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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Salvemos el atún rojo

Escribo estas líneas mientras contemplo el Mar Cantábrico, pequeño apéndice del gran Océano circundante, el Bahr al-Atlasi o mar de las montañas del Atlas de los

Escribo estas líneas mientras contemplo el Mar Cantábrico, pequeño apéndice del gran Océano circundante, el Bahr al-Atlasi o mar de las montañas del Atlas de los árabes, origen del nombre de nuestro Océano Atlántico. Sigue tan bravo y maravilloso como siempre, aparentemente. Está enfermo. Cada vez más despoblado.

Ayer

Las famosas anchoas del Cantábrico, de Santoña y de otros muchos pueblos de aquellas abruptas costas, de momento siguen sin poderse pescar: la pesca abusiva casi ha acabado con ellas.

Hace ya veinte años, algunos pescadores decían que los mejores besugos de Cantábrico eran los que se pescaban en aguas del Estrecho (de Gibraltar); ya entonces se quejaban de su escasez. Aunque se siguen pescando, son cada día más escasos. Desde hace más de quince, el bacalao atlántico de las frías aguas de Canadá, antes tan presente en nuestras mesas, y sobre todo en las portuguesas, verdaderos maestros en el arte de cocinarlo, ya no se pesca. Sus pescadores se negaron a disminuir sus capturas hasta que finalmente acabaron con él.

De las ballenas, antaño avistadas frecuentemente y que orgullosamente lucen en el escudo de más de una población costera del Norte de España, hoy ni nos acordamos. El Golfo de Vizcaya tenía especie propia, se llamaba Eubalaena glacialis. Para unos era la ballena franca, para otros la ballena de los vascos; todos se apropiaron de su nombre, pero nadie la protegió. Dio trabajo a muchas generaciones de pescadores del Cantábrico y su grasa alumbró durante mucho tiempo las farolas de ciudades costeras como Santander. La llamaban el cerdo del mar porque de ella se aprovechaba todo: con sus huesos incluso se fabricaban cercados. De vez en cuando, alguna pobre despistada acababa varando en nuestras playas; era lo más parecido al gordo de lotería de la época, ya que con ello alimentaba a los vecinos durante una buena temporada. Dio lugar a novelas y leyendas. Avistar una ballena en nuestras costas era todo un acontecimiento. Nos lo cuentan empolvados libros y grabados ajados y casi podridos. Una época gloriosa ya desaparecida que ha dejado los mares prácticamente huérfanos del espectáculo de su belleza y de sus dones. Según cuentan las crónicas, la última ballena fue capturada en estas aguas hace ya más de cien años.

Hoy

Pero hoy otra tragedia acecha. El atún rojo está en capilla. Desapareciendo. Esa especie viajera, la más noble, que desde la costa Este Norteamericana atraviesa el Océano en apenas unos meses, pasa necesariamente por el Estrecho de Gibraltar para desovar a principios de verano en algún lugar del Mediterráneo, regresando luego a sus orígenes para volver a repetir el ciclo, si antes no ha acabado en algún paladar sofisticado de ojos rasgados.

Estamos a tiempo de salvarla. Total, un pequeño conflicto diplomático con Japón, su principal acaparador, y un fuerte tirón de orejas a sus pescadores. Pero parece que no hay intención de hacerlo. Solo Sarkozy está proponiendo prohibir su comercio internacional, loado sea. Mientras tanto, nuestro progresista, responsable, avanzado, renovable y ecológico gobierno, ese que dice que sí a todo el mundo mientras nos arruina a todos, por medio del brazo ejecutor de la ministra cuota de los múltiples medios, está dispuesto a acabar con la especie. ¿A cambio de cuantos votos?

