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La eliminación en la Copa parece que agota el crédito de Marcelino
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José Manuel García

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La eliminación en la Copa parece que agota el crédito de Marcelino

La Copa se mostró esplendorosa en Sevilla: dos clásicos de nuestro fútbol, como el Sevilla y el Valencia, dejándose los dientes, un ganador echando espuma por

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La eliminación en la Copa parece que agota el crédito de Marcelino

La Copa se mostró esplendorosa en Sevilla: dos clásicos de nuestro fútbol, como el Sevilla y el Valencia, dejándose los dientes, un ganador echando espuma por el esfuerzo y la satisfacción, y un perdedor buscando las banderolas de la meta y dejando tiras del pellejo hasta el último sonido del silbato. Emoción, taquicardias, lágrimas, sudores, sangre y, por momentos, ribetes de fútbol. Ganadores que aspiran a jugársela con el Levante y luego, en semifinales, a la ruleta rusa con uno de los 'grandes'. Perdedores que no ganaron lo suficiente y se quedan, una vez más, en las puertas de nada, que es lo que más duele. Por ahí, el que más pierde es el sevillista Marcelino, que hace tiempo se cayó de los altares en el Templo de las simpatías de Nervión, porque ha cometido el pecado de no cocinar el fútbol que por el sur se estila.

Con Reyes, el fichaje estrella del invierno, el Sevilla se bajó precipitadamente del autobús de la Copa. La culpa la tuvo el Valencia, un equipo que actúa como un rodillo y  tiene jugadores que conocen de memoria el libreto de Emery. El Valencia posee un murallón en defensa, dos futbolistas como Jonás y Banega, que manejan los tiempos y saben desquiciar al adversario con pases de una calidad más que aceptable. Uno de ellos lo cazó Roberto Soldado y valió una eliminatoria.

El Sevilla no conoce ningún libreto y juega a empellones, como si fuera la hora punta del Metro. La aportación de Reyes no se aprovecha, porque el de Utrera vio muy poco a Jesús Navas, que es de Los Palacios, el pueblo vecino. Utrera y Los Palacios parecían estar en continentes distintos. Y menos veía a Negredo, que es de Vallecas.

Y ese baile con los pies amarrados lo nota la grada hispalense, que no gana para sofocones. Primero fue la temprana eliminación en Europa, después un caminar liguero a trancas y barrancas, con demasiadas derrotas que duelen, y ahora se corona la cima de los sufrimientos a manos de un adversario directo en las aspiraciones para alcanzar la Champions. Muchos golpes y ningún caramelo. Marcelino anda tocado en la confianza de la gente, que no entiende el poco fútbol que derrama este Sevilla, pese a los futbolistas que lucen su escudo.

Con Reyes, Navas, Diego Perotti, Negredo, Medel, Kanouté, Rakitic, Martín Cáceres, todos internacionales, el Sevilla anda descolgado de los puestos de Europa, expulsado de la Copa y, lo que es peor, metido en un saco de dudas. Con un plantel así, cuajado de grandes promesas (Luis Alberto y Gómez Campaña) que no rompen por falta de oportunidades, el fútbol hace mucho que quedó muy lejos de las paredes de Nervión.

José María Del Nido, el presidente, no suele precipitarse en sus decisiones. Pero toma nota. El sábado, el Sevilla se mide en casa con el Espanyol y un traspié podría hacer volar la cabeza del técnico asturiano. En los pasillos del estadio blanco se hablaba anoche de dos nombres para sustituir a Marcelino. El primero, y ahora gran favorito, Quique Sánchez Flores. La llegada de Reyes podría otorgarle visado preferente. Quique es un hombre del agrado de Del Nido y de Monchi, director deportivo sevillista. Ambos no se olvidan de Ramón Tejada, técnico del filial, padrino de los últimos éxitos de la cantera.

El fútbol no perdona y Marcelino digiere perfectamente en sus entrañas las particulares cuchillas que este deporte maneja. Si no hay resultados, llegan los ceses. Un nuevo golpe en la Liga, y adiós. Pronto aterrizará el Real Betis y en la ciudad de las Vírgenes y las dos orillas, nadie concede un metro de ventaja. O muere.

La Copa se mostró esplendorosa en Sevilla: dos clásicos de nuestro fútbol, como el Sevilla y el Valencia, dejándose los dientes, un ganador echando espuma por el esfuerzo y la satisfacción, y un perdedor buscando las banderolas de la meta y dejando tiras del pellejo hasta el último sonido del silbato. Emoción, taquicardias, lágrimas, sudores, sangre y, por momentos, ribetes de fútbol. Ganadores que aspiran a jugársela con el Levante y luego, en semifinales, a la ruleta rusa con uno de los 'grandes'. Perdedores que no ganaron lo suficiente y se quedan, una vez más, en las puertas de nada, que es lo que más duele. Por ahí, el que más pierde es el sevillista Marcelino, que hace tiempo se cayó de los altares en el Templo de las simpatías de Nervión, porque ha cometido el pecado de no cocinar el fútbol que por el sur se estila.