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El gas ruso
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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El gas ruso

Si el alma rusa suena, yo la escuché desde el gallinero. Fue hace unos meses, en el Teatro Real de Madrid, coincidiendo con la crisis del

Si el alma rusa suena, yo la escuché desde el gallinero. Fue hace unos meses, en el Teatro Real de Madrid, coincidiendo con la crisis del gas entre Rusia, Ucrania y Europa. Actuaba el coro y orquesta del Teatro Mariinsky de San Petesburgo dirigidos por Valery Gergiev. Tocaron maravillosamente Edipo Rey y El ruiseñor de Igor Stravinsky, pero la sorpresa vino con la inesperada propina que nos regalaron, la parte más conocida del Pájaro de Fuego, una de sus obras cumbre. Nunca había disfrutado de una interpretación tan magistral, una muestra tan sublime de la gran cultura rusa – hoy estoy un poco grandilocuente, la culpa es del asunto que nos trae hasta aquí -.

 

Durante los últimos doscientos años, Rusia ha regalado generosamente a la humanidad multitud de obras magistrales en todos los campos. Quién de ustedes no ha leído, queridos lectores, a Tolstoi, Dostoievsky o Gorki; a Chejov, que con sus cuentos cortos nos enseñó que la brevedad no está reñida con el genio; escuchado a Tchaikovsky o Rimsky-Korsakov; contemplado a Kandinsky

Durante esos mismos doscientos años el pueblo ruso no ha disfrutado de libertad. Pasó de la tiranía zarista a la tiranía soviética, sin apenas solución de continuidad. La revolución rusa que, como todas las revoluciones, nació fruto de un malestar crónico y de las continuas injusticias perpetradas por el régimen gobernante, en este caso el régimen de los zares, desembocó, como todas las revoluciones, durante su búsqueda de la sociedad perfecta, en otra dictadura más perversa, si cabe, que aquella a la que sustituía. ¿Las consecuencias? Las que todos conocemos: millones de muertos y desplazados, el triunfo del Gulaj, la inquisición –más de veinte millones de soviéticos muertos y desaparecidos únicamente durante el reinado del camarada Stalin- en su más pura esencia. La ausencia absoluta de libertad.

Hoy en día conviven en esas lejanas tierras los herederos intelectuales de aquella genial cultura rusa -a pesar del erial en que la convirtió el régimen soviético- con los herederos de los otros, aquellos que hicieron del siglo XX una época desdichada, sobre todo para sus propios ciudadanos. Pero no les culpen, pobrecillos, nadie les ha enseñado. Están aprendiendo sobre la marcha. Todos sabemos que una democracia plena no se improvisa -que nos lo digan a nosotros que todavía sufrimos de falta de ajuste fino, nos lo acaba de recordar el Parlamento Europeo-. Por eso a veces se les va la mano.

El Gas Ruso

Al grano. ¿O es que lo que ha sucedido con el gas en Europa el pasado mes de enero –qué casualidad, podría haber sido en agosto-  es fruto de una inocente disputa comercial entre países vecinos? ¿O es que acaso los dirigentes rusos no están deseosos de volver a incrementar su influencia allende sus fronteras y, en vez de utilizar métodos aceptables para el mundo occidental y para los tiempos que vivimos, fuerzan demasiado la máquina, les falta el saber hacer –a veces desgraciadamente más maquiavélico- de las naciones teóricamente más avanzadas? Algún ramalazo todavía queda.

Esperemos que tanto Rusia como el resto de los antiguos miembros de la extinta Unión Soviética vayan aprendiendo poco a poco las reglas del juego democrático; de los intereses comerciales legítimos; la confrontación leal mediante las palabras; no mediante zafias maniobras como las que obsequiaron a nuestros socios y amigos del otro confín de Europa a principios de año.

Son las dos Rusias. ¿Cuál se impondrá? Seamos optimistas. El genio ruso tiene todavía mucho que aportar al Mundo. La seguridad energética y la estabilidad de Europa dependen en gran medida de ello.

El gas en España

¿Y aquí qué? ¿Cómodos espectadores disfrutando del espectáculo al calor de nuestra estufita de gas? Sólo dos cortas reflexiones. Me pasa lo de siempre, me enrollo, y, sin darme cuenta, me quedo sin ciberespacio para seguir contándoles cosas.

En primer lugar, deberíamos aplicarnos el famoso refrán, ese que dice que cuando las barbas de tu vecino… Buena parte del gas que consumimos llega desde el Norte de Africa, y cada país del área tiene sus propios problemas. También se merecen unas palabras. A su debido tiempo. El segundo apunte se refiere al control de las empresas energéticas. Que pudieran llegar a controlar a la compañía más importante de España, en el fondo, los mismos señores que nos han brindado semejante demostración de fuerza, u otros provenientes de regímenes similares, debería, de momento, producirnos escalofríos; que podrían llegar a ser fríos sudores si por desgracia algún día se confirmara.

El abastecimiento de petróleo y gas ha sido, es, y lo será todavía más en el futuro, tema central; aunque nuestros gobernantes no se acaben de enterar. En este mundo, cada día más revuelto, de ninguna manera está asegurado. Tanto la energía como el medio ambiente son sectores estratégicos que están íntimamente relacionados. Buena parte de las reservas mundiales de petróleo y gas están controladas por compañías pertenecientes a estados, por llamarlos de manera diplomática, difíciles. En contra de lo que habitualmente se piensa, las grandes multinacionales energéticas escasamente controlan, entre todas, un diez por ciento de las reservas mundiales.

España es uno de los países con mayor dependencia del exterior y por lo tanto más vulnerable a futuras crisis energéticas. Es por eso que si España tuviese una política energética, uno de los objetivos prioritarios debería ser reducir esa dependencia y, de paso, el derroche, continuo y absurdo, de esas divisas que no tenemos. Puro gasto. Nula inversión. ¿Cómo? Primero pensando. Luego diversificando. Con un poquito de cada cosa. Empezando con lo que de momento tenemos a mano: un impulso más racional y lógico a las energías renovables, un coherente apoyo para su maduración, para que acaben siendo competitivas; a la biomasa y los biocombustibles; a las nucleares ¿no, gracias?; impulsar nuevas tecnologías; el ahorro energético; la eficiencia en la agricultura y la ganadería, el agua o la edificación; la racionalización del transporte; la lucha contra la desertización; el sentido común…

Vamos, lo de siempre. Todo lo que podríamos hacer y no hacemos, aunque se nos llene la boca de buenos propósitos. Que por la boca muere el pez.

Si el alma rusa suena, yo la escuché desde el gallinero. Fue hace unos meses, en el Teatro Real de Madrid, coincidiendo con la crisis del gas entre Rusia, Ucrania y Europa. Actuaba el coro y orquesta del Teatro Mariinsky de San Petesburgo dirigidos por Valery Gergiev. Tocaron maravillosamente Edipo Rey y El ruiseñor de Igor Stravinsky, pero la sorpresa vino con la inesperada propina que nos regalaron, la parte más conocida del Pájaro de Fuego, una de sus obras cumbre. Nunca había disfrutado de una interpretación tan magistral, una muestra tan sublime de la gran cultura rusa – hoy estoy un poco grandilocuente, la culpa es del asunto que nos trae hasta aquí -.