Mañana

Como aquí no aprendemos ni a palos, mucho me temo que dentro de unos años veremos a todos esos sonrientes japoneses de faltriquera profunda, lo pagan a precio de oro, paladeando exquisitos sushi de morcilla –aunque a mucha honra por tan proteico alimento, creo que no será lo mismo- porque de atún rojo ya no será posible. Según WWF, el atún rojo tiene fecha de defunción: el año 2012. No sé si acertarán, pero lo que parece claro es que mucho más no va a aguantar la especie y si no actuamos inmediatamente, pronto será irreversible.

Eran todas ellas especies nobles. Con la ballena, el bacalao o el besugo –no me refiero a nuestros políticos, pero ganas no me faltan-, ahora la anchoa, mañana el atún rojo; los antes orgullosos pero desgraciadamente demasiado ambiciosos pescadores que se negaron a reducir las capturas terminaron sin su ancestral forma de vida. Les perdió el beneficio inmediato. ¿Les suena la cantinela? Es esa enfermedad infecciosa, ese virus maldito que acabará destruyéndonos a todos. Por su culpa, decenas de miles de familias se fueron quedando, una tras otra, sin sus trabajos de reminiscencias épicas y tradiciones centenarias. Todos los demás sin sus manjares. Solo quedaron lamentos y fantasmas, todavía se escuchan, susurrantes, en los acantilados, cuando son castigados por las rugientes olas durante las cerradas noches de invierno.

Fue pan para ayer y hambre para hoy. Mañana será tragedia. De momento, esas especies se han ido sustituyendo por otras, menos nobles y sabrosas, que van por el mismo camino. Porque pescamos mucho más de lo que los océanos pueden soportar. Llegará un día, no tan lejano al ritmo que vamos, que ya no quedará nada por pescar. ¿Qué haremos entonces? ¿Todo de piscifactorías? Mucho me temo que no es la solución. Como no es lo mismo comer un auténtico jamón ibérico de bellota criado en las dehesas extremeñas o salmantinas que un vulgar jamón de pienso, no es lo mismo una lubina salvaje vagabunda de los océanos que una triste y diminuta lubina sedentaria de piscifactoría. ¡Futuro terrible el que nos aguarda como no pongamos remedio!

Sigamos viviendo alegremente en nuestra ignorancia, disfrutemos del presente. Matemos el océano. Acabemos con el atún rojo. Convirtamos las almadrabas en leyenda. Sin remordimientos hoy, mañana será otro día, más triste. Habrá desaparecido otra noble especie. Volverán los lamentos y nuevos fantasmas eternamente nos lo recordarán.  

Salvemos el atún rojo

El grupo más numeroso del atún rojo oriental pasa necesariamente por nuestras costas, por aguas del Estrecho, ese que permite que el Mediterráneo siga palpitando. Nuestra actitud hacia él sería fundamental. Necesitamos únicamente un gobierno de verdad, maduro, valiente, responsable, que se lo proponga. Capaz de pensar en el futuro, de tomar decisiones difíciles, de luchar, de arriesgar.  

Y si no aparece, de una ciudadanía que se lo exija: que proponga la prohibición de su captura y de su comercio internacional mientras no se recupere la especie. Por el bien de todos. Como se está haciendo con la anchoa. Como no se hizo con el bacalao. Lo podrían hacer ustedes dirigiéndose por carta o correo electrónico a un tal Sr. Rodríguez, Presidente del Gobierno de una cosa con diez y siete nacioncitas antes llamada España. Palacio de la Moncloa. 28071 Madrid.

Es verano. Disfruten del mar. Para mí es la mar, en femenino, igual de indomable. Hoy no toca ser políticamente correcto. Admírenlo. Respétenlo. Cuídenlo.

Y si alguno toma atún rojo, saboréelo. Piense que podría ser el último. Hasta Septiembre.

Escribo estas líneas mientras contemplo el Mar Cantábrico, pequeño apéndice del gran Océano circundante, el Bahr al-Atlasi o mar de las montañas del Atlas de los árabes, origen del nombre de nuestro Océano Atlántico. Sigue tan bravo y maravilloso como siempre, aparentemente. Está enfermo. Cada vez más despoblado.