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Colaboración público-privada y capital natural
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Marcos Eguiguren

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Colaboración público-privada y capital natural

Ese concepto, que se aplica normalmente a grandes acuerdos entre empresas privadas y administraciones públicas, debería incorporar a un tercer socio en discordia, el capital natural

Foto: Foto: EFE/Juanjo Guillén.
Foto: EFE/Juanjo Guillén.
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En un reciente estudio, el Instituto Valenciano de Investigación Económica y la Fundación BBVA se atreven a aportar una cuantificación del llamado capital natural en diversos países europeos y a analizar su evolución en los últimos años.

Enseguida paso a compartir con usted algunos datos de esa monografía, pero, primero, permítame que revisemos qué se entiende por capital natural y por qué ese concepto es importante. Muy en resumen, estamos hablando de la valoración de la riqueza natural que presenta un territorio y que es susceptible de utilización en las actividades económicas de los seres humanos.

Fíjese que, en ningún momento, he utilizado la palabra recurso. Tal vez le parezca que estamos hablando de sutilezas semánticas, pero no. Existe una diferencia fundamental entre considerar aquello que nos ofrece la naturaleza como si fuera un recurso o considerarlo como si fuera capital. Si pensamos en ese dilema con mentalidad de empresario, entenderemos que hay que superar el concepto de sostenibilidad. Los datos de los que disponemos hoy nos obligan a aplicar modelos de negocio diferentes que superen el concepto de recursos naturales, entendiendo la naturaleza como algo pasivo de lo que disponemos para nuestro consumo y para alimentar nuestros procesos productivos, y evolucionen al concepto de capital natural, que reconoce la naturaleza y sus equilibrios como productores de bienes y servicios ecosistémicos esenciales para la vida en la Tierra y, por lo tanto, para la propia existencia del ser humano.

Foto: El ser humano esta forzando las condiciones de la vida en la Tierra. (Reuters/T. Mukoya)

La lógica humana, especialmente en los últimos siglos, ha sido la de considerar a la naturaleza como un recurso. Un recurso se explota, preferentemente de manera eficiente. Pero el capital es otra cosa. En la lógica de la empresa, el capital se conserva, se protege o se incrementa. Una buena política de capitalización hace más resiliente a nuestro negocio.

Según la monografía a la que nos referimos, el valor del capital natural de España en 2018, ascendía a 467.558 millones de euros, con una dotación per cápita de 9.156 euros que supera en un 34% el promedio de la UE, aunque ese valor ha disminuido en nuestro país alrededor de un 17% desde 1995. Los componentes del análisis, según los autores del estudio son los recursos forestales, las tierras de cultivo, las tierras de pasto, las áreas protegidas y los recursos energéticos y minerales. En el caso español, los componentes más importantes son las tierras de cultivo y de pasto, con casi un 61% del capital natural total, seguidos de los recursos forestales con un 27%, las áreas protegidas con un 11% y los recursos energéticos y minerales con el 1% restante.

Reconozco que la metodología empleada por los autores me genera algunas dudas. No tener una mirada clara hacia dos elementos que, a mi juicio, también conforman el capital natural, el litoral marino y los sistemas hídricos, me parece discutible, De todas formas, hay que reconocer el esfuerzo realizado. Más allá de que le demos más o menos crédito a la cifra de 467.000 millones de euros y a su composición, el simple hecho de abrir este debate y de poner encima de la mesa algunos datos comparativos sobre un tema enormemente desconocido para el ciudadano de a pie y no demasiado conocido para los economistas, ya me parece positivo.

