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Ante la protección: hipocresía
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Marcos Eguiguren

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Ante la protección: hipocresía

Un arancel es una protección. Protege tu actividad económica frente a competidores del resto del mundo en el caso de que estos no estén siendo leales con las reglas del juego

Foto: Foto: iStock/Chunyip Wong.
Foto: iStock/Chunyip Wong.
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Desde hace unos años, asistimos a una clara guerra comercial entre EEUU y China, con la UE viéndose arrastrada —en parte, por las medidas de las dos grandes potencias— a tomar cartas en el asunto. Y digo en parte porque la UE también está creando sus propios mantras arancelarios alrededor de la protección normativa que se considera necesaria para poder cumplir con los objetivos de la agenda 2030. Ya ve usted, hasta para evitar el cambio climático parecemos necesitar del proteccionismo. ¡No vamos bien!

Concretamente, hace muy pocos meses hemos conocido el plan europeo para establecer una especie de aranceles a los productos manufacturados que no cumplan con las normativas medioambientales de la UE, lo que proporcionaría unos 14.500 millones de euros anuales a las arcas comunitarias, o hemos leído también, muy recientemente y desde un punto de vista más clásico de política arancelaria, cómo los fabricantes de bicicletas y bicicletas eléctricas en la UE solo pueden ser competitivos, en comparación con fabricantes de países asiáticos o africanos, debido a la protección arancelaria que afecta a estos productos.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (Reuters/Kevin Lamarque)

Es evidente que un arancel es un gravamen que desvirtúa el funcionamiento del libre mercado a nivel global y que su implantación, desde un punto de vista de impulso a la eficiencia económica puro y duro, no debería ser deseable. Sin embargo, esa reflexión tiene sentido, si y solo si las reglas de juego son suficientemente parecidas para las diferentes empresas que intermedian o fabrican determinado producto en diferentes jurisdicciones. Cuando no es así —ayudas públicas a un sector en el país de origen, falta flagrante de respeto a los derechos fundamentales en la cadena de suministro de un sector o fabricación de productos que atentan contra las normativas de cualquier tipo en el país de destino (siempre que esas normativas sean sensatas)—, una política arancelaria selectiva puede tener cierto sentido.

Un arancel es una protección. Protege tu actividad económica (en este caso, la de empresas de la UE) frente a competidores del resto del mundo en el caso de que estos no estén siendo leales con las reglas del juego y, aunque ello pueda tener sentido en algunos casos, no me negará, estimado lector, que ello favorece, sí o sí, al nacionalismo económico y, si no se implanta con precisión quirúrgica, con voluntad de diálogo con los productores de terceros países para eliminar las causas últimas que generan el arancel, y con una orientación claramente temporal, el arancel puede acabar generando mediocridad y causando un daño irreparable a las empresas que pretende proteger.

Foto: Foto: EFE. Opinión
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Y es que los aranceles, como cualquier otra medida proteccionista o, en general, intervencionista, pueden generar cultura de país y, lo que es peor, cultura corporativa. Si papá Estado me protege incorporando aranceles de un X% a aquellos productos similares al que yo fabrico que sean importados de determinados países, aunque ese arancel tenga cierto sentido, ¿cuánto tiempo cree usted que tardaré en habituarme a esa situación y a comparar mi estructura de costes con los precios de los competidores —incluido ya el arancel— y no con el precio libre de gravamen? ¿Qué incentivos a largo plazo tendré yo, como empresario, para continuar innovando y mejorando calidades y costes ante una comparación ficticia? ¿Cómo quedaría mi negocio si, de repente, se suprimieran esos aranceles?

Si usted, querido lector, es empresario y su empresa es una de las muchas protegidas por cualquier tipología de arancel, permita que le diga que una de las cualidades empresariales que le resultará más útil ante la realidad de la política de aranceles y en cómo esta afecta a su empresa es la hipocresía. No se lo tome a mal, lo digo en tono constructivo y pensando en la obtención de valor a largo plazo para sus accionistas, no por dejarle en mal lugar por presentar ese discutible defecto. Seguro que me entenderá usted enseguida.

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen. (Reuters)

Por un lado, cada vez que usted se reúna con otros empresarios del sector o se encuentre en determinados foros, con representantes públicos o políticos, llorará usted a moco tendido, se quejará amargamente de la competencia desleal a la que se ve sometida su empresa por parte de competidores de tal o cual país y reclamará medidas de protección que nivelen la situación y blinden el empleo y la paz social o cualquier otra excusa que se le pueda ocurrir. Sin embargo, cuando regrese a su empresa y se reúna con sus equipos directivos, con su gente, hará como si esos aranceles por los que tanto clama no existieran. Incentivará a sus equipos, les presionará, reinterpretará los objetivos a largo plazo de su empresa, buscará la innovación a ultranza, hará que su gente se centre en compararse con los mejores competidores del planeta, sin tener en cuenta los aranceles que le protegen artificialmente. Juntos tendrán que buscar la fórmula para equilibrar a largo plazo la ventaja competitiva transitoria, incluso la de aquel que compite deslealmente.

No dejará que su empresa pierda la frescura innovadora y la audacia del que quiere hacer las cosas diferentes solo porque le han otorgado un escudo artificial y transitorio.

Foto: Foto: Reuters/Yves Herman

Porque, sea una protección de carácter normativo o una protección de carácter económico, no hay política arancelaria que 100 años dure en un mundo sujeto a las leyes del libre mercado. Y la protección que un arancel representa para cualquier sector hoy puede desaparecer en pocos meses, simplemente por motivos geopolíticos o por ser instrumento de canje en negociaciones de mayor alcance entre bloques económicos.

Por todo ello, querido empresario, ante una realidad económica dominada por el proteccionismo arancelario, practique usted la hipocresía. En el corto plazo, persiga activamente el cobijo que proporciona el manto de los aranceles y gane con ello tiempo para analizar en detalle su cadena de valor y construir un modelo de negocio verdaderamente innovador en el largo plazo que permita que su empresa pueda competir en el futuro con independencia del escudo que políticos y burócratas puedan poner a su disposición.

A largo plazo, no hay mejor escudo protector que el poseer una cultura radicalmente innovadora. Ya sabe, ante la protección arancelaria, practique la hipocresía.

Desde hace unos años, asistimos a una clara guerra comercial entre EEUU y China, con la UE viéndose arrastrada —en parte, por las medidas de las dos grandes potencias— a tomar cartas en el asunto. Y digo en parte porque la UE también está creando sus propios mantras arancelarios alrededor de la protección normativa que se considera necesaria para poder cumplir con los objetivos de la agenda 2030. Ya ve usted, hasta para evitar el cambio climático parecemos necesitar del proteccionismo. ¡No vamos bien!

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