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Por qué todo el mundo debe a todo el mundo y nadie puede pagar
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Agustín Marco

A Corazón Abierto

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Por qué todo el mundo debe a todo el mundo y nadie puede pagar

El encabezamiento de este artículo es un subtítulo de un libro sobre la crisis económica escrito por John Lanchester que en España ha pasado muy desapercibido,

El encabezamiento de este artículo es un subtítulo de un libro sobre la crisis económica escrito por John Lanchester que en España ha pasado muy desapercibido, pese a que se puso a la venta con bajo el llamativo título de ¡Huy!. Una lectura muy recomendable porque cuenta con una claridad infantil la quiebra de la banca mundial y sus consecuencias en el bolsillo de los contribuyentes. Una exposición que, con los años de retraso que la indulgencia del Gobierno ha permitido, se va trasladar ya al sistema financiera español. Y, lo que es peor, como su bolsillo y el mío van a pagar los errores de los gestores de bancos y cajas.

 

Porque en las tres semanas que llevamos de 2011 habrán leído y escuchado en muchos medios que se prepara una inyección de capital brutal en las cajas de ahorros, dueñas del 50% del sistema financiero, así como en algunos bancos. La mayoría de los cuales han dedicado los últimos tres años a jugar al rugby, a pegar patadas para adelante, a refinanciar deudas que jamás cobrarán, sin reconocer que su estado contable estaba tan esquelético o casi como el de sus homólogos ingleses, alemanes, franceses y americanos a finales de 2008. Un momento en el que la proporción entre los que estaba a la izquierda del balance –el activo- y a la derecha –el pasivo- era de 1 a 30. Es decir, insolvencia.

Aquí, en España, hasta la fecha, no se ha querido hacer un mark to market o ajuste al valor real de los precios de la cartera crediticia. Los bancos se niegan porque de lo contrario deberían hacer tales provisiones que muchos entrarían en pérdidas graves y otros directamente deberían ser nacionalizados. Eso es lo que va a pasar ahora porque el Banco de España, cómplice de la situación, es otro mandado de la Comisión Europea. Se acabó el año y aquí a retratarse todo el mundo. No a través de pruebas de estrés tan falsas como las del verano pasado –fíjense cuánto han seguido cayendo las cotizaciones de nuestras entidades financieras en bolsa-, sino de una resonancia magnética que revele las vergüenzas.  

Unos agujeros que hay que tapar con dinero rápido, un capital que, como bien exponía S. McCoy días atrás, saldrá de sus cuentas corrientes, especialmente de los más incautos, más inocentes o menos informados, aquellos que todavía piensan que la quiebra del sistema, las hipotecas basura, los CDS, las titulizaciones, los swaps y cosas parecidas no van con ellos. Inventos contables, barbaridades con el que los banqueros se han forrado, una factura que ahora vamos a pagar con creces.

A la banca hay que prestarles mucha guita –los cálculos oscilan entre los 30.000 y los 80.000 millones-, una tela que los mercados mayoristas donde hasta hace poco jugaban a la ruleta ya no les prestan. Por tanto, se lo tenemos que poner nosotros, la ciudadanía, que ya estamos sufriendo de manera más directa la gravedad de la situación. ¿Cómo? Pues viendo como se niegan los créditos a los clientes, ya sea particulares o pymes, Es decir, que el dinero que ya ha puesto el famoso FROB –nosotros, aunque sin que nos hayan pedido permiso- y el que va a poner en breve no ha servido ni servirá para estimular la economía ni para crear puestos de trabajo, sino para salvar el pescuezo de mucho equipo directivo y consejo de administración irresponsable.

La mayoría siguen en sus puestos y los que se han ido lo han hecho con el zurrón bien lleno, sin consecuencias pecuniarias ni penales, en el caso de que las hubiera. Por ahí campan tan tranquilos los Blesa, Serra, Motló y otros ilustres amigos de políticos, que siguen manteniendo coche privado, chofer, secretaria y otras prebendas a cargo de la caja de turno, que al mismo tiempo está echando a la calle a señores de 55 años con el 95% del sueldo garantizado.

Una situación tan crítica la de nuestro sistema financiera como la de numerosas familias, que aplicaron el mismo sistema falaz de contabilidad inventado hace más de 700 años por un monje franciscano. Lástima de esos albañiles –no son los únicos- con casas de 200 metros y chalets en la playa. Su activo –sus ingresos, su coche, su piso- se ha empequeñecido a pasos agigantados, mientras su pasivo –lo que deben- sigue valiendo lo mismo o más si han subido los tipos de interés. Total, que no pueden pagar, como tampoco las empresas a los bancos ni los bancos a sus prestamistas.

 

Una espiral diabólica que solo se solucionará de tres maneras. La primera, reconociendo las pérdidas. La segunda, dejando morir a los zoombies resultantes de la primera purga. La tercera, con tiempo, mucho tiempo, Todo lo que oigan de políticos, reguladores y demás interesados sobre solvencia, liquidez y otras variable son mentiras o medias verdades. Las indigestiones es lo que tienen.

El encabezamiento de este artículo es un subtítulo de un libro sobre la crisis económica escrito por John Lanchester que en España ha pasado muy desapercibido, pese a que se puso a la venta con bajo el llamativo título de ¡Huy!. Una lectura muy recomendable porque cuenta con una claridad infantil la quiebra de la banca mundial y sus consecuencias en el bolsillo de los contribuyentes. Una exposición que, con los años de retraso que la indulgencia del Gobierno ha permitido, se va trasladar ya al sistema financiera español. Y, lo que es peor, como su bolsillo y el mío van a pagar los errores de los gestores de bancos y cajas.