Tribuna
Por
Nico Williams, el fichaje por el Barcelona que nunca llegó o cuando la verdad sí que importa
Durante buena parte del verano, uno de los grandes nombre del mercado fue Nico Williams, al que se le vinculó con el Barcelona... sin existir visos de que fuera una operación real
Algún community manager debería promover el hashtag #laverdadsiimporta. Daría fuerza a la idea de que no todo vale en periodismo. Ser (o creerse) periodista y evangelizar con la idea de que se está al lado de la verdad por el hecho de serlo (o de creérselo) no es más que un ejercicio inútil de arrogancia. Aportar pruebas está sobrevalorado. Resulta más convincente exigir a gritos actos de fe a la gente que ansía creer una realidad virtual concebida para tapar otros asuntos que afean la imagen de quien la propaga. Faltar a la verdad a sabiendas es, por ejemplo, utilizar sin su consentimiento la imagen a un chaval de 22 años para vender ilusión a una amplia masa social. Es lo más parecido a lo que se puede denominar como prevaricación periodística. Si fuera un tipo penal vigente, a más de uno le temblarían las piernas.
Si, además, para construir un relato paralelo, se le da protagonismo a otro chaval que aún no ha cumplido la mayoría de edad, el despropósito se agiganta. Es como si una entidad que trata de llevar a buen puerto una idea, diseña una estrategia que bien podría ser obra de su enemigo al comprobar a posteriori los daños colaterales que ha generado. La política de un club empeñado hace tan solo unos pocos meses en tratar como si fuera un juguete roto a su último entrenador, que tal vez tenga uno de los mejores curriculums deportivos del mundo como jugador, solo le hace más vulnerable. La ejemplaridad se gana a pulso a lo largo de los años. El desprecio se consigue en mucho menos tiempo.
Cuando las piezas del puzle empezaron a no encajar, algunos se quitaron las caretas. Y es que ese mismo crío que proclamaba durante la Eurocopa su amistad con un compañero de Selección, junto a otros jugadores de más edad y con mayor experiencia, fue incapaz de mostrar su solidaridad cuando en su propia casa vio cómo despreciaban a quien decía ser su amigo. Eso sí, muchas risitas y bailecitos para dar rienda suelta a su pasotismo ante el linchamiento coral. Todo un ejercicio de cinismo hacia quien hace solo un mes era "un muy buen chaval".
Hubo un capitán que hace no muchos años, en ese mismo equipo, reprendió a pie de campo a varios compañeros por el modo de celebrar sus goles al pensar que podía ser ofensivo para sus rivales. Era cuando la palabra respeto tenía sentido en un modélico vestuario. La afición es sabia y sabe cuándo se le manipula. Hubo pocos pitidos hacia el jugador que decían iba a ser el buque insignia del club los próximos años, eso sí, mezclados con alguna petición de dimisión presidencial. Pero la noticia solo fueron los pitidos. La burda campaña de intoxicación sin llegar a oír nunca la voz de sus protagonistas había tocado fondo. A ver cómo pasan ahora de puntillas ante un asunto que rastrea un juez sobre el destino del dinero abonado por la entidad al otrora máximo responsable de los árbitros por supuestos asesoramientos arbitrales de los que no hay rastro alguno.
Si un club vende un proyecto a cualquier técnico o jugador que aspire a incorporar, tiene que ser creíble. No puede ser que la persona codiciada se levante un día de la cama y, al entrar en el baño para limpiar con una toalla el vaho que hay sobre el espejo, se encuentre a su espalda con un cuadro donde un voluminoso trasatlántico está a punto de chocar contra un enorme iceberg. Hay quien no quiere apreciar ciertas similitudes entre la tragedia ocurrida en 1912 en una zona situada al norte del océano Atlántico, con la grave situación económica de un club capaz de exhibir un enorme músculo financiero hasta hace muy pocos años. Para evitar lo inevitable, los máximos responsables pusieron toda la carne en el asador. Tenían que construir una especie de línea Maginot que les hiciera impermeables a las críticas.
La primera línea de defensa estaba formada por fieles soldados, en apariencia ajenos al club, capaces de dar explicaciones inverosímiles sin pestañear ante cualquier circunstancia anómala que empañara el relato oficial. El máximo responsable debía permanecer siempre al margen de todo, esto es, sin dar la cara. Era algo esencial, no vaya a ser que el sueño se pudiera convertir en pesadilla. En el origen de la noticia, la veracidad resultaba irrelevante. Las preguntas incómodas se respondían con descalificaciones. Si alguien hubiera criticado al capitán de aquel trasatlántico por su nula pericia para esquivar un iceberg, una compañía naviera que se precie hubiera tratado de crear su línea Maginot. ¿Cómo? Convenciendo a la gente de que, en realidad, la tragedia la había provocado un enorme bloque de hielo que, debido a las fuertes corrientes, se había abalanzado contra el trasatlántico. Y en esas estamos.
Ante cualquier desmentido, la clave estaba en matizar cuestiones de una forma que resultara convincente a pesar de que días antes se habían dado por seguro. Esto es, no se podía negar de repente la existencia de un acuerdo que nadie había visto ni firmado, sino edulcorar la historia con explicaciones a veces un tanto pueriles. Nada de dar marcha atrás. De eso se iba a encargar una serie de personas que, a gritos, trataban de imponer su lógica en platós de televisión. A ese coro había que sumar a influencers que en redes sociales fueron capaces de propagar a imagen y semejanza de cualquier telepredicador cualquier teoría, por disparatada que fuera. Una vez pulsado el botón del on, la máquina del fango ya era imparable. Al menos, eso creyeron algunos.
