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Abogamos por la hidráulica, pero recordad El Alamo
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Abogamos por la hidráulica, pero recordad El Alamo

En el imaginario de los estadounidenses, El Alamo fue una derrota que significó el comienzo del imperialismo norteamericano. Aunque no lo veamos, nuestros mares y océanos,

En el imaginario de los estadounidenses, El Alamo fue una derrota que significó el comienzo del imperialismo norteamericano.

Aunque no lo veamos, nuestros mares y océanos, cosa impensable hace tan solo unos años, están enfermos. Algunos están moribundos. Otros han muerto.

Hoy El Alamo se llama Mar de Aral. Es la primera de, si no lo remediamos, otras muchas derrotas que están por venir. Este mar ya difunto, allá por la lejana Asia Central, ha sido la primera víctima importante.

 

                 

¿El culpable? Esa especie destructora y depredadora autodenominada humana. Se podría poner en el epitafio del mar de Aral, para escarnio de todos, el famoso refrán: fue pan para hoy –un ayer no tan lejano- y hambre para un mañana que allí ya ha llegado. ¿Las causas? En el caso del mar de Aral el riego y los cultivos descontrolados.

Tenemos que evitar el excesivo aprovechamiento hidráulico e hidroeléctrico, esas presas, panacea para algunos -energía renovable la llaman- que proporcionan luz barata, riegan los campos y nos dan de beber: el milagro de los panes y los peces. Pero nos olvidamos que el agua y la energía aprovechada aguas arriba ya no podrán ser utilizadas aguas abajo; los ríos bajan inexorablemente con menos caudal, con lo que la explotación excesiva puede tener las nefastas consecuencias que el mar de Aral nos muestra.

Estas deprimentes imágenes tienen ya casi veinte años. Barcos varados para siempre en lo que alguna vez fue el fondo del mar. Donde todavía queda agua la salinidad es mayor, los peces han muerto, la pesca ha desaparecido. Ya no hay navegación ni riqueza. Tan solo desesperación y nuevas enfermedades. Se ha producido un cambio climático local con temperaturas más extremas que no pueden atemperar las aguas ni suavizar la ya inexistente brisa del mar… En definitiva, ha nacido un desierto.

Game over. Allá el juego ha terminado. Resultado: todos pierden.

Y aquí tendría que servir como un doloroso aviso a los navegantes que debería hacernos recapacitar. Todos los mares y océanos que nos rodean están enfermos. Degradándose. Inexorablemente. En mayor o menor medida, cada uno con su propio “tempo”. No vemos los síntomas, los cubre el agua. Pero se pueden conocer, aunque no lo queramos reconocer. Nuestras costas se han convertido en una triste y horrenda caricatura hormigonada de lo que hasta hace no tantos años fueron bellos parajes y ecosistemas, con los efectos secundarios que produce. En otros lugares, los corales están desapareciendo.

Muchos, incluidos relevantes grupos ecologistas, ven en la generación hidráulica la panacea, una de las soluciones a nuestros males. Sin embargo, España goza ya de una buena infraestructura hidroeléctrica realizada en tiempos de Franco –en aquella época eran habituales los chistes referentes al dictador y a la inauguración de pantanos-. Hay sin embargo dos factores que impedirían un mayor aprovechamiento masivo; en todo caso marginal, minipresas o aprovechamientos de montaña, pura optimización y poco más.

El primero es que la mayoría de las mejores localizaciones y por lo tanto de los pantanos ya están construidos, con lo que las nuevas presas o minipresas deberían hacerse en lugares menos convenientes y sus costes serían en general más elevados que los actuales, con beneficios más limitados y perjuicios más evidentes.

En segundo lugar y quizás más importante, es que estamos todos reunidos en torno a esta mesa camilla virtual, entre otras cosas, porque hay un consenso mayoritario de científicos –con las posiciones críticas de rigor- que opinan que durante los próximos decenios se producirá un aumento gradual de temperaturas y que la degradación acelerada de nuestro planeta es cada vez más preocupante. Y que para España, sobre todo en la mitad sur, las previsiones son pesimistas. Si éstas se acabasen cumpliendo, significaría mayor escasez de agua y sequías recurrentes e implicaría que el volumen de agua disponible para generación de energía, regadíos y consumo humano, sería probablemente inferior al actual. Una fabulosa infraestructura hidroeléctrica, sin abundante agua de por medio, es totalmente inútil.

Evidentemente podemos forzar la máquina y sobre explotar los ríos o los acuíferos, igual que se ha hecho con el difunto mar de Aral. A corto plazo los beneficios son inmediatos. A medio y largo plazo el panorama sería muy diferente. Acabaríamos pagando la factura, como nuestros vecinos asiáticos ya lo están haciendo. Aquí tenemos el ejemplo, a menor escala, de la continua amenaza de muerte de las Tablas de Daimiel.

En el caso del río Ebro, por ejemplo, implicaría que aguas abajo de las presas los problemas intertribales aumentarían: no llegaría agua ni sedimentos suficientes a su desembocadura y las poblaciones y los cultivos del delta se resentirían, para finalmente desaparecer por la excesiva salinización o anegados por el agua de mar. El reducir notablemente el flujo de agua dulce y de sedimentos al mar, sobre todo en épocas de sequía, produciría por lo tanto un aumento de la salinidad en el delta y un cambio notable de la dinámica y la línea de la costa.

En definitiva, un excesivo aprovechamiento hidráulico e hidroeléctrico se acaba siempre convirtiendo en un vestir a un santo, aguas arriba, para desvestir a otro aguas abajo o en su desembocadura.

Tenemos la experiencia del mar de Aral. Ya no podemos aducir ignorancia. Deberíamos aplicarnos otro conocido refrán, ese que dice que cuando las barbas de tu vecino veas pelar, vete poniendo las tuyas a remojar.

¿La solución? Ahorrar: el aprovechamiento eficiente. Crear una verdadera cultura del agua, algo más que propaganda. En España el agua se utiliza ineficientemente, se derrocha. Total, es casi gratis. Pero no es políticamente correcto decirlo. Tenemos mucho camino por delante, muchas acciones valientes que tomar. Pero no es políticamente correcto hacerlo. Y carecemos de políticos capaces, no sea que pierdan las próximas elecciones. El derroche es parte consustancial a nuestro actual sistema de vida y de valores –o de falta de ellos- y no parece que queramos cambiarlo, ni tan siquiera es políticamente correcto mencionarlo.

Pero la naturaleza es justa. Igual que premia con sus dones su sabio aprovechamiento, castiga duramente la codicia de los que nunca tienen suficiente. Aprendamos de los errores ajenos y también de los nuestros. Recordad El Alamo. 

En el imaginario de los estadounidenses, El Alamo fue una derrota que significó el comienzo del imperialismo norteamericano.