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Biocombustibles ¿ángeles o demonios?
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Biocombustibles ¿ángeles o demonios?

Los biocombustibles (*) que, paradójicamente, fueron los primeros en proporcionarnos energía allá en la lejana Prehistoria –hasta el siglo XVIII eran prácticamente los únicos, junto con

Los biocombustibles (*) que, paradójicamente, fueron los primeros en proporcionarnos energía allá en la lejana Prehistoria –hasta el siglo XVIII eran prácticamente los únicos, junto con los molinos de viento y los saltos de agua-, son los últimos en incorporarse al panorama energético y medioambiental actual. Durante siglos los humanos nos hemos calentado a base de madera, los rastrojos de los bosques, las boñigas de las vacas, o cualquier otro excremento que tuviésemos a mano –ahora también alimentamos nuestras almas a base de excrementos verbales; tenemos telebasura y políticos mediocres, podemos elegir-. La Revolución Industrial popularizó el carbón y a partir de ahí los combustibles fósiles para, miserablemente, tener que volver, después de más de dos siglos, de nuevo a los orígenes. La vida misma.

Antiguamente se tendía a cuidar los bosques. Sabían perfectamente nuestros antepasados que si los destruían, se destruían ellos mismos. Burros los ha habido en todas las épocas y lugares, no son fruto de la postmodernidad. Las talas masivas han empobrecido muchas regiones. Abundan los ejemplos, no solo en España. Como los antiguos moradores de la isla de Pascua, aquel apartado lugar del Pacífico donde los bosques se petrificaron, convirtiéndose en moáis, por obra y gracia de la irracionalidad de sus habitantes. Bien caro lo pagaron. O la decadencia y posterior abandono de Efeso, una de las más maravillosas ciudades de la Antigüedad, ya en época bizantina, que fue debido a la colmatación de su puerto por los sedimentos, consecuencia de la tala y desaparición de los bosques circundantes.

Gracias a los primitivos biocombustibles generosamente donados por la naturaleza, la gente ha vivido más o menos dignamente durante milenios sin grandes problemas, exceptuando los creados por la estupidez humana, tan de actualidad. Y aquellos que sobreexplotaron sus ecosistemas lo pagaron con creces. El declive de más de una civilización ha sido consecuencia de los excesos cometidos.

Sin embargo, ahora la cosa es más complicada. Ya no somos una civilización ni un ecosistema aislado. Todos somos uno, para desesperación de aquellos con estrechos horizontes nacionales y mentales. Nuestros aciertos y nuestros errores a todos acaban afectando. Queremos volver a utilizar los mismos combustibles que nos ofrece la madre tierra, de manera parecida a como lo hicieron nuestros tatarabuelos, pero no nos damos cuenta que ahora el patio de vecinos global está mucho más lleno, que esos combustibles hay que sacarlos de algún sitio y deben competir con otros usos.

Es el retorno triunfante, la vuelta a la actualidad del principio de Malthus, aquel que dijo que mientras que la población aumentaría en progresión geométrica, los alimentos lo harían únicamente en progresión aritmética, con lo que antes o después la civilización entraría en crisis. Afortunadamente, el amigo Malthus no contaba con que durante los siguientes doscientos años a la publicación de su teoría, la popularización de la tecnología de los agujeros en el suelo –la extracción de carbón, el petróleo y el gas- permitiría disfrutar tanto de energía barata como de fertilizantes y que, gracias a ellos, y junto con el desarrollo paralelo de otras muchas tecnologías, aumentaría la productividad de los campos de forma exponencial, con lo que de momento el encuentro acababa en empate.

Pero hete aquí que ese modelo entra en crisis, que necesitamos desesperadamente, una vez más, la ayuda de los productos de la tierra, implorar a la santa madre naturaleza, volver a retomar el tema donde lo dejamos hace un cuarto de milenio. Pero ahora somos muchos más. Y seguimos necesitando dar esquinazo a Malthus.

