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Andy Soucek

Quemando Rueda

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Mi primera vez

Para todo en la vida existe una primera vez y, en la mayoría de los casos, uno nunca la olvida. Todo el mundo me hace la

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Mi primera vez

Para todo en la vida existe una primera vez y, en la mayoría de los casos, uno nunca la olvida. Todo el mundo me hace la misma pregunta cuando hablamos sobre carreras de coches. “¿Qué se siente al conducir un F1?”.

Me siento un afortunado por poder responder a esa pregunta, ya que durante mi trayectoria deportiva he podido probar tres diferentes: un Toyota, un Super Aguri y un Williams. Pero, de ellos, me quedaría con este último, que no fue precisamente el primero de todos: el test que tuve la oportunidad de realizar con el equipo Williams a finales de 2009, tras proclamarme campeón del Mundo de F2.

Todo empezó la semana anterior, cuando tuve que ir a la fábrica del equipo en Inglaterra. Adentrarte en las instalaciones por las que han pasado pilotos de la talla de Senna, Mansell, Prost, Hill, Villeneuve o Button te hace respirar el aire de los campeones. Ver sus fotografías ampliadas a tamaño casi real y los trofeos de tantos años te inspira confianza y te haces consciente, te sientes orgulloso de adonde has llegado tras tantos años de sufrimiento: a poder pilotar un Fórmula 1.

El asiento, como un sofá

Uno de los momentos más bonitos fue cuando me entregaron el mono, los guantes, la ropa ignífuga con el nombre de Williams, los sponsors, y mi nombre al lado. Para la ocasión había decidido pintar mi casco con los colores del equipo, pero manteniendo mi diseño. Después, llegó el momento de ver el monoplaza que iba a pilotar. Estaba aún desnudo y le faltaban muchas piezas. El monocasco estaba allí, era lo principal porque es el elemento imprescindible para poder moldear el asiento a medida para mi cuerpo. Me puse a palpar el coche mientras pensando que la hora de la verdad estaba cerca.

La fabricación del asiento es  un proceso singular. En categorías inferiores, se lleva a cabo con dos productos líquidos que, una vez en contacto, generan una reacción química que los convierte en una masa que se amolda gradualmente a la forma del piloto según se va endureciendo. En Fórmula 1, sin embargo, todo es carbono porque se trata  de reducir el peso al mínimo y el asiento tampoco es la excepción. Pensaréis lo duro que debe ser el carbono para ir sentado directamente en el mismo, pero como está moldeado según la forma de tu cuerpo, te envuelve de tal manera que te hace sentir como si estuvieras en el sofá de tu casa.

A punto de vomitar en varias ocasiones

Llegó luego el turno al simulador para ir habituándome al coche, aunque fuera solo de manera virtual. No es un videojuego, te sientas en un monocasco original, con el volante original y una pantalla casi de cine en torno a ti. Aunque parece que estás subido al coche, sin embargo es muy difícil simular la realidad. Se ha llegado a un gran nivel, pero aún falta algo de tiempo para recrear el realismo absoluto. En cualquier caso, no es fácil de conducir y os puedo asegurar que durante las dos horas que pasé estuve a punto de vomitar en varias ocasiones.

Tras el trabajo en la sede de Williams, ya solo quedaba contar los días, las horas, y hasta los minutos para un día histórico. El test tuvo lugar en el circuito de Jerez. En principio, mi único miedo para afrontarlo al 100% era mi condición física. No sabía si sería capaz de aguantar un día entero sometido a fuerzas g que nunca antes había experimentado. Por ello, me pasé varios meses entrenando casi obsesivamente, especialmente la zona del cuello y el trapecio.

Ni un saludo

Cuando entré en  el paddock y vi los Ferrari, McLaren, Renault o Red Bull, todo me parecía un sueño; una imagen que tantas veces se había pasado por mi cabeza estaba a punto de convertirse en realidad. Entré por el box y vi a los ingenieros. Ni me miraron. Luego pasé a otro box, donde estaban los mecánicos trabajando en el coche, pero tampoco me saludaron. Esa pasividad de los miembros del equipo creó un poco de tensión dentro de mi, pero recordé la frase que mi padre siempre me decía: “Al equipo hay que ganárselo en la pista, te tienen que respetar por lo que haces, tienes que ser el mejor”.

