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¿Cerramos o no la central nuclear de Garoña? (II)
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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¿Cerramos o no la central nuclear de Garoña? (II)

La semana pasada ya propusimos algunos argumentos para el debate y también alguna paradoja:- El cierre de la central nuclear de Santa María de Garoña permitirá

La semana pasada ya propusimos algunos argumentos para el debate y también alguna paradoja:

- El cierre de la central nuclear de Santa María de Garoña permitirá instalar menos energía renovable adicional.

- Los residuos nucleares ya están, no van a desaparecer aunque la central cierre. El problema de los residuos nucleares es incremental.

- Pero podemos evitar CO2 adicional. El cierre de la central se sustituirá por gas natural produciendo un aumento inmediato de las emisiones a la atmósfera. 

Esta semana nos vamos a centrar en don dinero, muy importante en los tiempos que corren, y en algo más.

El funcionamiento de la central nuclear de Santa María de Garoña produce en estos momentos varios centenares de empleos directos, y otros muchos indirectos en la región. Gastos, pocos, los derivados del combustible nuclear y de la modernización y mantenimiento –en todo caso más trabajo- de la central.

Si se cierra, la energía que ya no podrá producir la difunta tendrá que ser generada, si nadie demuestra lo contrario, mediante gas natural. Producirá una salida de divisas adicionales –el coste del gas de importación- y por tanto un empeoramiento de la balanza exterior, a cambio de nada. Ese gasto no existía antes y la central ya estaba amortizada; únicamente el desembolso derivado de la manipulación del combustible nuclear, infinitamente inferior al precio del gas. Y aunque usted pueda pagarlo, España no puede, se decía antiguamente; la máquina de hacer billetes no es infinita, aunque alguien nos quiera convencer de lo contrario.

Luego, con la estructura actual de generación eléctrica que tenemos en España, incluidas las renovables, cualquier disminución de la oferta de energía nuclear se tiene que compensar a base de gas natural, con unos mayores costes marginales de producción y un gasto adicional en divisas, sin ninguna contrapartida a cambio.

Y algo habrá que hacer con el fiambre. Al muerto habrá que embalsamarlo. De forma meticulosa y profesional, como en el Antiguo Egipto. Tumba y catafalco adecuados a la categoría de la fallecida. Y eso es caro.

Algunos dirán que el desmantelamiento de la central nuclear compensará la desaparición de los empleos estables -directos e indirectos- de cuando operaba, con los puestos de trabajo creados durante el desmantelamiento de la central, muchos de ellos de menor cualificación que los actuales. Esos “nuevos” empleos tendrán un coste adicional, una salida de caja por mucho que esté provisionada, de algún sitio tendrá que salir el dinero, a cambio de ningún ingreso. Y algo habrá que hacer con los actuales empleados, aunque algunos seguirán teniendo trabajo durante las largas exequias. Esos trabajos serán además temporales: cuando se acabe el desmantelamiento, se acabará el tajo. Como antes o después habrá que desmantelar la central, extender la licencia en plazo solo difiere su ejecución; y, con toda seguridad, en el futuro habrá tanta necesidad de empleos como ahora.

Vemos pues que el cierre de la central nuclear nos crea paradojas: mantener Garoña contribuirá a poder ampliar la capacidad instalada de energías renovables. Su desaparición aumentará los problemas técnicos del sistema eléctrico de distribución.

También nos crea conflictos morales. El posible cierre de la central nos debería plantear el siguiente: mientras no cambie radicalmente la industria de la generación y la distribución eléctrica, deberemos escoger, ¿preferimos más residuos nucleares o más CO2? ¿Alguien es capaz de comparar y de demostrar científicamente si los efectos de los residuos radiactivos  –un problema localizado- serán más perjudiciales a largo plazo que los efectos globales de las emisiones y de las partículas contaminantes a la atmósfera –un problema disperso- cualesquiera que sean?

