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Tribuna
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Andy Ripley: el primer hippie del rugby y uno de sus últimos grandes románticos
El mítico jugador inglés fue un espíritu libre que describía este deporte como una expresión artística, no una carrera, rechazó la profesionalización y donó todos los premios
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Cuando se habla del rugby británico de los años 70, nombres como Gareth Edwards, Barry John o JPR Williams suelen encabezar la conversación. Pero en esa misma época dorada, Inglaterra tuvo en sus filas a una figura única, extravagante y extraordinaria: Andy Ripley. Fue más que un jugador de rugby. Fue un espíritu libre, un atleta polifacético y uno de los últimos grandes románticos del deporte amateur.
Puede que no tuviera la fama internacional de sus contemporáneos galeses, pero quienes lo conocieron no dudan en describirlo como una persona auténticamente original. Fue, en palabras de muchos, "el primer hippie del rugby" y “el último gran corintio del deporte”, un hombre que jugó por amor al juego, nunca por dinero.
Ripley, nacido en Liverpool, no tocó un balón ovalado hasta los 19 años, mientras estudiaba en la Universidad de East Anglia. A pesar de empezar tarde, en apenas cinco años llegó a vestir la camiseta de Inglaterra 24 veces entre 1972 y 1976. Era un número 8 inconfundible: 1,95 metros de altura, melena rubia al viento, zancada larga, mirada curiosa y espíritu rebelde.
Tenía un estilo de juego alegre y ofensivo, y fue uno de los pocos que brillaban con luz propia, algo poco habitual en una Inglaterra por aquella época conservadora y rígida. Ripley jugaba con un estilo más parecido al de los galeses o franceses. Veloz, creativo, algo inusual en el rugby inglés. Como dijeron de él, “jugaba con una elegancia y alegría más propias de la Gales de aquella época dorada o de la Francia que bailaba con el balón, que del equipo inglés, muchas veces gris y predecible”.
Era inglés, pero jugaba con una elegancia y alegría más propias de la Gales de aquella época dorada o de la Francia que bailaba con el balón
En un período difícil para el rugby inglés —que con frecuencia terminaba último en el Torneo de las Cinco Naciones— Ripley fue parte de victorias inolvidables ante potencias del hemisferio sur: Sudáfrica, Nueva Zelanda y Australia. En este último partido, incluso anotó un ensayo. Pero su momento de mayor gloria llegó como parte de la histórica gira de los British & Irish Lions a Sudáfrica en 1974. Aunque no jugó en los tests, su talento fue tal que Mervyn Davies, titular galés de esa gira, lo describió como su oponente más difícil. Años después, Ripley confesó con su honestidad característica: “¿Decepcionado por no jugar los tests? No. Devastado. Más allá de la devastación”.
Durante esa gira de 1974 de los Lions, mientras el resto del equipo se movía en grupo, Andy se escapaba a surfear o regresaba con gatitos callejeros a los que cuidó durante toda la gira. Fue descrito como “el primer hippie del rugby”, no solo por su melena y sandalias, sino por su mentalidad abierta y su disfrute profundo de la vida.
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Más allá del campo, Andy Ripley fue un verdadero polímata: atleta, empresario, banquero, académico, lingüista, orador, escritor. Su energía y curiosidad no conocían límites. Como fenómeno atlético, Andy fue semifinalista en los campeonatos británicos de 400 metros, campeón mundial veterano de remo indoor y ganó el popular programa televisivo Superstars en 1980. A los 49 años, intentó formar parte del equipo de remo de la Universidad de Cambridge. No lo logró, pero ganó cuatro títulos mundiales máster.
Lo más admirable de Ripley, sin embargo, fue su forma de vivir. Describía el rugby como una expresión artística, no una carrera. Rechazó la profesionalización del deporte y donó todos los premios que ganó. Tras recibir 8.000 libras por ganar el mencionado Superstars, dijo con ironía: “Una vez pagados los impuestos, con suerte me hubiese alcanzado para comprar un Mini de segunda mano”.
Su libro Ripley’s Rugby Rubbish fue presentado con humor como “una tontería”, cuyos beneficios también regaló. Sobre el nuevo rugby profesional, declaró con tristeza: “La amistad y la lealtad han sido destruidas. El rugby ha perdido a sus héroes… Si solo persiguen unas libras como yo, ya no me gustan. Se devalúan. Se vuelven marionetas, manipuladas por el dinero”.
"El rugby necesita gente como Andy. Si todavía existen personas como él, eso me demuestra que el rugby aún tiene alma", dijo Jean-Pierre Rives
En 2005, le fue diagnosticado un cáncer de próstata. Su respuesta no fue retraerse, sino convertirse en embajador de la causa, escribir un diario de esperanza (Ripley’s World) y seguir luchando hasta el final con su característica sonrisa. Allí escribió: “¿Podemos tener esperanza? Podemos. ¿Debemos? Debemos. Porque no hacerlo es desperdiciar el regalo más precioso que Dios nos ha dado”.
Recibió la Orden del Imperio Británico poco antes de fallecer en 2010, a los 62 años. Jean-Pierre Rives, mítico tercera línea francés, dijo: "El rugby necesita gente como Andy. Si todavía existen personas como él en el juego, eso me demuestra que el rugby aún tiene alma".
Ripley fue excéntrico, atlético, generoso, indomable y lleno de vida. Y nunca buscó ser leyenda, pero lo fue. Quizás nunca ganara un Grand Slam ni fuera un nombre de cartel como Edwards, pero su espíritu sigue siendo un faro para los que creen que el rugby es mucho más que un deporte.
Cuando se habla del rugby británico de los años 70, nombres como Gareth Edwards, Barry John o JPR Williams suelen encabezar la conversación. Pero en esa misma época dorada, Inglaterra tuvo en sus filas a una figura única, extravagante y extraordinaria: Andy Ripley. Fue más que un jugador de rugby. Fue un espíritu libre, un atleta polifacético y uno de los últimos grandes románticos del deporte amateur.