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Las cacerías de Indra y Repsol, entre el Parador de Rajoy y la comida con Piqué
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Agustín Marco

A Corazón Abierto

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Las cacerías de Indra y Repsol, entre el Parador de Rajoy y la comida con Piqué

Los detectores de incendios de las plantas nobles del Ibex 35 han activado la señal de alarma. Algo huele a humo, a conato de fuego las ahora

Los detectores de humo de las plantas nobles del Ibex 35 han activado la señal de alarma. Algo huele a combustión, a conato de incendio en las ahora minimalistas zonas de confort en la que se han instalado algunos de los más longevos presidentes de las empresas cotizadas, ejecutivos puestos a dedo tiempo atrás que se resisten a desalojar un sillón desde el que han hecho mucho dinero y mejores relaciones. Son los casos de Indra y de Repsol, dos batallas en las alturas del poder en las que se observa el doble rasero que el Gobierno emplea según quien sea el inquilino.

A Mariano Rajoy nunca le ha interesado mucho el egocentrismo de los grandes gerifaltes del Ibex, con los que siempre ha medido distancias, tanto cuando aún estaba en la capilla de la oposición como desde que ocupa la Moncloa. Se hizo siempre el remolón a recibir en Génova a los presidentes que, atisbando la victoria electoral por incapacidad del PSOE, le pidieron cita previa en la séptima planta para saber qué iba a ser "de lo mio". Muy pocos pasaron el filtro de Soraya Sáenz de Santamaría, una de las pocas del actual Gobierno a la que sí le gusta el pernicioso juego de poner y quitar presidencias, de colocar a amigos y familiares, incluido el marido, un vicio muy extendido entre los políticos de ambos partidos.

El gallego no es de participar en complots empresariales, aunque en alguno sí que ha puesto la oreja, especialmente si tenía alguna consecuencia con su tierra. Es lo que le ocurre con el intento de decapitación de Antonio Brufau, el presidente de Repsol, con más enemigos en el frente que los tercios españoles en Flandes. Por esta causa se interesó el verano pasado, cuando fue citado en un parador próximo a su lugar de descanso estival para conocer de primera mano los planes de los accionistas de la petrolera.

Mariano quedó cautivado cuando le informaron de que Pemex iba a encargar a los astilleros gallegos una serie de barcos y remolcadores que darían mucho trabajo a sus paisanos, gente de bien que había sido robada con las preferentes de Novagalicia. Todo una maniobra para insuflar aire a Alberto Núñez-Feijóo, reprobado por todos: por los ciudadanos de a pie y por los empresarios que fueron obligados a poner dinero para rescatar en balde a la cajita local.

El presidente del Gobierno, informado desde hace muchos meses de las maniobras en torno a la cabeza de Brufau, ha optado con una presunta indolencia que desespera a La Caixa por no ceder al chantaje de Pemex

Se vino tan emocionado de aquel encuentro que convocó a Isidro Fainé a la Moncloa el 1 de septiembre. Allí quedó bendecido el nombramiento de un consejero delegado en Repsol a gusto de Pemex y de un presidente amistoso de La Caixa y del Gobierno. Brufau, recién expropiado en Argentina, pasaba sus peores horas. Pero la maniobra quedó abortada por la llegada del nuevo presidente de México, Enrique Peña Nieto, que puso a un nuevo director general en su petrolera estatal y ordenó revisar las relaciones con España. El de Mollerusa vendió y muy bien el negocio del gas licuado por 4.400 millones de dólares, evitó al fantasma del bono basura y se rearmó ante la comunidad financiera.

Menos de doce meses después, las hostilidades se han recrudecido. Los aztecas lo intentaron el pasado verano con una propuesta para resolver el conflicto de YPF, donde México quiere invertir para participar en la explotación del tesoro argentino de Vaca Muerta. El acuerdo era tan ridículo que hasta los propios consejeros de Pemex en Repsol lo rechazaron. Isidro Fainé, que cuya sombra siempre se atisba en las bambalinas de la conspiración, ni fue a esa reunión del órgano de gobierno de la compañía para no ponerse colorao.

