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Lo que necesita Europa para salir de la irrelevancia
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Marcos Eguiguren

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Lo que necesita Europa para salir de la irrelevancia

A pesar de sus debilidades, la Unión Europea, con una población relativamente pequeña, es un gigante económico. Sin embargo, su peso específico en la economía y la geopolítica mundiales disminuye a marchas forzadas

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (EFE/EPA/Daniel Irungu)
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (EFE/EPA/Daniel Irungu)
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Los grandes países entran en declive siempre por motivos internos y por un deterioro lento e inexorable de sus fortalezas, hasta que su situación es tan débil que cualquier enemigo interno o externo, acaba provocando su colapso o su cambio de régimen.

En ese paradigma de reflexión nos sumimos cuando observamos el papel de nuestra querida Europa hoy. ¿Se sienta Europa en el diván debido a las amenazas externas o a los deméritos propios? Una respuesta en clave de humor me la facilitó un viejo amigo: "En Estados unidos innovan y crean, en Asia incentivan y promueven y en Europa regulamos y penalizamos. Cada quien hace lo que mejor sabe".

Foto: decada-perdida-economia-europa-detras-eeuu

El anterior sarcasmo apunta a una de las grandes debilidades del sistema político-normativo europeo: su desmedido afán por la regulación. Parece ser que toda actividad humana que no haya pasado por el cedazo del escrutinio público, es nociva por naturaleza y sospechosa de dañar al ciudadano. Si verdaderamente así fuera, debería uno preguntarse cómo es posible que la humanidad haya progresado como lo ha hecho y durante milenios hasta los últimos 70 años, en los que sí ha podido gozar de la simpar capacidad legislativa de la UE.

A pesar de sus debilidades, la Unión Europea, con una población relativamente pequeña (un 5,6% de la población mundial), es un gigante económico (un 17,7% del PIB mundial). Sin embargo, su peso específico en la economía y la geopolítica mundiales disminuye a marchas forzadas. Curiosamente, la mayor empresa de la UE por capitalización bursátil, no es tecnológica ni nada por el estilo, es LVMH, icónica empresa del sector del lujo. Estamos perdiendo la carrera de la innovación y la tecnología punta. Estamos distraídos.

Foto: Charles Michel, presidente del Consejo Europeo. (Europa Press/Jonas Roosens)

El bienestar europeo nos oculta el movimiento discreto y casi imperceptible que avanza en otras partes del mundo y que es realmente transformador. Estamos más ocupados en nuestras cuitas que en los cambios lentos, silenciosos y profundos que llevan años gestándose fuera de Europa. Sufrimos una “distracción colectiva”.

Al viajar fuera de la UE, especialmente si se hace por motivos profesionales, y recorrer, por nombrar algunas zonas: el Sudeste Asiático, la India, China, Estados Unidos, parte de África o algunos países de Latinoamérica, se puede apreciar que, aun siendo la mayoría de ellas menos desarrolladas y con graves problemas socioeconómicos, atesoran un increíble potencial. Su evolución demográfica, las ganas de mejorar de buena parte de sus poblaciones, más jóvenes y menos acomodadas que las europeas, el poder disruptivo que acumulan o su espíritu innovador son características palpables.

Foto: Una familia, en el parque del Retiro. (Europa Press/Eduardo Parra)

La ventaja competitiva que todavía atesora Europa desde hace alrededor de 500 años, primero con su política extractiva como naciones colonizadoras durante dos o tres siglos, desde hace 200 años con la eclosión de la Revolución Industrial y la implementación del estado de bienestar en las últimas décadas, se está diluyendo a gran velocidad.

Aquello que costó, en el mejor de los casos, 200 años construir, puede disiparse y perderse en menos de 40. Estamos en medio de ese acelerado declive y los europeos no somos conscientes de ello. El europeo medio, al igual que el norteamericano medio, vive en su propia burbuja, en la que todos los días estamos debatiendo sobre temas que solo importan a los europeos, pero que, en el resto del mundo, son vistos de otro modo o, directamente, son objeto de chanza. La gran diferencia es que el norteamericano medio vive en un país continente que es en buena medida autosuficiente. El europeo no tiene esa fortuna.

