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El peor Masters que se recuerda remarca lo que el tenis ha perdido y no recuperará
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El peor Masters que se recuerda remarca lo que el tenis ha perdido y no recuperará

Federer y Nadal han dominado el circuito y dejado las sensaciones de leyenda, pero su absoluto dominio es un pésimo mensaje. Los que llegan desde atrás no dan el nivel y ellos no serán eternos

Foto: Federer y Nadal sonríen tras la final de Shanghái. (Reuters)
Federer y Nadal sonríen tras la final de Shanghái. (Reuters)

El tenis de 2017 es la historia del ave fénix que resurgió de sus cenizas. La dialéctica de los últimos meses habla de la vuelta de los colosos, de Roger y Rafa, de dos de los mejores jugadores de siempre con una raqueta en la mano que cuando parecían muertos retornaron a la senda de la victoria. Se han repartido los 'grand slam', también los principales eventos del resto del calendario. Han actualizado una rivalidad única, no solo en el tenis, en el deporte mundial. Federer y Nadal son la regla de oro de su disciplina y juntos son capaces de emitir un brillo casi inigualable.

Y ese brillo es, precisamente, el que no deja ver la realidad tenística de este curso. Es una fuerza cegadora la que irradian ambos mitos, capaces de dar la sensación de que lo que se ha visto en estos meses ha sido de nuevo épica de la mejor calidad. Los ejecutivos de televisión se han frotado las manos, ojalá esto dure eternamente. Pero no, no es así, y solo hay que fijarse en la nómina de tenistas que acudirá a la Copa de Maestros de Londres para entenderlo. Están ellos, que juntos suman casi 20.000 puntos porque han fagocitado el año, y después, muy lejos, todos los demás. Y los demás tampoco son los que se esperaban, las ausencias duelen más de lo que llaman la atención las presencias.

Foto: Jack Sock besa el título del Masters 1000 de París. (Reuters)

No es que Thiem, Goffin, Dimitrov, Sock o Cilic sean malos jugadores. Todos ellos han demostrado ser competitivos, brillantes a rachas incluso. Por eso están ahí, en el gran torneo final de la temporada. Repasando la nómina, sin embargo, da la sensación de que falta algo, como una letra en el abecedario que se ha perdido y no se encuentra, desbaratando así la opción de crear miles de palabras y un lenguaje coherente.

Es carisma, pero no solo eso. Porque el carisma también se adquiere con el tiempo y estos jugadores aún están en disposición de conseguirlo algún día. Tiene más que ver con su juego, que en todos los casos dejan alguna duda evidente. Y ya no son niños, todos están por encima de los 24 años, llevan tiempo paseándose por el circuito. Han tenido sus momentos de gloria, pero solo Cilic —el mayor de todos— ha llegado a la final y ganado un grande, el US Open. Entre los cinco suman solo tres torneos de Masters 1000, uno de ellos el de París de Jack Sock de la pasada semana que tenía una nómina de tenistas bastante reducida. Y solo una final más en esos campeonatos del segundo nivel, que es más bien poco.

placeholder Djokovic se ha perdido casi toda la temporada. (EFE)
Djokovic se ha perdido casi toda la temporada. (EFE)

El llanto de los ausentes

A estas edades la generación anterior ya estaba batiendo récords. Nadal y Federer, por descontado, pero también Djokovic o Murray. O, incluso, otros con menos púrpura como Berdych o Del Potro. Hay cierta explicación técnica, ahora los mayores duran más tiempo jugando, la alimentación, la fisioterapia, los viajes y demás. Sí, todo eso está muy bien, el deporte ha evolucionado y ya no se ven veinteañeros a los que se les hayan roto las costuras, la gente es competitiva hasta más tarde. Pero eso solo explica parte de la historia, porque los jóvenes, los que tienen que sustituir a una de las generaciones más poderosas de la historia del deporte, no dan el nivel. No, al menos, ese nivel.

En realidad era previsible que fuese así. Nadal y Federer, también Djokovic, son de esa clase de deportistas que salen solo una vez. Dicen en 'Las invasiones bárbaras', la oscarizada y maravillosa película de Denys Arcand, que el talento no surge de manera espontánea, sino de forma colectiva. Ponen el ejemplo de los fundadores de Estados Unidos, porque nunca un país tuvo tanta suerte como aquel que vio reunirse en la misma habitación a mentes como Washington, Jefferson, Adams o Franklin. O la Florencia del Renacimiento, o la Atenas de Platón. Desde un punto de vista tenístico, eso es el inicio del siglo XXI para el tenis. Tres jugadores de leyenda, unos cuantos más de altísimo nivel.

