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La cita del imponente Federer con Nadal tras llorar en Wimbledon
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Álvaro Rama

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La cita del imponente Federer con Nadal tras llorar en Wimbledon

Cuenta Roger Federer que, en un período de duda, grietas físicas o simple paso del tiempo, consultó a su equipo sus opciones de seguir en la élite. Tras ganar Wimbledon queda claro que acertó

Foto: Federer, de blanco, levantando su trofeo de Wimbledon. (Reuters)
Federer, de blanco, levantando su trofeo de Wimbledon. (Reuters)

El hito invita a frotarse los ojos. Roger Federer voló para levantar su octava copa de Wimbledon y alzar al cielo de Londres su 19º Grand Slam, humanizando un imposible deportivo. La coronación de suizo en la capital británica, unido a la copa evitando cualquier rasguño, sirvió para subrayar la figura del jugador más ganador de todos los tiempos. Roto en lágrimas sobre la toalla, rota la historia en el torneo más antiguo, confirmó la pervivencia de un jugador eterno. La ascensión un talento tal que recoge Grand Slam a pares cuando cualquiera se habría saciado.

La propia historia pone en medida el mérito de Roger: si ningún hombre había logrado ganar Wimbledon más allá de los 31 años, quedando la marca de Arthur Ashe intacta desde 1975, Federer ha tomado la copa a unas semanas de cumplir los 36. Rompiendo una registro de cuatro décadas sin ceder un set por el camino, algo sin precedente para un jugador que ha hecho hogar de este torneo. Eso no es pulverizar una marca, es algo diferente. Otra dimensión de historia ante la vista.

Rozar la perfección en un entorno complicado

Fue tal la ilusión por competir que se firmó algo que ni el propio Federer había visto en vida: ganar Wimbledon sin entregar un set. Una hazaña borrada en los últimos 41 años del tenis masculino, cuando Bjorn Borg se impuso en la edición de 1976, época de madera y pelo largo. Un imposible privado a varias generaciones. Rozar la perfección en el entorno más complicado, donde la capacidad de reacción encuentra su margen más estrecho. Es, en definitiva, la capacidad de reinvención de un icono del deporte.

“Una cosa es jugar Wimbledon y otra es ganarlo”, defendió el mayor campeón en la historia de un torneo centenario. Un evento que exige la forma óptima del tenista por su particularidad. Una superficie rauda como ninguna otra, que pide unos reflejos listos para lanzar el cuerpo a toda velocidad. Un vuelo bajo de pelota, a responder con las rodillas en flexión durante dos semanas. Y una mente fría, razonable con la idiosincrasia de la superficie, presta a generar problemas por cometer apenas un error.

Grietas físicas nunca vistas en su carrera

Cuenta Roger que, en un período de duda interna (cinco años sin levantar un grande), grietas físicas nunca vistas en su carrera (una espalda entumecida, un menisco quebrado) o simple paso del tiempo (ningún otro jugador de 1981 aguanta este ritmo), consultó a su equipo sus opciones de seguir en la élite. La réplica fueron tres requisitos: estar al 100% físicamente, bien preparado y con hambre para seguir jugando. Si faltaba alguno de estos pilares la empresa sería imposible. Roger lo ilustró en el evento más delicado.

Si alguna vez existió el miedo escénico, Federer lo hizo patente sobre la Centre Court de Wimbledon. Para culminar su obra, el rival no pudo ser más indicado. El jugador que detuvo a Roger en las semifinales del US Open 2014 (pocas veces se vio algo igual) y que amenazó al suizo en Londres doce meses atrás (tuvo tres pelotas de partido) quedó reducido al llanto. En una imagen para la historia, Cilic rompió a llorar en mitad del encuentro, con una ampolla en un pie y el alma hirviendo. Tal fue la versión de Federer, capaz de hacer aflorar una impotencia descarnada a la vista de todos.