Foto: Manifestantes en Tbilisi aguantan los golpes de los cañones de agua alrededor de una bandera de la UE. (EFE)

He hecho referencia a la obsesión reguladora de Europa como uno de los síntomas y, a la vez, causa de deterioro en la UE, pero ese no es el único motivo. El segundo gran motivo es la propia estructura política de la UE que fue expresada como nadie por Henry Kissinger, en referencia a sus conversaciones con la entonces Comisión Europea; se quejaba de las dificultades de las mismas, y se preguntaba con ironía: ¿A quién llamo si quiero llamar a Europa? Por ese motivo, entre otros, la viabilidad de la Unión Europea y de su moneda se ponen en duda de forma recurrente en cada nueva crisis.

Estados Unidos tiene una moneda única y, sin embargo, en muchos aspectos las diferencias macroeconómicas entre Washington DC y Misisipí son mayores que las diferencias entre Alemania y Grecia. A pesar de ello, nadie pone en duda la Unión ni su moneda: el dólar. Varios estados americanos —como California en 2009— han quebrado a lo largo de su historia reciente. Sin embargo, nadie duda de la supervivencia de la Unión ni del dólar. Estados Unidos tiene un déficit público enorme, un gran endeudamiento y un crónico déficit comercial y de cuenta corriente con el resto del mundo y sus 50 estados conviven con grandes diferencias económicas entre ellos… y, sin embargo, no se pone en duda su existencia o su moneda.

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Pero Estados Unidos tiene, entre otras cosas, algo que no tiene Europa: una política fiscal común, con un presupuesto federal que cubre las partidas más importantes del gasto público común (defensa, justicia, grandes infraestructuras del país, seguro social —Medicare—, pagos a veteranos, intereses de la deuda, etc.) y cuenta con una partida de ingresos públicos (impuestos federales) que en caso de no ser suficientes para cubrir el presupuesto federal, dispone de la capacidad de emitir bonos federales.

En los últimos tiempos, hemos asistido a multitud de ejemplos de los riesgos sistémicos que comporta el hecho de no disponer de ese paraguas confederal a nivel europeo y hemos visto muchas situaciones en las que han prevalecido viejos intereses cainitas propios de los antiguos señoríos feudales europeos, al interés general de la ciudadanía.

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Europa se seguirá sumergiendo en la irrelevancia en los próximos años hasta que no se tome la drástica decisión de convertirla en algún tipo de Confederación Europea, con una dilución mucho mayor de las actuales estructuras nacionales, la conformación de un verdadero Parlamento Europeo y de un Gabinete Europeo comparables a los de un país soberano e inequívocamente democráticos. La existencia de una agenda única geopolítica europea por encima de los intereses nacionales, incluyendo una política monetaria, fiscal y judicial común, con un único ejército europeo.

Europa se seguirá sumergiendo en la irrelevancia hasta que no se tome la decisión de convertirla en algún tipo de Confederación Europea

Puede parecer utópico, pero para que Europa siga poseyendo un peso mundial por encima del peso demográfico que le corresponde, no queda otra que dar un paso de estas características. Ya no estamos en el mundo de las cruzadas, en el siglo XVII o en el XIX. Los problemas que ponen en jaque a la democracia liberal están dentro de Europa, no fuera.

La renuncia de los Estados nación a una parte de su actual soberanía y la disminución de estructuras de poder para generar un único y más eficiente modelo de gobernanza europeo puede verse hoy como ciencia ficción. Sin embargo, si ese paso no se da dentro de la próxima generación, Europa seguirá con su deterioro y las próximas generaciones de europeos lo pagarán disfrutando de un menor nivel de vida o, lo que es peor, viendo cómo sus regímenes políticos, sea por amenazas externas o por derivas internas, se escoran hacia el autoritarismo y se pone en peligro la libertad.

Los grandes países entran en declive siempre por motivos internos y por un deterioro lento e inexorable de sus fortalezas, hasta que su situación es tan débil que cualquier enemigo interno o externo, acaba provocando su colapso o su cambio de régimen.

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