Foto: Las aves pueden verse afectadas por los parques eólicos. (SEO/Birdlife)

Pero, vamos a lo que interesa ¿para qué le cuento esta milonga? ¿Qué importancia tiene? ¿Qué lectura le doy al hecho de que España tenga no sé cuántos millones de capital natural o de qué tal o cual porcentaje sean pastos o cualquier otra cosa? Aparte, claro está, de satisfacer la manía que tenemos los seres humanos, y los economistas en particular, de medir las cosas más variopintas y, en ocasiones, absurdas. La verdad, que el capital natural en España sea de tantos o cuántos millones es un tema que me tiene poco preocupado. Seguro que, si utilizáramos otro tipo de metodología, saldría otro resultado y los expertos nos dedicaríamos durante años a tirarnos los trastos a la cabeza para defender nuestros métodos de medir en lugar de proponer acciones que permitan un desarrollo económico más equilibrado. Lo que sí me tiene preocupado es el visible deterioro del planeta con independencia de que usted pueda creer que ese deterioro, en especial en el ámbito climático, se debe a la mano humana o al simple ciclo evolutivo de la Tierra.

Pues bien, la importancia de todo esto radica en la esencia. En el hecho de considerar al planeta que nos acoge, desde un punto de vista económico e incluso jurídico, como un actor económico per se y, por lo tanto, como titular inanimado del capital que le es propio y de los rendimientos que le corresponden, que tiene a bien compartir con las muchas especies vivas que pueblan su biosfera, entre ellas la nuestra, y que tiene derecho a conservar y mejorar, precisamente para el bien de todas ellas.

Foto: Debemos recuperar el equilibrio con la naturaleza. (EFE) Opinión

Por todo ello, creo que habría que proceder a una revolución en la consideración de la colaboración público privada. Ese concepto que se aplica normalmente a grandes acuerdos entre empresas privadas y administraciones públicas, normalmente orientados a la construcción, rehabilitación o gestión de infraestructuras, debería incorporar a un tercer socio en discordia, el capital natural. Así, si utilizamos ese término en inglés, las tres P, public-private partnerships, se transformarían, al incorporar el capital natural, en las cuatro P, public-private-planet partnerships.

Alguien podrá pensar que estoy diciendo tonterías y que eso no es necesario porque el sector privado empieza a estar sensibilizado en la búsqueda de la sostenibilidad y hay montones de leyes al respecto y porque, el sector público, como protector de lo común, tendría que jugar ese papel como representante del planeta. Permítame que discrepe. El sector privado, dentro de unas leyes y de un marco moral corporativo, debe buscar su rentabilidad. El sector público, a su vez, está sujeto a demasiadas presiones de grupos de interés a los que debe dar respuesta, no solo a la protección del planeta. Ello puede perfectamente provocar que, en grandes proyectos público-privados, que son los que pueden tener mayor impacto sobre la conservación del capital natural, los diseños se limiten a seguir el marco legal vigente sin tener una visión holística de utilización y regeneración del capital natural a través del proyecto.

Foto: La montaña Matterhorn desde el lago Riffelsee, en Suiza. (EFE/V. Flauraud)
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Para abordar este debate, una posibilidad es que, en esos grandes proyectos, el planeta se personara como un socio más del acuerdo a través de agencias o actores totalmente independientes (tanto de lo público como de lo privado), cuyo único objetivo fuera representar los derechos de ese titular inanimado de ese capital natural para asegurarse de que, cualquier gran proyecto, está diseñado teniendo también en cuenta las necesidades de regeneración de la naturaleza.

Ayuda saber que no soy el único que piensa en estos temas. Un medio de gran prestigio y nada sospechoso de medio alternativo, el Financial Times, publicaba esta semana un artículo de opinión de Paula Diperna cuyo título —en una traducción libre— es revelador: "Es hora de pagarle a la naturaleza por los servicios prestados". En fin, querido lector, tal vez todo sea una locura aunque, le aseguro que no tengo ningún interés en hacer más compleja la ya de por sí complicada definición de los grandes proyectos de colaboración público privada, pero, tal vez valga la pena darles una vuelta a estas ideas. El muy largo plazo lo merece.

En un reciente estudio, el Instituto Valenciano de Investigación Económica y la Fundación BBVA se atreven a aportar una cuantificación del llamado capital natural en diversos países europeos y a analizar su evolución en los últimos años.

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