La cosa fue tomando cuerpo de noticia del año. Todo a base añadir siempre la coletilla de fuentes del club, del entorno de personas que decían saberlo todo o, ¿por qué no?, de especulaciones que se elevaban sin ningún pudor a la categoría de noticia. La alocución debía de ir acompañada de una sonrisa que demostrara una aparente superioridad moral e intelectual respecto a cualquier síntoma de incredulidad. Les hacía pensar que eran más fuertes. El mensaje, siempre adornado con un llamativo cartel de exclusiva, debía de ser claro y contundente. Cualquier disidencia se ahogaba alzando la voz como se hace en los chiringuitos de playa para que te escuchen mejor cuando el volumen de la música está muy alto.
A los primeros síntomas de agotamiento en el relato, y antes de tener que echar mano a la teoría del iceberg agresor, lo mejor era no dar muestras de debilidad. Fue entonces cuando la vehemencia se abrió paso a codazos. Ni siquiera bajaron el tono cuando el interesado expresó de forma pública su deseo de no hacer las maletas. Se volvió a hablar de acuerdos verbales, y eso que las evidencias de que no había nada escrito eran cada vez mayores. No se dudaba tampoco en aludir a reuniones sin confirmar por parte de ningún interesado e incluso a videoconferencias a cuatro bandas. El público imparcial ya comenzaba a sospechar de todo aquello a pesar del intenso ruido mediático. La respuesta, sin embargo, seguía siendo la de repetir una misma versión las veces que hiciera falta.
Como la cosa seguía torciéndose, solo quedaba desacreditar a un joven al que jamás nadie oyó salir de su boca que quería mudarse de su ciudad. En este tsunami de medias verdades fue cuando se perdieron las formas y emergió la prepotencia como arma de destrucción masiva. La consigna de que solo un mediocre rechazaría una propuesta tan atractiva se hizo viral. Pues bien, en el Athletic hay varios ejemplos de jugadores que en su día desafiaron al todopoderoso y no les fue nada mal (Iribar, Joseba Etxebarria o Julen Guerrero). No hay que olvidar que cuando las cosas se hicieron bien, no hubo reparos en despedir como se merecían a gente como Andoni Zubirzarreta o José Ramón Alexanko. Por ser rigurosos, también hay casos de jugadores, como Jesús Garay, que se fue porque el club necesitaba dinero, o de Xabi Eskurza, al que ficharon después de rechazar una oferta a la baja del Athletic.
Las continuas salidas de tono solo trataban de evitar que se hablara de una realidad incuestionable y es que el trasatlántico navega a la deriva desde hace tiempo sin que el capitán salga de su camarote. A nivel deportivo, El Mundo se hacía eco de que solo 8 de los 25 jugadores fichados en los dos últimos años siguen el club. Algo raro debió ver alguien en las cuentas de una entidad que dice estar saneada económicamente para no caer rendido en sus brazos. El supuesto relevo de su frustrado fichaje estrella debutó en la tercera jornada liguera. No le pudieron inscribir antes por motivos obvios que desde el club nadie aclara. Solo la lesión de un compañero le permitió jugar. ¿Hasta cuándo? No se sabe.
La maquinaria de fabricar chapuzas no descansa un solo día. Ahora sobrevuela una posible denuncia por alineación indebida que, leyendo la letra pequeña de la norma, no deja de ser bastante confusa aunque con pocos visos de prosperar. El artículo 77 de la Normativa de Control Económico establece la posibilidad de contratar a un jugador para sustituir la baja de otro. Nada dice, sin embargo, de la imposibilidad de incorporar a un jugador del mismo equipo sin ficha hasta esos momentos. Para paliar su derrota, solo quedaba anunciar la llegada de nuevos fichajes que pudieran generar ilusión y que nunca llegaron o la firma de estratosféricos convenios con marcas deportivas que se supone van a sacar al club de la UCI. Nadie ha visto tampoco la letra pequeña de esos contratos. Más cortinas de humo.
Como todo vale para el periodismo de bufanda, hasta se llegó a cuestionar, sin argumentos y echando espuma por la boca, la filosofía de fichajes del ahora enemigo irreconciliable. Al Athletic solo le queda hacer oídos sordos a la refriega en la que nunca quiso entrar. Es más que evidente que a su presidente jamás se le pasó por la cabeza la idea de vender. Apagar el incendio provocado por los voceros del otro club les corresponde a ellos y solo a ellos. No lo harán. A la menor crítica, se quedan sin filtraciones interesadas. Son las reglas del juego. De ahí que la verdad sí importe.
Algún community manager debería promover el hashtag #laverdadsiimporta. Daría fuerza a la idea de que no todo vale en periodismo. Ser (o creerse) periodista y evangelizar con la idea de que se está al lado de la verdad por el hecho de serlo (o de creérselo) no es más que un ejercicio inútil de arrogancia. Aportar pruebas está sobrevalorado. Resulta más convincente exigir a gritos actos de fe a la gente que ansía creer una realidad virtual concebida para tapar otros asuntos que afean la imagen de quien la propaga. Faltar a la verdad a sabiendas es, por ejemplo, utilizar sin su consentimiento la imagen a un chaval de 22 años para vender ilusión a una amplia masa social. Es lo más parecido a lo que se puede denominar como prevaricación periodística. Si fuera un tipo penal vigente, a más de uno le temblarían las piernas.