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La no muy relevante visión jurídica de Gerard Piqué, el defensa que no sabía ganar
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Gonzalo Cabeza

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Gonzalo Cabeza

La no muy relevante visión jurídica de Gerard Piqué, el defensa que no sabía ganar

Piqué aprovechó la victoria del Barcelona para sacar los pies del tiesto, algo que con el paso del tiempo se ha convertido en marca de la casa, esta vez a cargo del juicio del 'procés'

Foto: Piqué, en el partido contra el Madrid. (Reuters)
Piqué, en el partido contra el Madrid. (Reuters)

Pep Guardiola decidió en algún momento que todos sus chicos tenían que leer, por lo menos, un libro en sus vidas. Se dedicó a regalarles uno de David Trueba, 'Saber perder', que rápidamente se convirtió en la lectura favorita de la plantilla entera, el recurso fácil para cualquier entrevista en la que el periodista, buscando un conocimiento del jugador en un plano distinto al fútbol, le diese por preguntar por el libro que marcó sus vidas. Es de suponer que a Piqué también le tocó la lectura recomendada del jefe, aunque bien le hubiese venido una versión distinta de la historia, del título cuanto menos, que se llamase 'Saber ganar'. Porque es evidente que esa enseñanza, tan importante como la primera, nunca apareció en la educación del futbolista.

Este miércoles, al terminar un partido con victoria, se vio en la necesidad de darle una patada al avispero de la actualidad con una frase sobre el juicio del 'procés' que se sigue en el Tribunal Supremo. Por descontado, no necesitó pregunta alguna para lanzarse al barro, un lugar en el que Piqué es feliz. "Si las televisiones españolas que estáis aquí dedicaráis más tiempo al juicio que hay de los presos políticos, que es súper injusto, y la gente de España pudiera ver un poco más lo que pasa, en vez de hablar del VAR, iríamos un poco mejor como país", esa fue la frase con la que el central, pudiendo limitarse a disfrutar del momento, decidió marcar la agenda a golpe de exabrupto.

Foto: Gerard Piqué, durante la presentación de la renovada Copa Davis, en Madrid. (Reuters)

Vamos primero a lo obvio, que es constatar que Gerard Piqué miente. No se sabe si por desconocimiento o por mala baba. Miente porque todos los medios de este país, como por otro lado es procedente, se están volcando en la cobertura informativa de un juicio histórico y trascendente. Tan histórico y trascendente que ni siquiera se necesita que llegue Piqué para señalarlo. El central del Barcelona, que en algún momento se creyó magnate de los medios de comunicación por una participación residual en una web propagandística de deportistas estadounidenses -muy buena en su estética, pero a más gloria y sin crítica alguna a los jugadores, y por lo tanto publicitaria, no periodística-, no parece que haya entrado en las últimas semanas en ninguna web española ni haya visto la televisión o encendido la radio. Son docenas y docenas los artículos de todo pelaje que se han ido publicando en los diversos medios, pero Gerard, en su autoproclamada función de 'ombudsman' nacional, ha decidido que no se está dedicando el tiempo suficiente a una información que no hace más que abrir todos los informativos.

Esa parte no tiene opinión posible; por más vueltas que le dé al tema, llegar a la conclusión de que no se está hablando del juicio del 'procés' es tanto como señalar que el océano Atlántico es un secarral, no solo una invención, sino además algo estrambótico, sin ningún tipo de verosimilitud. Se podría discutir todo lo demás que dice, pero no corresponde a esta sección, hay gente en este y otros medios muy cualificada para explicar por qué un político está preso (y por qué es o no un preso político) y qué ha llevado a la justicia española a mantenerles en la cárcel de forma preventiva. Hay sitios suficientes en internet para buscarle las vueltas al sistema de Justicia español, sus bondades o flaquezas. También se puede hacer un análisis legal profundo que cruce lo que ocurrió en aquellos días en Cataluña y su adecuación o no a la legalidad. Es posible, sin embargo, que todos esos que analizan y, por encima de todo, informan, sobre una cuestión tan compleja, no tengan demasiado tiempo para hacer caso a Gerard Piqué. Hay cosas más urgentes y también más importantes.

placeholder Piqué levanta los brazos tras el partido contra el Madrid. (EFE)
Piqué levanta los brazos tras el partido contra el Madrid. (EFE)

Un sobresaliente defensa ¿y algo más?

Piqué, por descontado, tiene todo el derecho a tener una opinión sobre la actualidad y a expresarla si lo desea. Él tiene el amplificador de ser un jugador de fútbol de élite, con todo lo que ello conlleva. No estaría de más, eso sí, que recordase la frase que, dicen, alguna vez le soltó Toni Nadal a su sobrino, en la que le venía decir que solo es el mejor pasando la bola por encima de la red, nada más que eso. Piqué, hasta donde se sabe, solamente es sobresaliente jugando de defensa en el fútbol. No es poco, al chico le ha procurado una gran fortuna y una posición social envidiable, pero conviene establecer que darle patadas a un balón no es un equivalente natural a descubrir el bosón de Higgs.

