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La dieta mediterránea alivia el cambio climático
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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La dieta mediterránea alivia el cambio climático

Entre eructos y ventosidades –con perdón-, cada vaca emite al año unos 140 kg de metano de media, gas de efecto invernadero veinte veces más potente

Entre eructos y ventosidades –con perdón-, cada vaca emite al año unos 140 kg de metano de media, gas de efecto invernadero veinte veces más potente que el CO2. Según algunos estudios, las vacas producen en EE.UU. el 2% de las emisiones de gases de efecto invernadero. En el resto de países desarrollados la cantidad podría oscilar, en función de la dieta de sus habitantes, entre el 1% y el 2%.

No es aventurado asegurar que aquellos países con mayor esperanza de vida, entre los que se encuentran Japón, Francia, Italia o España -para variar, en algo bueno teníamos que ser líderes, aunque retrocediendo en las clasificaciones según nos vamos haciendo más modernos y perdemos las buenas costumbres- son los que mejores hábitos alimenticios tienen.

Curiosamente, los alimentos más saludables son los que más contribuyen al mantenimiento del entorno, con lo que una dieta sana, nuestra famosa dieta mediterránea, a la vez que a mantener una buena salud, contribuye a mantener valiosos ecosistemas, a reducir las emisiones y el gasto de energía.

Este artículo es el segundo de esperemos otros muchos en los que pretendemos mostrar cómo producimos la contaminación y las emisiones. Como se podrían reducir, con multitud de pequeñas o no tan pequeñas iniciativas, el excesivo consumo energético y sus perjudiciales consecuencias. Como promoviendo hábitos sanos y saludables podemos contribuir notablemente a mejorar el medio ambiente y a nosotros mismos.

La agricultura, por sí sola, contribuye con un 10-12 % de las emisiones globales. El estudio del que hemos tomado el siguiente gráfico, publicado por la GreenPeace británica, ha sido realizado por científicos de la Universidad de Aberdeen. Es muy interesante, nada que ver con los panfletos sesgados e interesados que pululan por aquí, y se basa en diversas investigaciones publicadas en las más prestigiosas revistas científicas del mundo. Muestra el mencionado gráfico las emisiones de gases de efecto invernadero en la agricultura, excluyendo las producidas por el cambio de uso de la tierra.

Prácticas más racionales en la utilización de abonos, fertilizantes, el uso de maquinaria agrícola o la mejor gestión del agua, pueden ayudar a cuidar el entorno.  Pero centrémonos hoy exclusivamente en nuestras vacas y en como nuestros hábitos alimenticios pueden influir poderosamente en el deterioro de la naturaleza...o contribuir a mejorarla.

Mostramos a continuación una traducción al español de la Tabla 11, en la página 36 del mismo informe:

 Contribución al calentamiento global de las principales categorías de carne, comparándolas con la leche y algunos productos vegetales seleccionados. Emisiones por kg CO2 -eq por kg de producto:

Oveja 17.4

Vaca 12.98

Cerdo 6.35

Pollo 4.57

Leche 1.32

Pan de trigo 0.80

Patatas 0.21

 

El consumo de carne de cordero, junto con la de vaca, entre los analizados, son los que más gases de efecto invernadero producen. Y aunque hoy les haya tocado la china, esto no es una diatriba contra los pobres cuadrúpedos, ni los vamos a demonizar. Esperemos que sigan durante muchos años dando de comer a muchas familias y formando parte de bucólicos paisajes: la misma vaca, para producir 1 kg de leche, emite 10 veces menos CO2 que para producir 1kg de carne.

Eso no significa que en nuestro avanzado mundo de hoy, en el que se prima el consumo de carne más de lo que sería razonable, no fuese interesante mentalizar sobre las ventajas, tanto para la salud, como para el entorno, de un consumo más comedido de acuerdo con las recomendaciones de los médicos.

Para empeorar las cosas, la incorporación de las potencias emergentes a la modernidad, es decir, a la moda de empobrecer la dieta -en China hay un problema de sobrepeso infantil no muy diferente al de los países occidentales, y aumentando- puede hacer empeorar las cosas. Por eso las Autoridades y las escuelas deberían potenciar la salud, la comida sana y, a la vez, una cultura gastronómica sostenible.

Practicando el mens sana in corpore sano, evitando en lo posible el uso y el abuso del vehículo particular; sustituyendo el consumo excesivo de carne por pescado -de caladeros o producciones sostenibles, otro espinoso tema-, por verduras, frutas, legumbres y frutos secos, o nuestro oro líquido, el aceite de oliva, mejoramos el medio ambiente.

Los amantes de la comida basura deberían reflexionar. Ya no son solo todos esos envoltorios de usar y tirar, por muy reciclables que sean –el reciclado también contamina, necesita de abundantes recursos-, sino esas monstruosas hamburguesas.

Y aunque a nadie hay que privarle del placer de comerse un buen chuletón, mejor con moderación. El medio ambiente y su cuerpo se lo agradecerán.

Cuando vean a una niña o a un niño que con cinco o seis años ya es obeso, piensen que sus padres no solo están perjudicando su salud futura, sino que están contribuyendo a deteriorar todavía más nuestro planeta.

Entre eructos y ventosidades –con perdón-, cada vaca emite al año unos 140 kg de metano de media, gas de efecto invernadero veinte veces más potente que el CO2. Según algunos estudios, las vacas producen en EE.UU. el 2% de las emisiones de gases de efecto invernadero. En el resto de países desarrollados la cantidad podría oscilar, en función de la dieta de sus habitantes, entre el 1% y el 2%.