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Al Atlético no le llegó para hacerle un favor a su amigo Barcelona
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José Manuel García

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Al Atlético no le llegó para hacerle un favor a su amigo Barcelona

Uno recuerda un detalle muy significativo: Jugaba el Atlético en el Calderón contra el Albacete. Ganó el Atlético por 4-1, con actuación insuperable de Bernd Schuster.

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Al Atlético no le llegó para hacerle un favor a su amigo Barcelona

Uno recuerda un detalle muy significativo: Jugaba el Atlético en el Calderón contra el Albacete. Ganó el Atlético por 4-1, con actuación insuperable de Bernd Schuster. El Real Madrid, entrenado por Leo Beenhakker, tenía la Liga en la mano, mucho más en la mano con los goles de Fernando Hierro y Hagi, 0-2.  Pero remontó el Tenerife: uno, dos, tres. Y aquel estadio rojiblanco estalló de júbilo. Pero no por los goles de Schuster, sino porque el título cambió de rumbo en el último soplido. De Cibeles viajó a las Ramblas, a Barcelona.

Pero ahora, con toda la carne en el asador y sin nada en la reserva, el Atlético se vació para ganar. No dejó un gramo de energía en el bidón. Quería ganar or encima de todas las cosas, cortarle las piernas al Real Madrid camino del título, hacerle un favor a su amigo Barça. Pero apareció Cristiano. Tres veces Cristiano, y el Atlético se vació, pero no le llegó para hacerle un favor a su amigo Barça.

Le decía un paisano a otro: “Antes que al vecino, con lo coñazo que es, prefiero que le toque la lotería a un paisano de Lugo o de Hamburgo”. Pues ese sentimiento, añadido a una pelusilla vecinal, media docena de desencuentros, un sentimiento de inferioridad por un lado, de arrogancia por otro… esa amalgama de pus insana, ha obrado esa cercanía hacia el otro dinosaurio de nuestra Liga, el Barça.

Cuando el Atlético era gallo que peleaba de igual a igual con cualquiera de los gallos, el Barça alcanzaba el grado de “enemigo noble”. Y los atléticos canturreaban  entre dientes esa estrofilla de graderíos: “Si yo no puedo, Barça, hazme feliz: gánala tú, nunca el Madrid”.

Los trasvases de jugadores de Barcelona al Manzanares o viceversa, así lo confirman. Uno se acuerda de Jorge Mendoça, por ejemplo, o de Marcial Pina, o de Pepe Reina; más adelante tenemos a Julio Salinas, Eusebio Sacristán, o Juan Carlos; más cercanos, a Motta, Sergi Barjuán, un flujo de jugadores que se ha derramado a lo largo de la historia y que a buen seguro no terminará en mucho tiempo.

El Atlético tiene cierta querencia azulgrana y sus seguidores no se cortan las venas por un triunfo culé. Incluso parece que el duende de la inspiración se le suele aparecer cuando se enfrenta al Barça. El Atlético incluso mejora su imagen, y convierte sus duelos contra los catalanes en una borrachera de goles. Ya es tradición.

El Atlético hace doce años que no le dobla la espalda a su adversario blanco. Doce. Demasiado tiempo para su salud anímica, un mundo para sus seguidores. De aquella época del doblete ahora, llovió demasiado. El gigante madridista ha crecido desmesuradamente, el Atlético, por el contrario, se ha empequeñecido. El otro gigante sigue a la par que los de Chamartín.

Uno recuerda un detalle muy significativo: Jugaba el Atlético en el Calderón contra el Albacete. Ganó el Atlético por 4-1, con actuación insuperable de Bernd Schuster. El Real Madrid, entrenado por Leo Beenhakker, tenía la Liga en la mano, mucho más en la mano con los goles de Fernando Hierro y Hagi, 0-2.  Pero remontó el Tenerife: uno, dos, tres. Y aquel estadio rojiblanco estalló de júbilo. Pero no por los goles de Schuster, sino porque el título cambió de rumbo en el último soplido. De Cibeles viajó a las Ramblas, a Barcelona.