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El dilema moral de las subidas de tipos de interés
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Marcos Eguiguren

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El dilema moral de las subidas de tipos de interés

Se habla de los tipos de interés actuales como si se fuera a acabar el mundo, como si su evolución alcista fuera una conspiración contra la pequeña empresa endeudada o contra la familia con hipoteca

Foto: La presidenta del BCE, Christine Lagarde. (EFE/EPA/Jalal Morchidi)
La presidenta del BCE, Christine Lagarde. (EFE/EPA/Jalal Morchidi)
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Aquella persona que se dedique a ver telenoticias —afición muy peligrosa y de dudosa conveniencia para su salud, se lo aseguro— se habrá habituado en los últimos meses a ver brevísimos extractos de entrevistas en las que un caballero se queja amargamente del precio estratosférico del aceite de oliva o una señora se lamenta del aumento de la cuota mensual de su hipoteca. Quedémonos con ese segundo tema. Los tipos de interés han subido y, por ende, la cuota de las hipotecas también ¿Y qué?

Se habla de los tipos de interés actuales como si se fuera a acabar el mundo, como si su evolución alcista fuera una conspiración contra la pequeña empresa endeudada o contra la familia con hipoteca, o como si la economía no pudiera resistir unos tipos de interés del orden del 4 o 5%. Yo me acuerdo perfectamente de que en determinados periodos de los años ochenta y noventa del siglo pasado, se suscribían habitualmente hipotecas a tipos de entre el 15 y el 16%, y aquí estamos hoy, tan ricamente, leyendo El Confidencial.

Foto: Lagarde, en la última rueda de prensa en la que se anunció una nueva subida de tipos del BCE. (EFE/Ronald Wittek)

Como en tantas otras facetas de la vida, el exceso de información no siempre bienintencionada al que somos expuestos —en este caso concreto, además, la deficiente formación financiera de la población y la falta de reflexión sosegada acerca de las cosas— nos dificulta interpretar ciertas situaciones. Por ejemplo, si es bueno o malo que nos movamos hoy en tipos de interés de entre el 4 y el 5% a la hora de financiar a particulares o empresas. Permítame, querido lector, que intente aportar cierta luz a esta cuestión.

Es importante recordar que, en esencia, el tipo de interés es el precio que paga un actor económico (prestatario) a otro (prestamista), para que el segundo le preste al primero una cantidad determinada de dinero por un tiempo determinado. El sentido común nos dice, entonces, que ese tipo de interés debería ser algo mayor que la inflación en una economía sana. La inflación devalúa el valor del dinero. Si se presta a tipos por debajo de la inflación el prestatario se arriesga a no recuperar el valor real actualizado del dinero. Otro aspecto a considerar es que quien presta renuncia a tener el dinero líquido en su bolsillo, y, por tanto, a poder dedicarlo a cualquier otro menester durante la vida del préstamo, además, corre el riesgo de que el prestatario no le devuelva ese dinero. Por tanto, más allá de cubrir la pérdida de valor que produce la inflación, el tipo de interés cobrado debería cubrir esa renuncia a una situación de liquidez y la posibilidad de que pudiera producirse un impago durante la vida del crédito.

Foto: Sede de la Fed en Washington. (Getty/Anna Moneymaker)

Por tanto, lo normal es que los tipos de interés de referencia sean siempre superiores a la inflación, y que cuando las entidades financieras ofrezcan un tipo final a sus clientes para financiar una operación, añadan a ese tipo de referencia una cantidad adicional (prima de riesgo) para cubrir peligros de impago y añadir un cierto margen financiero.

Pues bien, fíjese en lo que ha pasado en los últimos años. Mientras que el tipo de intervención del Banco Central Europeo, una referencia clave para la formación de los tipos de interés de mercado, se mantenía en niveles bajísimos o nulos, la inflación estaba casi siempre por encima de esa cifra. Por lo tanto, el tipo de interés real, es decir, el tipo de interés nominal en cada momento del tiempo, menos la inflación, lleva varios años en terreno negativo. Desde 2016, han sido muchísimos más los meses en los que hemos vivido con tipos de interés real negativo, que con tipos positivos o nulos.

Lo normal en una economía sana es que los tipos de intereses reales a corto plazo sean ligeramente positivos y que se sitúen algo por encima de la inflación. Así, si la UE regresara pronto a una inflación objetivo de un 2%, lo normal es que los tipos de interés de referencia se movieran en un rango de entre cero y 100 puntos básicos por encima de esta (2%-3%). De esta forma, el prestamista mantendría, por lo menos, el valor de su préstamo y el ahorrador no devaluaría su ahorro.

Foto: Christine Lagarde, presidenta del BCE. (EFE/Wittek)

El problema es que, cuando tienes a los bancos centrales inyectando como locos dinero en la economía y bajando los tipos de interés hasta provocar que el euríbor a 12 meses entrara en terreno negativo en marzo de 2016 hasta marzo de 2022, mientras que la inflación en todos esos años estaba en terreno positivo (aunque muy ligeramente), santificas como normal y acertada una política monetaria que, mantenida durante un tiempo tan largo, es peligrosa y, hasta cierto punto, inmoral. Los tipos de interés real en Europa han sido negativos durante demasiados años, creando una cultura financiera inadecuada.

La política monetaria es útil para impulsar la demanda al inyectar dinero en la economía y disminuir el precio del crédito. Es útil como apoyo en momentos de crecimiento débil, pero ese tratamiento no debe durar mucho. Como aquel enfermo que sufre fuertes dolores, si se le recetan opiáceos durante demasiado tiempo corre el riesgo de volverse adicto.

Los tipos de interés real en Europa han sido negativos durante demasiados años, creando una cultura financiera inadecuada

Con independencia de esa lectura macroeconómica, no hay que olvidar que esa alteración del tipo de interés real genera además un dilema moral. Una situación de tipos de interés real negativos mantenida durante mucho tiempo incentiva a quien se endeuda, facilita la aparición de burbujas de activos e incita a los gobiernos a pensar que pueden vivir impunemente sin mirar al equilibrio presupuestario. Por otro lado, esa misma situación desincentiva el ahorro y penaliza a los actores económicos previsores y prudentes empujándolos a una asunción de riesgos, tal vez indeseada, si quieren que su esfuerzo de tantos años no pierda valor. Una política de tipos de interés real negativos de excesiva duración incentiva en los actores económicos conductas inadecuadas y atenta contra los elementos morales que deberían sostener a un capitalismo responsable y equilibrado.

Espero no defraudarle, estimado lector, si usted estaba esperando como agua de mayo que yo me incline por una suavización de los tipos de interés. En primer lugar, eso no va a ocurrir en los próximos meses y, en segundo lugar y más importante si cabe, cuando eso ocurra espero que se produzca mientras se mantienen tipos de interés real ligeramente positivos. Créame, a largo plazo, es lo mejor para todos.

Aquella persona que se dedique a ver telenoticias —afición muy peligrosa y de dudosa conveniencia para su salud, se lo aseguro— se habrá habituado en los últimos meses a ver brevísimos extractos de entrevistas en las que un caballero se queja amargamente del precio estratosférico del aceite de oliva o una señora se lamenta del aumento de la cuota mensual de su hipoteca. Quedémonos con ese segundo tema. Los tipos de interés han subido y, por ende, la cuota de las hipotecas también ¿Y qué?

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