No se le puede pedir a los que llegan desde atrás que se pongan a esa altura, es cierto. Lo cual no quita para que el tenis hoy sea un lugar un poco peor, más decepcionante, con menos máquinas perfectas y más humanos que se tropiezan una y otra vez con la misma piedra. Y no es lo mismo, claro, no hay lugar para la épica en la normalidad, cuando juegan Thiem y Goffin se puede ver un gran partido, pero la sensación del espectador nunca será que se está jugando para la historia. El partido será material para el olvido en un futuro cercano, el sentido de trascendencia queda reducido. Es tenis y solo tenis, que no está mal, pero no es lo mismo.

Un matiz hay que trazar para la nueva generación. Se llama Alexander Zverev, es el número 3 del mundo y tiene 20 años. Juega al tenis muchísimo, como un grande, y cuando el circuito se despoje de sus mayores tiene pinta de que puede ser un buldócer arrasando por las canchas. Es cierto, en los 'grand slam' ha estado discreto. Pero se ha llevado dos torneos de Masters 1000 en su primera temporada real como profesional. Tantos como todos sus compañeros de torneo —si se descuenta, por supuesto, a Federer y Nadal—. Él sí da esa sensación de que algo importante está ocurriendo delante de las retinas cuando salta a la pista. Con sus tirabuzones dorados y ese juego sencillo, el alemán recuerda al mejor tenis.

placeholder Zverev tiene el peso del futuro sobre sus hombros. (EFE)
Zverev tiene el peso del futuro sobre sus hombros. (EFE)

La falta de hambre y de juego de los jóvenes

En el análisis falta por nombrar a los ausentes, que son los que estaban llamados a hacer del tenis una cosa más alta. Djokovic, Murray y Wawrinka, valores muy seguros de este deporte, han fallado. Las lesiones, que son parte del juego, sí, pero invitan un poco a reflexionar: ¿qué pasa en el calendario para que caigan como moscas? A esta lista se le puede añadir a Juan Martín del Potro, que con todos los problemas que ha tenido combina torneos de luz con otros en los que fracasa. En su caso ya es algo intrínseco a su persona, no va a irse. Los otros tres, en principio, deberían de volver como lo han hecho esta temporada Nadal y Federer. Es improbable que otros, como Berdych y Ferrer, vuelvan. El ocaso siempre termina por llegar. Sus ausencias han hecho que, incluso en algún 'grand slam', el nivel haya sido bajo. Porque Nadal ganó en Nueva York contra los que había, no se le puede quitar mérito, pero es cierto que en pocas ocasiones se encontró menos oposición para llevarse un título de ese calibre.

Federer y Nadal han escondido las miserias de un circuito que ha tenido una de sus peores temporadas en años, el propio éxito de los dos colosos es un tirón de orejas a todos los demás. Es cierto, son buenísimos, pero también eran, o debían ser, jugadores casi amortizados. Federer terminó el año 2016 con problemas en la espalda y la rodilla, casi más recibiendo homenajes que compitiendo. Tiene 36 años, nunca antes un tenista de su edad tuvo tanto éxito en una temporada. Sí, es verdad, ha elegido sus opciones, no ha competido todo lo que podía y ha privilegiado la calidad por encima de la cantidad. Es buenísimo, el mejor, pero no deja de ser un tipo de 36 años mandando sobre gente que, por edad, tendría que tener más fuerza, más físico e, incluso, más hambre.

Lo mismo puede decirse de los 31 años de Nadal. Es uno de los mejores de siempre, pero tiene problemas evidentes de rodilla. En los torneos de final de temporada se le nota fatigado, aunque ha conseguido el número 1 de la temporada de largo. A su edad, solo Federer consiguió los éxitos que ha logrado por el camino. Todo eso bien, Nadal es un grande entre los grandes, pero su dominio parece excesivo. ¿Dónde estaban el resto? Admirando a los mejores, a los niveles que nunca conseguirán y que marcarán el futuro próximo del tenis. Un deporte un poco peor.

El tenis de 2017 es la historia del ave fénix que resurgió de sus cenizas. La dialéctica de los últimos meses habla de la vuelta de los colosos, de Roger y Rafa, de dos de los mejores jugadores de siempre con una raqueta en la mano que cuando parecían muertos retornaron a la senda de la victoria. Se han repartido los 'grand slam', también los principales eventos del resto del calendario. Han actualizado una rivalidad única, no solo en el tenis, en el deporte mundial. Federer y Nadal son la regla de oro de su disciplina y juntos son capaces de emitir un brillo casi inigualable.

Roger Federer Rafa Nadal