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Llegó el momento de subirse al coche. Antes, mi fisioterapeuta inició una sesión de calentamiento que casi me destroza, parecía que me quería matar, pero solo estaba  poniendo a punto mi musculatura para empezar la jornada. Me subí al coche, arrancaron el motor, calibré el punto de mordida del embrague accionando varios botones y levas a la vez y salí a pista sin que se calase. Toda mi adrenalina y nerviosismo pasaron a la historia pero cuando aceleré al salir de boxees no pude reprimir un grito de euforia dentro del casco.

Una adherencia indescriptible

Había pasado varios días memorizando el funcionamiento del volante. Me fui haciendo con el coche rápidamente. Todo marchaba según lo previsto, cada vez iba más deprisa y ya me acercaba a los tiempos de Rosberg en pretemporada.

Recuerdo una anécdota con Patrick Head. Cuando me bajé del coche y le dije que iba perfecto, me contestó : “Andy, no me dirás lo mismo a final del día”. Efectivamente, tenía toda la  razón, porque cuando me familiaricé con el coche empecé a encontrar los defectos, lo que ocurre cuando empiezas a acercarte al límite.

¿Lo que más me impresionó?  Los frenos. Te preguntas cómo es posible pasar de 300km/h a 50km/h en 70 metros. Sigo sin entenderlo. Al igual que la aerodinámica, tan extraordinaria. Las curvas rápidas eran algo fuera de lo normal, estratosféricas. La adherencia, el agarre que una máquina como esta tiene cuando bajas una marcha y das gas a fondo a 230km/h es indescriptible.

A la caza del tiempo

Pero llegaba el momento de intentar mejorar hasta poder destacar ante la oportunidad que me brindaba el test de Williams. A mitad del día estaba situado en la tercera posición.  Era un buen resultado pero no me valía. Quería intentar consolidarme como el mejor del día para poder marcar un antes y un después en mi vida.

Pusimos el primer juego de ruedas (superblandas) y en la segunda curva entré pasado. Hice un trompo. Veía pasar el Ferrari, el Brawn GP, el Red Bull y pensaba: “Dios mío, estoy aquí, parado en mi vuelta rápida, es la oportunidad de lucirme y la estoy desaprovechando, ¡¡¡que vengan ya a por mi!!!” Afortunadamente pararon la sesión y llevaron el coche de vuelta a boxes. El tiempo apretaba y quedaba poco más de media hora para terminar la jornada. La mayoría había puesto ya neumáticos nuevos y yo seguía ahí, esperando a que limpiaran, revisaran el coche y me cambiaran los neumáticos para poder salir a por el último intento, un todo o nada. Me jugaba mucho.

“Lo podías haber hecho mejor”

Caí hasta la quinta posición. No tenía más remedio que hacer una vuelta perfecta si quería cumplir mi objetivo, por lo que salí con las pilas puestas y me lancé a muerte. A medida que pasaba la vuelta y las curvas, en el volante veía el tiempo que me indicaba -0.3s, -04s, -0.5s… Iba mejorando mi vuelta rápida. Nunca olvidaré el momento en que pasé la meta y vi el 1.19.1 suficiente para terminar el día en primera posición.

Cuando terminó la sesión, los mecánicos e ingenieros que al principio no me saludaban pasaron luego a felicitarme, y  pude apreciar su respeto hacia mi. Sin embargo, Patrick Head parecía serio. Le pregunté si estaba contento pero, con su vozarrón, me contestó  con un contundente: “lo podías haber hecho mejor”… Me dejó helado. Pensándolo luego en frío, me conformaba con esas palabras, porque llegaba de una persona por la que han pasado a los mejores pilotos de la historia. En realidad, con esa frase, simplemente me estaba enseñando lo que es la Fórmula 1. Nunca se está satisfecho con nada.

Para todo en la vida existe una primera vez y, en la mayoría de los casos, uno nunca la olvida. Todo el mundo me hace la misma pregunta cuando hablamos sobre carreras de coches. “¿Qué se siente al conducir un F1?”.