Es noticia
La epidemia de palurdismo, Valladolid, la furia de Gallardón y los hunos en Pozuelo (II)
  1. Economía
  2. Apuntes de Enerconomía
José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

Por

La epidemia de palurdismo, Valladolid, la furia de Gallardón y los hunos en Pozuelo (II)

Llevamos un capítulo ya narrado y Gallardón apenas ha aparecido. Un poco de paciencia, que ya llegamos. Parques como el Campo Grande, adaptados a su clima

Llevamos un capítulo ya narrado y Gallardón apenas ha aparecido. Un poco de paciencia, que ya llegamos. Parques como el Campo Grande, adaptados a su clima y entorno, vergeles dentro de la ciudad, en España hay pocos. Y son todos centenarios. Eso nos demuestra que modernidad y buen hacer no son términos equivalentes. Nos indica como el urbanismo, tristemente, en su versión vegetal y artística, dejó de existir en España hace mucho tiempo. Que los profesionales de antaño, llámense arquitectos, urbanistas o paisajistas, tenían unos conocimientos y una capacidad infinitamente superiores a los actuales. Que aquellos alcaldes daban mil vueltas en decencia, administración y buen hacer a los de ahora.

Durante la orgía ladrillera recientemente fallecida pocos parques dignos de tal nombre se han construido. Y esos pocos se han realizado con diseños y criterios inadecuados para el clima patrio. Insostenibles en definitiva. Forrados de un césped que necesita una ingente cantidad de agua –idea fabulosa para el clima inglés, algo idiota en nuestra severa inclemencia-, escasos de sombra y vegetación; sin animales ni coquetas pajareras que valga; sin pérgolas ni rosaledas; sin pavos reales ni cisnes; sin rincones, en definitiva, que inviten a la meditación y el disfrute. Son todos espacios impersonales, anti ecológicos y nada sostenibles, que se riegan a mediodía en verano para vergüenza y descaro de sus jardineros –así se denominan ellos, serán osados- y de noche se utilizan para que la generación M&M (adolescentes mimados y malcriados, esos que tienen derechos pero no deberes; ¿para cuando un pacto por la educación?) los maltraten con botellones salvajes.

En Madrid, el infausto alcalde que lo desgobierna, con su enfermiza furia modernizadora, nos ha llenado la ciudad de las llamadas plazas duras que, limpias de vegetación y de lugares de reunión y encuentro, invitan a abandonarlas a toda velocidad; aberrantes ejemplos de importado y obsoleto urbanismo nórdico siendo el Sr. Ruiz reincidente en demostraciones de insensibilidad y de caro simplismo arquitectónico. Ahora está modernizando la calle Serrano y reventando la plaza de la Opera por nombrar solo algunos de los últimos lugares arrasados. Y lo que es peor, mañana, con permiso del absurdo e inmenso déficit de la capital, tiene pensado cargarse el Paseo de la Castellana, a semejanza de su colega vallisoletano, a su paso por su zona más noble, aquella que guarda los tesoros más bellos que España puede mostrar al Mundo. Esperemos que la bizarra baronesa mantenga firme la guardia.

A que no tiene narices el Sr. Alcalde de, sin tocarlo ni degradarlo, sin agujerearlo ni modernizarlo como nos tiene acostumbrados, desterrar a todos los coches de allí de una santa vez y para siempre. Con agallas. Sin gastarse el dinero que la capital no tiene. Ganarse el respeto de sus visitantes foráneos. Convertirlo de un día para otro, simplemente, en el Gran Paseo Mundial de la Pintura.

Si queremos construir un futuro humano y sostenible deberíamos empezar por formar alcaldes, profesionales –arquitectos, urbanistas y paisajistas- y ciudadanos dignos; sensibles a la naturaleza, a la belleza y el arte. En definitiva, a las cosas bien hechas. Acabar de una vez con la epidemia de palurdismo hortera que está destrozando los cascos históricos y los monumentos de nuestras ciudades.   

 

Nota: escribo este artículo durante la madrugada del sábado 5 de Septiembre mientras escucho las sirenas de la policía y los gritos de miles de energúmenos borrachos. No me pude ir a dormir hasta pasadas las seis de la mañana, cuando acabó el gigantesco botellón protagonizado por arrobas de adolescentes que habían dejado el cerebro en casa, retoños de la generación M&M (mimados y malcriados), que arrasaron el Parque del Pradillo y el de la Fuente de la Salud, en Pozuelo de Alarcón.

Si esa es la manera de divertirse de la juventud actual, para eso sirve un parque –dos en este caso-, y esa la forma demagógica de entretenimiento tolerada por el Ayuntamiento: permitir que miles de menores se emborrachen juntos en los parques cual hooligans adolescentes, a ver si nos acostumbramos de una vez a decir las cosas por su nombre, sinceramente, prefiero las luchas de gladiadores. Eran más humanas y apasionantes y corría menos la sangre.

Con estas medidas, cerremos las escuelas, son una pérdida de tiempo. Hemos fracasado como padres. El sistema educativo y la sociedad han vaciado a los jóvenes de valores y de educación. Ocurre todos los años y la policía jamás hace nada (o no puede hacer nada) por evitarlo, antes de que comience la monumental cogorza colectiva y todo se descontrole. Pero ellos no tienen la culpa. Los alcaldes, como responsables directos de las fiestas, deberían asumir responsabilidades y en Pozuelo de Alarcón, en concreto, se debería explicar a todos los policías heridos y a sus familias por qué todo eso pasó; por qué no se hace nada para frenar la alcoholización de adolescentes al permitir tales orgías y por qué no son evitadas, pudiendo serlo.

Después de la invasión anual de los hunos –hunos, perdonadme-, durante las siguientes semanas, es angustioso llevar a los niños pequeños a los arrasados parques por miedo a que se traguen cristales o se corten. Por mucho que trabajen las brigadas de limpieza, los diminutos restos de vidrio tardan semanas en desaparecer, sobre todo en las zonas de juegos de los pequeños donde quedan ocultos entre la arena.

El próximo año, previsiblemente, volverá a pasar otra vez. Es lo que ocurre cuando desde los propios consistorios municipales se  permite, e incluso fomenta, que miles de menores se emborrachen en los parques y se extrañen luego de las consecuencias. Si no estuviésemos en un país de mierda, con perdón, donde las leyes no se aplican, se depurarían responsabilidades. Un país donde todavía no sabemos en qué consiste la democracia; donde la separación entre los tres –cuatro- poderes no existe; donde no se toman decisiones; donde la policía o no obliga o no le dejan que obligue a cumplir las leyes y las ordenanzas democráticamente aprobadas y los sábados por la noche no saben no contestan. Y, por supuesto, donde nadie dimite. Porque en un auténtico Estado de Derecho estas cosas se pueden evitar. Ya lo dijo Juvenal: panem et circenses.

Llevamos un capítulo ya narrado y Gallardón apenas ha aparecido. Un poco de paciencia, que ya llegamos. Parques como el Campo Grande, adaptados a su clima y entorno, vergeles dentro de la ciudad, en España hay pocos. Y son todos centenarios. Eso nos demuestra que modernidad y buen hacer no son términos equivalentes. Nos indica como el urbanismo, tristemente, en su versión vegetal y artística, dejó de existir en España hace mucho tiempo. Que los profesionales de antaño, llámense arquitectos, urbanistas o paisajistas, tenían unos conocimientos y una capacidad infinitamente superiores a los actuales. Que aquellos alcaldes daban mil vueltas en decencia, administración y buen hacer a los de ahora.