Ya lo dijo un responsable político –perdón, un irresponsable político- cuando hablando de los dineros públicos afirmó que no eran de nadie. Con las emisiones pasa lo mismo: como no son de nadie, pero todos las respiramos, podemos emitir todo lo que queramos, ya que los perjuicios los pagarán otros, o eso creemos. Es la misma hipocresía de nuestro político ¿o fue política?

Mientras que el problema de los residuos es un problema localizado si se gestiona adecuadamente, el de las emisiones es un problema que para muchos no existe; casi no se ve ni se huele, se ve que no se pasean por Madrid. Con los residuos nucleares, el que crea el problema, o sus herederos, lo tendrá que resolver y en definitiva pagar (afortunadamente se dejó de tirarlos al mar, por una vez los ecologistas hicieron su trabajo). Parece justo. Con el CO2, el problema, como no es de nadie para unos, y no existe para otros, ya se resolverá entre todos, especialmente los más débiles. ¿No es un poco injusto?

Sería un buen momento para empezar a definir y debatir los conflictos morales que nuestra irresponsabilidad está creando en el medio ambiente, a las sociedades más débiles, a nosotros mismos y a nuestros descendientes; como nos acabará abofeteando y, cual boomerang, acabará volviéndose contra todos nosotros, cuando menos lo esperemos, si no empezamos a actuar con prudencia. Abandonar el simplismo intelectual hoy dominante, la pseudoecología, por debates más un poco más serios, más serenos y profundos.

A largo plazo las energía renovables, probablemente de manera muy diferente a como pensamos –estamos todavía en su prehistoria-, acabarán imponiéndose, nos jugamos el futuro en ello. Los recursos naturales: petróleo, gas, uranio, carbón, los metales y otros muchos materiales, son finitos. Unos se acabarán antes, otros después. Pero el tiempo, inexorable, no perdonará. De una transición suave pero continua, sensata pero valiente, dependerá el futuro de esta civilización y las que vengan. Está en nuestras manos.

Según diferentes medios, el ex Presidente del Gobierno D. Felipe González, que fue responsable de la moratoria nuclear que tanto dinero nos ha costado a los españoles -a cambio de no ser más ecológicos sino todo lo contrario- ha sugerido repetidamente, él, que ha tenido toda la información en sus manos, reabrir el debate y tomarnos en serio el tema.

Ha pasado un cuarto de siglo desde entonces. Como en los próximos años habrá que tomar serias decisiones de Estado acerca del futuro energético y medioambiental, habría que incluir a la energía nuclear, aunque nos disguste, en la valoración. Y para poderlo hacer con datos, es este un buen momento para recapitular, para calcular seriamente cuánto dinero nos ha costado la moratoria nuclear; cuanto CO2 de más hemos enviado a la atmósfera, si lo hemos hecho, durante todos estos años; valorar el problema de los residuos nucleares con moratoria y sin moratoria; mirar al futuro, el potencial y riesgos de las nuevas tecnologías de tercera y cuarta generación;… y darlo a conocer a la sociedad para que juzgue. Aprender de los errores, si los hubo.

Finalmente, unos humildes comentarios. La edad de una instalación industrial compleja, si está bien diseñada y construida, bien mantenida, adecuadamente puesta al día y modernizada, generalmente no es ningún problema en sí mismo. Como no conozco la central, no opino. Los técnicos lo tendrán que valorar. Una central bien gestionada - el factor humano es la clave- con buenos profesionales y buenos reguladores a su cargo, es la mayor garantía de funcionamiento. ¿Es este el caso? La próxima semana volveremos con Kyoto, lo abandonamos antes de tiempo, pero unos apuntes sobre la seguridad de nuestras centrales nucleares están en cocina.

Llegan las disyuntivas, el momento de escoger: ¿Queremos más energías renovables o menos? ¿Reducir las emisiones o aumentarlas? ¿Queremos ser ecologistas de verdad, o de Pinipon? ¡Mundo contradictorio y cruel!

La semana pasada ya propusimos algunos argumentos para el debate y también alguna paradoja: