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Un Betis-Sevilla se vive quince días
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José Manuel García

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Un Betis-Sevilla se vive quince días

El Real Madrid-Barcelona ha echado una cortina de terciopelo esta semana y solapado el que es uno de los clásicos de más solera del fútbol hispánico:

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Un Betis-Sevilla se vive quince días

El Real Madrid-Barcelona ha echado una cortina de terciopelo esta semana y solapado el que es uno de los clásicos de más solera del fútbol hispánico: un Betis-Sevilla.  El hispalense es un duelo al sol y a la sombra, una remanguillé futbolística, que rompe (deportivamente) sintonías matrimoniales (hay matrimonios mixtos que son una bendición y un martirio) y llena de romeros y tomates los patios.

Un Betis-Sevilla dura quince días: los siete días por delante y los siete días por detrás. Gloria y sufrimiento. Guasa y dolor. Vinagre y aceite. Cara y cruz. Un partido así no deja indiferente a nadie. Los grandes se hacen chicos, los chicos parecen Goliat. Los cabezudos se hacen gigantes y los gigantes corren el grave riesgo de hacer 'crash'. El que gane tendrá extra de gasolina en humores; el que pierda se las verá con los infiernos y el escarnio lo llevará en la frente durante siete días y siete noches: "No te quea ná"!

Este Betis-Sevilla del sábado recoge todas las paradojas de la vida, su azúcar y sal, las profundas raíces que anidan en una tierra tan bella y difícil como es Sevilla. El que se pone la camiseta de un equipo lo es para siempre jamás. El Nico Olivera, un uruguayo que militó en las filas sevillistas durante tres temporadas, declaró ayer: "Los sentía (los partidos) como si fuera un sevillista de toda la vida. Yo mamaba los derbis sin necesidad de motivación extra".

Los jugadores que lucieron la elástica del Betis, así se encuentren en Alaska, siempre bichean los aparatos en busca de noticias del equipo de rayas verdiblancas. Son del Betis a muerte. No se puede ser más bético: desde Joaquín, a Sebastián Alabanda, desde Gordillo a García Soriano, el Betis no se olvida. Es imposible.

El niño Reyes, flamante fichaje invernal del Sevilla, aterrizó en el club a los 13 años, lo llevaba su padre, bético reconocido, un día y otro, en la Ciudad Deportiva, que está en la carretera de su pueblo, Utrera. Por cierto, José Antonio Reyes volverá a vivir un clásico, después de ocho años de ausencia. Como Joaquín Caparrós, el ex atlético jamás ha perdido contra el eterno rival. Esta semana, su padre ni nombra el partido. En la ciudad de la alegría y de la guasa, ahora de las penurias, un Betis-Sevilla es algo tan profundo como un quejío de El Caracol. Y nadie se lo toma a guasa.

El Real Madrid-Barcelona ha echado una cortina de terciopelo esta semana y solapado el que es uno de los clásicos de más solera del fútbol hispánico: un Betis-Sevilla.  El hispalense es un duelo al sol y a la sombra, una remanguillé futbolística, que rompe (deportivamente) sintonías matrimoniales (hay matrimonios mixtos que son una bendición y un martirio) y llena de romeros y tomates los patios.

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