emigrado a Portugal. Mikel Arteta, ahora en el Everton, fue uno de los primeros expolios a la cantera donostiarra.

Donde las dan, las toman...

Al amparo de esta legislación, clubes extranjeros, sobre todo el Liverpool y el Arsenal, han pescado de continuo en el rico mar español. En este caso, el Barça ha sufrido en sus carnes su propia medicina. Cesc Fábregas, Piqué, Cristian Ceballos, Fran Mérida, Ayala, Pacheco, Suso, Barragán, Ignasi Miquel… una extensa nómina que parece no tener fin. Y sin ir más lejos, según publicó este martes Martí Perarnau en su página web, el Arsenal se ha lanzado ahora a por José Rodríguez, joven promesa que juega en el Juvenil B del Real Madrid. Y al arrullo del fantástico caladero, el Inter se ha unido al grupo de los depredadores: ha fichado a Luque, un talento que procede del juvenil del Sevilla.

Dinero, sueños de grandeza, un futuro que puede abrirse o romperse. La Federación lo sabe. También está al tanto la UEFA. Pero no dicen nada. No quieren molestar a los gigantes.

Ya hace demasiado tiempo que España, nuestra España, dejó de ser cañí, abandonó en algún matorral la peineta, desterró a los mares del nunca jamás sus amores lorquianos, se puso las nikes y, hala, a realizar abdominales. La España de hoy, la que en lo deportivo gestó Ferrer Salat, saca pecho y gana títulos. En lo individual y colectivo. Arrasamos. Y lo hacemos en los deportes de masa, sobre todo en fútbol. España, la campeona, es ahora envidiada por las antiguas potencias. El gen hispánico se cotiza por las nubes. Pero en el fondo del lujoso armario yacen viejos vicios que sonrojan. Sobre todo uno: el vicio de expoliar la casa del vecino.