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El autoengaño con la victoria de Froome en el Giro o la poca credibilidad del ciclismo
Chris Froome ha ganado el Giro de Italia a pesar de que muchos no querían que compitiese. Espera una sanción por un positivo en la última Vuelta. Así es difícil seguir teniendo fe en este deporte
Es admirable la capacidad del aficionado al ciclismo de seguir emocionándose. Esa gente que se clava en el sillón a la hora de la siesta y cree que lo que está viendo es real, serio y mantiene una competitividad real, que no es una sucesión de trampas y ardides. Son admirables, repito, porque ese deporte que les apasiona siempre parece ponerselo más y más difícil para mantener esa inocencia que te lleva a creer ciegamente en algo. El caso es que llevan años los protagonistas tratando de vender un oro falso, una eterna pelea de la WWE en la que los luchadores parece que se pegan pero no. Miili Vanilli con ruedas y pedales. Chris Froome es el último ejemplo.
Este Giro de Italia lo ha ganado Chris Froome, como ganó la última Vuelta y también el último Tour. El tríptico sería asombroso si no fuese porque, ya saben, en medio de todo esto saltó un resultado anómalo en un control médico. Exceso de salbutamol, que así se llama el compuesto activo del Ventolín, el medicamento habitual para tratar el omnipresente asma, tan común en el pelotón internacional, ese grupo amplio de jóvenes deportistas que padecen más enfermedades que el resto de la población mundial que se cuida, en principio, bastante menos que ellos.
Froome, que por supuesto tenía una exención médica para utilizar el salbutamol con moderación, se pasó de los límites que le había colocado una comisión médica. Es decir, dio positivo. Y esto, en un mundo lógico, supone una sanción. No se ha bajado de la bicicleta. Su resultado anómalo -bonito eufemismo que utilizamos de vez en cuando para decir que se ha pasado de la raya- salió en la prensa porque en 'The Guardian' se enteraron, pero por el momento sigue en el limbo de las decisiones que están por tomar. Y eso nos lleva a una rareza, la de un corredor que ha pitado en un control pero que no tiene por el momento la carga de la condena que conlleva su conducta.
Muchos no le querían, pero fue
Muchas voces, muchas, dijeron antes de este Giro que era una vergüenza que un corredor con esa carga en las espaldas compitiese en una prueba de este nivel: en la AEPSAD se llevan las manos a la cabeza, en la UCI le pidieron que no fuesen, incluso sus compañeros se lamentaron de su presencia. También cualquier observador objetivo. En realidad es probable que solo Chris Froome y su sospechoso equipo, crean que era positiva la concurrencia del británico en esta vuelta. Legalmente tenían razón, podía competir, pero que forme parte del pelotón es un escándalo mayúsculo y un ataque a la credibilidad del deporte. No digamos ya su victoria.
Este Giro ha sido muy divertido, especialmente si no te paras a analizarlo o lo miras solo con los ojos de un infante, aún inconsciente del pecado. Veamos al vencedor, el sospechoso número 1, Froome. ¿Cómo ha ganado esto? Haciendo una de las grandes gestas de los últimos años, atacando a 80 kilómetros de meta en una etapa montañosa, dejando a todos sus rivales en el molde en una de esas exhibiciones que ya no se estilan. "Se ha hecho un Landis", decía el ciclista George Bennet entre risas tras saberlo -con la carga de sospecha que eso conlleva-. Qué bonito sería pensar que todo bien, que está limpio, que su pasado no existe y que no será sancionado más pronto que tarde.
La pesada realidad contra el deseo de creer. En la retransmisión televisiva en España se ensalzó la épica del momento, la batalla de un hombre contra el terreno y contra sus iguales, un coloso por encima de todo lo que hay alrededor. La omisión del positivo de Froome en los comentarios no es más que redundar en el engaño. Tan fuerte ha pujado por ello el ciclismo, rompiendo una y otra vez los límites de la norma, que ha terminado en un limbo.
La epopeya de Simon Yates
Y es que es difícil quitarse la sensación de que lo que se está viendo es cine y no deporte. Simon Yates perdió el rosa aquella tarde aciaga en la que se dejó 45 minutos con el futuro ganador Froome. Hasta ese momento, el británico había dominado la carrera con un nivel que nadie le recordaba, fundamentalmente porque nunca lo había tenido. Dominaba la montaña, llevaba tres etapas ganadas, y estaba moviendo unos desarrollos que no se corresponden con alguien de su peso y tamaño. Vaya por delante que este, de momento, es inocente, también los ciclistas merecen esa presunción a pesar de que su deporte nos los ponga muy difícil a los que nacimos escépticos. Y tan sorprendente fue su dominio como su pájara repentina, de los mayores desfallecimientos que se han dado en los últimos años. Un ciclista que parecía en la mejor forma posible de repente se derrumbó sin mayor explicación. También le pasó algo similar a Pinot y a Chaves.
En unos días, o semanas, esperemos en todo caso que antes del Tour, habrá un dictamen sobre el positivo de Froome. Dicen que están sacando de debajo de las piedras estudios nuevos que demuestran que es inocente, como en su momento intentaron otros como Alberto Contador. Derecho a defensa en una disciplina que, en realidad, tampoco asume con facilidad sus propios errores. Durante años la respuesta a la pregunta sobre la podredumbre del dopaje era que en todos los deportes se dan casos, porque de introspección siempre se quedaron cortos. Si finalmente hay sanción será un nuevo golpe a la credibilidad de un juego en el que ya solo pueden creer aquellos que prefieren la venda en los ojos que aceptar la herida. El dominador mundial no era legítimo, era de cartón piedra.
Personalmente, sentarme ante la televisión y ver esto como un deporte más es solo producto de un autoengaño. Son ya muchas gestas conseguidas desde la trampa y muchos héroes de pies de barro como para pensar que todo esto es cierto y no producto de una ficción de algún modo pactado. Ese ciclismo que se parece a la lucha libre, un engaño compartido.
Es admirable la capacidad del aficionado al ciclismo de seguir emocionándose. Esa gente que se clava en el sillón a la hora de la siesta y cree que lo que está viendo es real, serio y mantiene una competitividad real, que no es una sucesión de trampas y ardides. Son admirables, repito, porque ese deporte que les apasiona siempre parece ponerselo más y más difícil para mantener esa inocencia que te lleva a creer ciegamente en algo. El caso es que llevan años los protagonistas tratando de vender un oro falso, una eterna pelea de la WWE en la que los luchadores parece que se pegan pero no. Miili Vanilli con ruedas y pedales. Chris Froome es el último ejemplo.