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Un título ganado, un gol sublime y todo para nada
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Jesús Garrido

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Jesús Garrido

Un título ganado, un gol sublime y todo para nada

El futuro ahora mismo para la segunda fila de jugadores del Madrid es muy incierto, pero los que se queden saben perfectamente que por muy bien que lo hagan, no serán titulares

Foto: Lucas Vázquez fue, una vez más, uno de los mejores del Madrid (Chema Moya/EFE).
Lucas Vázquez fue, una vez más, uno de los mejores del Madrid (Chema Moya/EFE).

El momento de fichar por un equipo grande es la culminación de la carrera de un futbolista, que ha alcanzado por vez primera el máximo nivel real y solo a partir de entonces puede sentir que ha podido completar su carrera. Se puede ser feliz jugando siempre en el mismo equipo, o si se disfruta de la vida simple del equipo de la tierra, pero jugar en un grande es y será siempre un nivel superior. Hablo de un gigante, un Madrid, Barça, United o Bayern, no de esos nuevos ricos que surgen de vez en cuando y que no llenan corazones ajenos. En esos lugares se alcanzan los mayores niveles futbolísticos, incluso cuando esos clubes no están en su cúspide.

En sus presentaciones en aquellos lugares mágicos, los jugadores dicen que "era irrechazable" la oferta que les propusieron. Es ello, probablemente, una muestra de la falta de raciocinio de algunos futbolistas. Todo es rechazable. Y todo es aceptable, incluso salir de esos clubes. Incluso puede llegar a ser comprensible. Porque cuando se alcanza ese estatus futbolístico se sabe que hay dos opciones: o ser titular o no serlo. Y hay algunos que no lo son casi nunca. Y aun con ello deciden seguir.

Foto: Sergio Ramos levantó su segundo título como capitán (EFE).

El Bayern y el Manchester United son clubes monstruosos, pero la excelencia que han alcanzado Madrid y Barça en la última década les ha poseedores de unas características muy diferentes a los dos primeros. La competencia no existe, pues los que juegan lo hacen siempre y este hecho no se discute internamente. Son tan buenos que se lo han ganado. Esto hace que los demás aspiren a jugar lo que no pueden jugar los buenos. O los mejores, para ser justos. Y aun así, quieren seguir en el equipo.

Estos chicos, algunos de ellos en edad poco más que pueril y de desarrollo personal y deportivo, son los que jugaron la final de la Supercopa de Europa. Les tocó. No es un evento ese en el que estén llamados a participar. Tres de ellos habrían sido invitados al campo a lo largo del segundo tiempo si el partido se hubiera jugado a final de agosto, lugar temporal que le correspondería si la UEFA no se hubiera tomado a cachondeo su propia competición. Pero no, a la UEFA ya le sobra la Supercopa y la estableció menos de un mes después de que Cristiano fuera más feliz que nunca. Así que los Isco, Kovacic, James, Asensio, Lucas Vázquez y Morata se vieron todos juntos en una situación que raras veces se volverá a repetir en un partido de alta alcurnia como debía ser este amistoso con prórroga.

Y lo hicieron muy bien. Bueno, bastante bien, que tampoco vamos a exagerar, pues ganaron en la prórroga al Sevilla, y se supone que el Madrid tiene calidad en el banquillo para ganar a la mayoría del planeta. Isco organizó al equipo con criterio en una función que no es la suya, pero que es la que debe ejercer para ser jugador del Real Madrid. Kovacic ejerció de balanza, mientras que Lucas y Asensio inquietaron a los defensas hispalenses casi tantos como el mosquito del Zika a los golfistas ausentes en Río. Morata, en cambio, hizo uno de esos partidos por los que Allegri no se fiaba en él con regularidad. Más allá del punta, los otros poco habituales estuvieron más que correctos.

Los casos de Lucas y Asensio son definitorios de la situación del prototipo de gran suplente madridista. Lucas lo demostró el año pasado. Es un jugador para un grande, incluso para momentos comprometidos como iniciar una tanda de penaltis de una final de la Copa de Europa. Es determinante y lo demuestra. Asensio es un mago que está aprendiendo a sacar conejos de chisteras y que acabará haciendo clones suyos como Hugh Jackman en El truco final. Tiene tantas posibilidades rondándole por la cabeza y transformándose en su pie izquierdo que es ofensivo no verlo todos los días jugar aunque sea un rato. Y lo probable es que no lo veamos mucho.

Porque un jugador de los que hablamos podrá hacerlo muy bien, como lo hicieron en Trondheim, pero no van a jugar un partido de los gordos a no ser que haya una baja. No hay opción. Si hubiese, por poner un ejemplo, un Real Madrid-Bayern de semifinales de Champions, en 99 de 100 ocasiones, Asensio y Lucas serían suplentes si Bale, Cristiano y Benzema están suficientemente sanos. Esa es la realidad que aceptan, al menos durante un tiempo. Jesé dijo que ya estaba bien, que él debía ser titular ya. Y va el muchacho y se va a un equipo en el que lo tiene casi igual de complicado para jugar, pero eso ya es una decisión personal. Hicieron lo mismo Callejón, Albiol, Granero, hasta Higuaín. Porque saben que por mucho que hagan, aunque entreguen títulos en bandeja, no les sirve de nada.

El momento de fichar por un equipo grande es la culminación de la carrera de un futbolista, que ha alcanzado por vez primera el máximo nivel real y solo a partir de entonces puede sentir que ha podido completar su carrera. Se puede ser feliz jugando siempre en el mismo equipo, o si se disfruta de la vida simple del equipo de la tierra, pero jugar en un grande es y será siempre un nivel superior. Hablo de un gigante, un Madrid, Barça, United o Bayern, no de esos nuevos ricos que surgen de vez en cuando y que no llenan corazones ajenos. En esos lugares se alcanzan los mayores niveles futbolísticos, incluso cuando esos clubes no están en su cúspide.

Lucas Vázquez Marco Asensio Isco Álvaro Morata