En el periodismo deportivo tendemos a sobrevalorar a aquellos que parecen salirse -por arriba- de los estándares educativos y culturales no especialmente destacados que se ven en el fútbol. Piqué siempre ha explotado esa faceta; él no es un futbolista más. Es obvio, por varios motivos, que la formación en Derecho de Gerard no pasa de básica. Tampoco se ha dedicado a ello, es cierto, aunque desconocer un tema así hace un poco más extravagantes ciertas opiniones jurídicas.

Lo que se sabe de ese periplo formativo que, en teoría, le separa de la mayoría de sus compañeros es que "tomó unos cursos online de Economía en la escuela ESADE" y que estudió unos cursos sobre "el negocio del entretenimiento, medios y deporte". Este último módulo, de Harvard, le costó 10.000 dólares por un programa que, en su edición de este año, consta de cuatro días. Nadie duda del poderío económico de un futbolista de élite, y es evidente que pagar ese dinero por un curso de esa duración está al alcance de unos pocos privilegiados. Es seguro que esas clases serán impartidas por grandes cerebros y serán muy interesantes, pero una formación de cuatro días difícilmente será más que un complemento a un estudio de mayor calado. No se le conoce licenciatura ninguna, y sospecho que si tuviese algún título universitario lo sabrían hasta en Marte. No será, por otro lado, porque a los futbolistas de élite les falte tiempo para estudiar.

placeholder Piqué, en el sorteo de la Davis. (EFE)
Piqué, en el sorteo de la Davis. (EFE)

Una obsesión y muchas salidas de tono

No todo son los estudios, por supuesto, tampoco estar graduado es una distinción de inteligencia como tal. Piqué también se engría de ser empresario, de tener una vida fuera del fútbol en la que es capaz de sentarse en una mesa y ser un fiero negociador. Hay pocos datos de todo esto, se sabe que Kerard Games, su proyecto de videojuegos, tuvo que cerrar. Reubicó a sus empleados en otras empresas propias, probablemente porque el daño reputacional de despedir a 35 trabajadores era inasumible, también porque sus empresas no viven para ganar dinero sino como vía de escape de los deseos del jugador. Lo cual le convierte en un empresario, cuanto menos, peculiar. Ahora se ha comprado el Andorra y ha puesto cara al nuevo proyecto de la Copa Davis -que tampoco es que tenga encantado al mundo del tenis- que financia un empresario japonés al que tiene claramente fascinado. Esto último no sorprende, lo que sí es obvio en Piqué es su maestría para las relaciones públicas.

A pesar de todo esto, Piqué siempre se consideró la última cocacola del desierto. Es el hombre que está convencido de que si te sientas a cenar a su lado terminarás encandilado para siempre. No solo alguien que tiene una opinión sino alguien que lleva sobre sus hombros la verdad. No es que le falten en su historial declaraciones que luego resultaron algo ridículas, hablamos de un jugador que lo mismo hablaba de los créditos sindicados según él sospechosos del Real Madrid que de la presencia de una abogada del Estado en el palco del Real Madrid o que se mofaba de jugadores del Real Madrid. O valoraba una final de Copa del Rey de baloncesto que había perdido el Real Madrid o que estimaba como excesivos los fichajes del club blanco. No parece necesario remarcar cuál es el patrón, cuál es la obsesión. Y eso que ha vivido una buena época, pero su fijación con el eterno rival es de las que marca historia. En la derrota y, sobre todo, en la victoria.

Foto: Gerard Piqué durante el sorteo de la Copa Davis celebrado en Madrid. (Efe)

Se podría indagar mucho más en la ejemplaridad de ese jugador que tiene absolutamente fascinada a una ciudad entera que le considera poco más que el mesías, la Juana de Arco del fútbol. De las riñas con la guardia urbana, de los escupitajos a Pedro Cortés, de la muy 'graciosa' broma de quemar la moto de un utillero sin que él lo supiera -luego le compraron una mejor, porque lo que parece claro es que el dinero no falta y lo arregla todo- bueno, esas pequeñas cosas que también marcan la personalidad, quizá más de lo que lo hacen los negocios o la presunta capacidad oratoria.

Francisco Umbral llamó una vez 'niñoide' a Bill Gates porque quería meter el universo entero en un ordenador. Le reclamaba más lectura, más fondo, menos provocación y más altura de miras. Quizá es pedir demasiado, la guerra está un poco perdida cuando el que siempre se ha vendido como el más listo de la clase es poco más que un pirómano con ganas de que el fuego se expanda.

Pep Guardiola decidió en algún momento que todos sus chicos tenían que leer, por lo menos, un libro en sus vidas. Se dedicó a regalarles uno de David Trueba, 'Saber perder', que rápidamente se convirtió en la lectura favorita de la plantilla entera, el recurso fácil para cualquier entrevista en la que el periodista, buscando un conocimiento del jugador en un plano distinto al fútbol, le diese por preguntar por el libro que marcó sus vidas. Es de suponer que a Piqué también le tocó la lectura recomendada del jefe, aunque bien le hubiese venido una versión distinta de la historia, del título cuanto menos, que se llamase 'Saber ganar'. Porque es evidente que esa enseñanza, tan importante como la primera, nunca apareció en la educación del futbolista.

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