Tribuna
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Tras ver a Argentina la pregunta es: ¿qué espera Messi para renovar con el Barça?
El astro argentino se transforma cuando juega con su selección, mientras que en el Barça, donde lo tiene todo y triunfa, parece que las conversaciones para renovar no avanzan
En mi primera visita a Buenos Aires, en el verano del 2014 (verano para una europea), se cumplían tres días de la final del Mundial de Brasil que ganó Alemania por 1-0 con gol de Götze. Teniendo en cuenta que una semana antes los alemanes habían humillado a la anfitriona, en casa, por 1-7, el asunto no parecía tan grave y andaban los sesudos analistas sobre si el descalabro era mayor o menor que el Maracanazo. Así, con estas, aterricé por primera vez en Buenos Aires. Y, por puro pudor no contaré el golpe, el dolor, de la muerte de Jorge 'Topo' López en Sao Paulo justo el día antes de la semifinal con Holanda. El asunto del fútbol en aquellos momentos la verdad es que me daba bastante igual.
Siempre me ha repateado el hígado la 'crónica del taxi'. Esos análisis de guiris en los que uno llega a una ciudad que no conoce, habla con el taxista y reproduce lo que le cuenta como si fuera palabra de dios, te alabamos señor. La ley. Así que ya me perdonarán, porque voy a pecar, pero no puedo olvidar en aquel otoño bonaerense al taxista que me condujo hasta la Bombonera y Caminito, y que por el acento, enseguida supo de dónde era yo y propuso el trato: "Les dejamos a Leo Messi. Total, no es argentino". "¡Vale!", contesté. Hace apenas una semana en una entrevista para una televisión uruguaya, Messi y Luis Suárez contaban sus cosas, entre ellas que meaban sentados, y reían mientras en varias ocasiones eché en falta subtítulos en la conversación para entender lo que decían, porque parecía otro idioma.
Messi tiene 29 años, lleva desde los 13 viviendo en Barcelona. Y, sin embargo, cada vez que le escucho hablar no le 'siento' menos argentino, sino más. Se ha creado un universo propio, una burbuja en la que él es el rey, el astro, el mejor y nadie se atreve a decirle chitón porque se lo ha ganado con creces. Es, sencillamente, incontestable. Pero, cada vez que se va a jugar con Argentina cae a plomo la tristeza, lo gris, la mediocridad. Anoche volvió a suceder en un campo, el Monumental que era un patatal donde la pelota saltaba como un conejo y el que Leo apenas olió el balón. El juego de la albiceleste es infumable y Messi, aunque a veces 'se vista de', no es dios. Es un extraordinario futbolista que en su selección está más solo que la una y que continua purgando el 'pecado' de no ser Maradona. Él solo no ha logrado ningún título, efectivamente, pero la cuestión es qué diantres haría Argentina sin él. Porque cuando una se sienta a mirar un partido de la albiceleste lo único que espera ya es a ver qué rescata Messi del naufragio general. A cada partido el juego es peor, aunque parezca imposible.
En la madrugada española el gol de la victoria anoche de Argentina fue de Messi. Y de penalti en el minuto 15, cuando fue él quien falló el decisivo en la tanda de la Copa América frente al mismo rival y anunció después su adiós, roto. Volvió, pero ante las dudas sobre su renovación con el Barcelona la gran cuestión es qué leches se está pensando cuando aquí, en Barcelona, tiene todo lo que se le niega a veces en su país: la admiración, el reconocimiento, la autoridad. Y, sobre todo, la compañía, el pasárselo bien, la sonrisa, el jolgorio.
Messi con Argentina es un parto largo y viene de culo, mientras que en el Barça todo fluye de manera natural, sin aparente esfuerzo por su parte. Que todavía no haya renovado a estas alturas, con lo que hay y soporta, resulta un enigma que el club azulgrana ya tarda en resolver. Porque aquel taxista bonaerense no le consideraba 'de los suyos' (y descubrí que no era el único) mientras que hoy, en el primer aniversario de la muerte de Johan Cruyff, en Barcelona han adoptado al genio como algo propio, de la casa, desde hace ya tiempo. No se le puede querer más en el Barça; no hay dudas, ni peros, ni pasaportes, ni nada. Es, sencillamente, el 'puto amo', que diría Guardiola.
En mi primera visita a Buenos Aires, en el verano del 2014 (verano para una europea), se cumplían tres días de la final del Mundial de Brasil que ganó Alemania por 1-0 con gol de Götze. Teniendo en cuenta que una semana antes los alemanes habían humillado a la anfitriona, en casa, por 1-7, el asunto no parecía tan grave y andaban los sesudos analistas sobre si el descalabro era mayor o menor que el Maracanazo. Así, con estas, aterricé por primera vez en Buenos Aires. Y, por puro pudor no contaré el golpe, el dolor, de la muerte de Jorge 'Topo' López en Sao Paulo justo el día antes de la semifinal con Holanda. El asunto del fútbol en aquellos momentos la verdad es que me daba bastante igual.