Ni Isidro Fainé ni Manuel Manrique, que le debe mucho a Brufau, moverán un dedo mientras desde la Moncloa no envíen ninguna directriz en un sentido u otro

No contentos con la derrota, los mexicanos han vuelto a la carga. Se han mofado del ministro de Industria, José Manuel Soría, que salió en defensa de Pemex al tiempo que su director general, Emilio Lozoya, repartía estopa a Brufau sin cortarse un pelo. Otro papelón del alcalde canario, incapaz de defender los intereses de las compañías españolas expropiadas, como Iberdrola, Red Eléctrica y la propia Repsol, por países latinos de segunda división, tipo Ecuador y Bolivia.

Pero aún con esta flojera institucional, Rajoy no ha variado esa presunta indolencia que hace pensar a sus interlocutores que todo le importa un carajo. El registrador aseguró estos días “no estar especialmente preocupado” por el caso, nada extraño en un hombre que no se alteró ni cuando los suyos le dieron un golpe de Estado en el famoso congreso del PP de  Valencia. Una falsa indiferencia porque el presidente del Gobierno ha decidido no aceptar ningún chantaje de Peña Nieto y sus mal asesorados compinches, que preparan una junta extraordinaria de accionistas para noquear a Brufau.

Una moción de censura poco viable salvo que el Gobierno de indicaciones a La Caixa y a Sacyr de apoyarla. Ni Fainé, que se juega su futuro en Madrid con una ley de cajas tutelada por los soberanistas de CiU –así va España y sus provincias-, ni Manuel Manrique, que le debe la vida y su patrimonio personal a don Antonio, se saltarán la disciplina de voto salvo directriz oficial.

Monzón ha debido de ver tan delicada la escaramuza que ha pedido cobijo a Su Majestad el Rey, con quien mantiene una cercanía casi familiar. Unos explican esa proximidad por el gran interés que el Jefe de la Casa Real siempre ha mostrado por los asuntos relaciones con la tecnología y lo militar. 

La orden del monarca ha sido de todos firmes, quietos y parados. Así lo han entendido desde la Moncloa, donde nadie se atreve a incumplir una instrucción de don Juan Carlos por muy convaleciente que esté de salud. Pero Monzón sospecha que la refriega no quedará ahí, pese a que uno de los candidatos a moverle el cetro, Josep Piqué, ya está colocado en OHL. Su mosqueo con el catalán era de tal calibre que el presidente de Indra decidió no acudir el pasado mes de agosto a una comida organizada por unos amigos en Mallorca cuando le informaron que iba el expolítico catalán. La excusa fue un viaje oficial a Chile.

Y es que Monzón no es de los que olvida. Porque fue Piqué el primer ministro de Industria que intentó levantarle la silla cuando Aznar ganó las elecciones allá por el 96. Tras ser avisado en persona, la intentona quedó en agua de borrajas. Nadie explicó cómo se frenó el golpe. Ahora se teme algo parecido, especialmente después de que el Estado, en una maniobra sin justificar todavía, haya comprado el 20% de Indra y se haya convertido en su primer accionista. Una nacionalización de la que Pedro Morenés, Soria y Rajoy deberían argumentar por aquello de la transparencia y de respetar a todos los accionistas de la compañía.

Todo una pena porque tanto a Brufau como a Monzón se le deberían juzgar por su gestión, por lo que han hecho en sus compañías, con momentos muy buenos y otros algo menos brillantes por la crisis.

Sean felices

Los detectores de humo de las plantas nobles del Ibex 35 han activado la señal de alarma. Algo huele a combustión, a conato de incendio en las ahora minimalistas zonas de confort en la que se han instalado algunos de los más longevos presidentes de las empresas cotizadas, ejecutivos puestos a dedo tiempo atrás que se resisten a desalojar un sillón desde el que han hecho mucho dinero y mejores relaciones. Son los casos de Indra y de Repsol, dos batallas en las alturas del poder en las que se observa el doble rasero que el Gobierno emplea según quien sea el inquilino.

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