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Los molinos de Don Quijote o por qué tenemos luz en casa
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Los molinos de Don Quijote o por qué tenemos luz en casa

¿Se imaginan un mundo energéticamente idílico, lleno de molinos de viento (no es peyorativo, es que lo son, y a mucha honra; Don Quijote se sentiría

¿Se imaginan un mundo energéticamente idílico, lleno de molinos de viento (no es peyorativo, es que lo son, y a mucha honra; Don Quijote se sentiría orgulloso) y placas solares exclusivamente, capaz de generar toda la electricidad que necesita su hogar, sin estar conectados a la red general, únicamente a su domicilio?

 

Es medianoche y enciendo la luz -me gustaría leer un libro-. No hay luz solar. ¡Mecachis! No hay viento. ¡Mecachis! Se han gastado las baterías -son muy viejas, no tengo dinero para renovarlas, arrecia la crisis-. ¡Mecachis! No hay electricidad. Enciendo una vela.

Imaginemos ahora que nuestra casa está conectada a la red general, que ha amanecido, hay viento, luz, los molinos funcionan, y también las placas solares. Doy al interruptor. La bombilla no se enciende. ¡Mecachis! No hay electricidad. La red se ha caído. Enciendo lo que queda de la vela de anoche. (*)

Los políticos, por mucho que se empeñen, por muy progresistas que sean, por mucha voluntad política, no pueden ir en contra de las leyes de la física. Los molinos de viento, también llamada energía eólica, generan la energía que producen de una manera inestable, el viento sopla cuando lo decide el dios Eolo, no cuando lo necesitamos los vulgares mortales, con la intensidad que él desea en cada momento, no sus adoradores. Si no se tienen centrales productoras de energía alternativas, preparadas y dispuestas a entrar en funcionamiento inmediatamente -con la consiguiente sobreinversión, ¿dónde va ese coste?-, en cuanto Eolo se va a descansar, la red se cae, nos quedamos irremediablemente sin luz.

Para complicar más las cosas, se necesita añadir a la red energía limpia desde el punto de vista de emisión de frecuencias –los famosos 50 hz-, que no medioambiental. Si la complementamos únicamente con los tan de moda ciclos combinados de gas, no tan verdes como creemos - lanzan como locos emisiones a la atmósfera, aunque en verdad proporcionalmente menos que una central de fuel o carbón-, la red se vuelve a caer, otra vez sin luz. Lo llaman efecto Malasia porque allí saben mucho de eso. Una central de ciclo combinado de gas no es más que una turbina de avión a la que a los gases de escape se les hace pasar por otros circuitos –turbinas de otro tipo- que ayudan a mejorar su rendimiento. Sin embargo los ciclos combinados, por sus propias características, son máquinas con poca masa, no tienen apenas inercia, no son capaces de proporcionar a la red la estabilidad que necesita.

Pensemos por un momento que es técnicamente posible. Nuestros políticos son fabulosos. La física se doblega ante ellos - habemus renovables -, ¡qué gran sentido del Estado!…  ¡En fin! Estaríamos arruinados. Bueno, ya lo estamos, se llama déficit tarifario, otra forma de sastrería contable, perdón, ingeniería financiera – un lapsus, ando últimamente un poco despistado- que contribuye al apalancamiento nacional.

Nos pongamos como nos pongamos, cada kilowatio-hora generado hoy por hoy, mediante energías renovables, es más caro, tal como se contabilizan actualmente, que el producido mediante las energías no renovables habituales –sobre los costes, otro tema pendiente, les auguro alguna sorpresa-. Todo se andará, madurarán, se irán abaratando, pero necesitarán su tiempo para conseguirlo. El gas también es caro y produce impactos ambientales importantes.

Y mientras el resto del mundo no siguiera nuestros pasos –parece que EE.UU. se empieza a animar, a ver en qué queda todo-, nos quedaríamos fuera de él, seríamos un país todavía menos competitivo de lo que lo somos actualmente.

Imaginemos ahora que sí, que creemos en un futuro mejor, que seguimos queriendo energía eólica, solar, y las que aparezcan -hay alguna por ahí que podría ser muy interesante desarrollar, al menos intentarlo-. Que nuestros políticos no pueden sobornar ni convencer a Sir Isaac Newton ni a Mr. Maxwell, que sus leyes de la física son como son, políticamente incorrectas. Necesitamos, nos guste o no, como ocurre actualmente, ¿hasta cuándo?, fuentes de energía capaces de dar estabilidad a la red -si todavía seguimos deseando disfrutar de una red general, se puede debatir todo- y complementar a las renovables y al gas. ¿Cuáles? Cualquier energía producida mediante turbinas de vapor de la potencia adecuada, con masa, con inercia, que pesen. Burro grande. ¿Quien las produce? Hoy por hoy las centrales de carbón, fuel-oil, o nucleares convencionales. ¿Con cuál se quedan?

¿Yo? Con ninguna. Todas contaminan. No seré yo, ni ningún profesional, el que diga que emiten flores. Pero quiero seguir calentándome todos los inviernos. Se podría discutir largo y tendido cuál contamina más o cuál es menos mala -generaremos polémica al respecto-. Aparte de producir electricidad de una forma limpia técnicamente hablando, dando a la red la estabilidad que necesita, su gran ventaja, cada una tiene sus propios inconvenientes. Desgraciadamente hoy por hoy las necesitamos, a alguna de ellas o probablemente a todas, para diversificar el riesgo.

El riesgo puede ser político, medioambiental, económico, de seguridad en el abastecimiento… Ay querido CO2. ¿Qué hacemos contigo? Denostados residuos nucleares. ¿Y vosotros?

¿Podría haber alternativas en el futuro? ¿La fusión nuclear? Ojalá. Alguien dirá que el hidrógeno. Ya hablamos algo de él la pasada semana. ¿Qué más?

NB: Las turbinas de gas, las que permiten que los aviones vuelen, también sirven para propulsar barcos, trenes, coches o lo que sea menester, además de generar electricidad. Puede haber turbinas de gran potencia capaces de mover un portaaviones o microturbinas que den luz a un hospital, a su barrio o urbanización. Pueden consumir gas, gas oil o queroseno en función del uso al que estén destinados. Dos de las grandes ventajas de las turbinas de gas, su falta de inercia y su poca masa y empacho (no sonrían, se dice así en el mundo naval), que son perfectas para propulsar a los aviones -les permiten acelerar o cortar el gas casi inmediatamente-, son sus grandes inconvenientes cuando se conectan a una red eléctrica.

(*) La red general de electricidad no tiene baterías. De momento, y hasta que no se invente algún tipo de almacenamiento masivo -¿el hidrógeno?- no se almacena; se consume al instante la energía que se está produciendo en algún lugar desconocido para nosotros.

¿Se imaginan un mundo energéticamente idílico, lleno de molinos de viento (no es peyorativo, es que lo son, y a mucha honra; Don Quijote se sentiría orgulloso) y placas solares exclusivamente, capaz de generar toda la electricidad que necesita su hogar, sin estar conectados a la red general, únicamente a su domicilio?