La hazaña es tal que Roger, un deportista agradecido con el halago y la reverencia, no ha dudado en reconocerse “sorprendido” tras ganar el Abierto de Australia, Indian Wells y Miami, paradas originalmente planteadas para llegar en plena forma a Wimbledon. Su actuación en Londres, el gran objetivo original, ya se aparta cualquier calificativo. Y planta una semilla de impresión en el vestuario: Federer ha hecho suyos los cuatro mayores torneos jugados en 2017 lejos de la tierra batida, el mismo panorama que encontrará hasta el cierre del año. Así, y tras atribuir su frescura a los seis meses empleados al margen de la competición durante la temporada 2016, el suizo siguió escribiendo uno de los regresos más imponentes en la historia del deporte.

Batalla abierta por el número 1

La copa de campeón es, claro un nuevo impulso para Federer, el jugador con más títulos de la temporada (cinco) y ya un candidato claro a la cima del circuito. Cuando este lunes aparezca la lista del ATP World Tour, ésa que acumula esfuerzos de las últimas 52 semanas y proyecta la vigencia de un tenista, el suizo verá un panorama claro. En una carrera de fondo hasta el cierre del curso, cuando copar la cima del ranking tiene un mayor peso histórico, será el tercer hombre y tendrá al alcance de la mano a los dos primeros clasificados: Rafael Nadal (a 920 puntos) y Andy Murray (a 1.205 unidades).

La cantidad de puntos a proteger hasta el final de año, además, coloca el de Basilea en una posición de privilegio, como una locomotora con vía libre para tomar velocidad. Si el español (370 unidades) y, sobre todo, el británico (5.460 puntos), encontrarán una mochila a cargar, Roger correrá con libertad en los hombros. Una realidad que puede dar paso a uno de los registros más imponentes en una carrera de oro. Ni copar el ranking (Lendl, con 33 años) ni cerrar el año en la cima (Agassi, 29) fue jamás algo viable para un jugador de edad tan avanzada.

De continuar la dinámica mostrada en 2017 Roger podría estar ante una batalla por la primera plaza frente a frente con el español, que bordó la arcilla (campeón en Montecarlo, Barcelona, Madrid y Roland Garros) y brilló de nuevo en pista dura (finalista en Melbourne y Miami).

“Sigo jugando porque me gusta”

El triunfo de Roger muestra, por encima de todo, el hambre competitiva de una leyenda con todo probado. “Sigo jugando porque me gusta”, se lanzó el suizo, poniendo la pasión por bandera para nombrar su razón de ser en el circuito. Las ganas de un jugador que renunció a tres meses de juego, la temporada de arcilla para oxigenar el cuerpo. “Siento que estoy trabajando a media jornada”, destacó un jugador de habilidad histórica, dominador en una disciplina de repetición y tino en la que apartar el cuerpo suele significar perder el paso. “Ahora, jugar un mínimo de partidos será una de las claves de ahora en adelante”, anticipó el suizo, dispuesto a cargar el segundo tramo del año, enfocado en evitar que el calor de competición sea engullido por un excesivo descanso.

La victoria fue felicidad en el rostro de Roger. Vencedor en Londres cinco años después, tiempo suficiente para hacerlo ante sus dos parejas de gemelos. Con edad suficiente, ahora sí en el caso de ellas, para comprender lo logrado. Para saber lo que es Federer ganando en Wimbledon. El suizo, con la sonrisa aún esbozada y el cuerpo caliente, se reveló sobre la pista. Saboreando la reconquista del trofeo más deseado. “Si tú crees, puedes hacer un largo camino en la vida. Hice eso, seguí creyendo”.

El hito invita a frotarse los ojos. Roger Federer voló para levantar su octava copa de Wimbledon y alzar al cielo de Londres su 19º Grand Slam, humanizando un imposible deportivo. La coronación de suizo en la capital británica, unido a la copa evitando cualquier rasguño, sirvió para subrayar la figura del jugador más ganador de todos los tiempos. Roto en lágrimas sobre la toalla, rota la historia en el torneo más antiguo, confirmó la pervivencia de un jugador eterno. La ascensión un talento tal que recoge Grand Slam a pares cuando cualquiera se habría saciado.

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