Los beneficios de la fabricación de biocombustibles a partir de biomasa no son en ningún caso evidentes. Para fabricar biocombustibles se necesita consumir energía y agua, fertilizantes, ocupar la tierra y, en algunos casos, competir con su uso como alimentos; conocer y calcular su balance energético y ecológico: ¿Cuánta energía necesitan para su fabricación? ¿Cuál es su contribución neta al balance de emisiones? ¿Compensa el uso alternativo que se va a dar a todos esos cultivos y deshechos, o tendrían un uso más coherente como fertilizantes naturales, por ejemplo? Para complicar todo un poco más: el crecimiento de las plantas y la fabricación de biocombustibles necesita habitualmente de agua. ¿Es excedente, o podría tener un mejor uso? Esa agua a menudo se extrae de un río, y ya no volverá a él. No podrá atravesar una presa ni por lo tanto producir energía hidroeléctrica. ¿Compensa a pesar de todo su utilización en estos menesteres? La casuística de efectos secundarios, buenos o malos, podría llegar a ser infinita. La investigación, sin embargo, puede venir una vez más en nuestra ayuda en forma de nuevos cultivos adaptados a la naciente actividad y circunstancias. Ya veremos.

Para poder saber si un biocombustible es beneficioso para un determinado mercado o lugar, habría que estudiar detenidamente durante todo el proceso su balance energético, el de los recursos utilizados para su crecimiento, fabricación y distribución; sus costes tanto los reales como los ocultos; el balance global de emisiones, desde que se plantan las semillas hasta que llega en forma de combustible a su automóvil; el uso alternativo o potencialmente más beneficioso que podrían llegar a tener esos recursos consumidos, su coste. Biocombustibles ¿sí o no? Como siempre en este complejo mundo: depende de cada caso.

Se empiezan a debatir los problemas causados por los excesos cometidos en los campos, su agotamiento; por la utilización masiva de fertilizantes; por el agotamiento de los acuíferos, la desertización, el uso de transgénicos -que siguen despertando agrios debates-. ¿La vuelta a la denominada agricultura ecológica?

Y, encima, todavía les pedimos un esfuerzo supremo. ¿Podrá Gea, diosa griega madre de la tierra -la Terra del panteón romano- convencer a la diosa Ceres –la diosa romana de la agricultura- para que vuelva, para que cuide y amamante una vez más a los infelices mortales?

La Unión Europea, a través del IES (Institute for Environment and Sustainability), publica los conocidos análisis Well to Wheels para ayudar a la toma de decisiones sobre el mejor uso de los biocombustibles en el transporte. El último estudio concluye con las siguientes aseveraciones (la traducción es mía, sean por favor indulgentes):

“Si todos los incrementos factibles de bio recursos disponibles en la UE son dedicados, en el año 2010, a la fabricación de combustibles, se podría reemplazar entre un 8 y un 12 % de la gasolina y el gas oil consumidos en la Unión Europea, dependiendo del mix de combustibles utilizado. Esto ahorraría entre un 5 y un 11 % de los gases de efecto invernadero emitidos por el transporte. No obstante, no hay ningún ganador obvio en la carrera hacia los combustibles para el transporte “bajos en carbono”. Una mezcla de tecnologías explotando diferentes aplicaciones nicho proporcionarían los mayores ahorros en emisión de gases de efecto invernadero en el transporte, pero mayores ahorros podrían obtenerse por el mismo dinero en otros sectores”.

Continuará…

 

Atisbo, allá en lontananza, aquestos campos y ciudades salpicados de moáis, díjole D. Quijote a Sancho.

Mi señor D. Quijote, ¿acaso estaremos avistando la ínsula de Pascua, contestole Sancho? Podría ser…amigo Sancho, respondiole D. Quijote.

 

(*) Explicado de forma sencilla, se puede denominar biomasa a la materia prima (cualquier clase de cultivos, residuos vegetales o excrementos) necesaria para la fabricación de los biocombustibles. Para que un biocombustible llegue a su automóvil necesita de un proceso industrial y una logística que consumen recursos. Nos extenderemos en artículos posteriores.  

Los biocombustibles (*) que, paradójicamente, fueron los primeros en proporcionarnos energía allá en la lejana Prehistoria –hasta el siglo XVIII eran prácticamente los únicos, junto con los molinos de viento y los saltos de agua-, son los últimos en incorporarse al panorama energético y medioambiental actual. Durante siglos los humanos nos hemos calentado a base de madera, los rastrojos de los bosques, las boñigas de las vacas, o cualquier otro excremento que tuviésemos a mano –ahora también alimentamos nuestras almas a base de excrementos verbales; tenemos telebasura y políticos mediocres, podemos elegir-. La Revolución Industrial popularizó el carbón y a partir de ahí los combustibles fósiles para, miserablemente, tener que volver, después de más de dos siglos, de nuevo a los orígenes. La vida misma.