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El fracaso de la Cumbre de Copenhague
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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El fracaso de la Cumbre de Copenhague

Acaba de terminar la cumbre de Copenhague y la codicia irresponsable de nosotros, los países ricos, no ha permitido avances significativos y menos ninguna hoja de

Acaba de terminar la cumbre de Copenhague y la codicia irresponsable de nosotros, los países ricos, no ha permitido avances significativos y menos ninguna hoja de ruta que nos guíe. El llamémosle acuerdo alcanzado ha dejado fuera de juego a la Unión Europea evidenciando lo poco que pinta. Aunque la Cumbre ha estado dedicada al cambio climático y a los problemas que se avecinan por su causa, sus soluciones cuando lleguen, parece que no es el momento, estarán ligadas a la búsqueda de un desarrollo sostenible que desactive la burbuja energética y medioambiental en la que estamos inmersos, incluyendo en ella el aumento incontrolado de las emisiones. Y parece que, como con cualquier burbuja financiera o inmobiliaria, no nos daremos por aludidos hasta que haya explotado.

Mientras tanto, Pareto tiene buenos motivos para celebrarlo. Su famoso y casi universal principio sigue estando de actualidad: el 20% de la población mundial consume el 80 % de sus recursos y el 60 % de la energía primaria. Entre el año 2000 y el año 2008, el consumo mundial de energía ha aumentado un 22 %. Necesitamos ya casi planeta y medio para mantener el nivel de vida actual en los países desarrollados. Y pronto necesitaremos más de dos si los países en vías de desarrollo nos alcanzan. Pero tenemos tan solo un único planeta para surtirnos a todos y ya está muy maltrecho el pobre. No hay recambio. Con lo que antes o después pagaremos las consecuencias. ¿Qué podemos hacer?

Ya está bien de debates absurdos.

Seguir centrándonos únicamente en el ya obsoleto debate de si el cambio climático es antropogénico, debido únicamente a la naturaleza siempre cazurra o provocado por el sursum corda para justificar la inacción, es inmoral y suicida. Lo único constatable es que nuestra civilización se encuentra en una encrucijada. Ninguna burbuja es infinita. El “laisser faire” del que gozamos acabará destruyendo nuestra opulenta civilización. Tenemos muchos retos por delante para conseguir que el tinglado consumista, basado en el uso ilimitado de unos recursos finitos, no nos destruya. El problema es puramente económico: el modelo de crecimiento económico de los últimos doscientos años, basado en el consumo indiscriminado de energías fósiles y la contaminación desmedida, sin valorar ni tener en consideración las consecuencias, llámense emisiones, contaminación o pobreza para los que no participan de nuestro festín, ya no nos sirve. Necesitamos cambiar el patrón de crecimiento.

La solución está en el libre mercado…

Por otro lado, y unido a todo lo anterior, adoramos el libre mercado. Pero a menudo es una falacia. Libre mercado en productos agrícolas no existe. Son sus propios apóstoles los que, hipócritamente, lo están impidiendo. Eso está provocando que muchos países pobres no puedan salir de la miseria ni despegar. Adoramos el libre mercado pero China tiene una moneda unida de facto al dólar a través de la compra masiva de la divisa americana por parte de los chinos que distorsiona el cambio, haciendo sus productos artificialmente más competitivos. Adoramos el libre comercio pero la economía de muchos países, no digamos el nuestro, está dominada por oligopolios que mientras predican y financian a todos esos gurús libremercadistas hacen justo todo lo contrario, forrándose gracias a los mercados sibilinamente protegidos que ellos controlan; preocupándose a través de múltiples lobbies de que las cosas sigan igual. Predican una liberalización económica total en aquellos negocios en los que estructuralmente no es posible, para manipular los precios, mientras que lloran por subvenciones o privilegios porque son incapaces de gestionar nada cuando operan en un mercado realmente libre. Reniegan de la regulación cuando ha sido la incompetencia y la falta de controles la que ha mandado al sistema financiero mundial a hacer puñetas. Consideran una herejía el control de los bonus de los banqueros, único sector donde se premia al malo, sin darse cuenta que un banco es un ente especial que opera gracias a una licencia administrativa que le permite tomar prestado dinero y apalancarse como ninguna otra empresa puede hacerlo; que esa licencia no se la dan a cualquiera y que por lo tanto no funcionan bajo un régimen de libertad de mercado. Que en un mundo empresarial “normal” un banco no sobreviviría ni cinco minutos si desapareciesen sus privilegios. Instituciones irresponsables que han enviado a miles de PYMES, durante este año que acaba, a los infiernos por haber dedicado los fondos que deberían haber prestado al mundo productivo a apuntalar ladrillos corruptos y ociosos. Que retrasarán nuestra salida de la crisis.

… libre de hipocresía.

Para crear un nuevo modelo económico lo primero que hay que hacer es eliminar toda esa hipocresía. Liberalizar cuando sea posible y regular cuando no lo sea. Un centrismo económico, según proclamaba Samuelson, que se olvide de las propuestas económicas escuelistas e ideologizadas de los que en su vida han gestionado nada decentemente o de los que desconocen el funcionamiento del mundo real.

Necesitamos reformar el modelo económico…

La próxima revolución deberá cambiar el caduco modelo de crecimiento económico actual, ya con dos siglos de antigüedad, por otro más coherente que nuestro planeta pueda soportar. Más humano, más pausado y que sea capaz de desinflar la burbuja en la que estamos inmersos. Que nos aleje, en definitiva, del muro.

…con medidas innovadoras…

Deberá fomentar algo más que políticas coercitivas como el control por decreto de las emisiones como proclama el fallido Protocolo de Kyoto. Promover políticas activas que permitan que sea la propia sociedad, a través de la concienciación y de las pequeñas decisiones diarias de cada uno de nosotros, fomentadas con propuestas diferentes, valientes e innovadoras, la que convierta este planeta en un lugar más habitable. Con nuevas estrategias fiscales o contables. Con un nuevo marco legal algún día internacional que, mediante una información y una transparencia máxima, permitan al consumidor, el causante de los males actuales, poder elegir libremente, a igualdad de precio, aquellos productos y servicios menos dañinos para la naturaleza, para la salud y para el medio ambiente. Que puedan ser capaces de escoger entre aquellos cuyo mayor valor añadido sea, precisamente, el haber sido elaborados sin dañar el entorno. Que se valore el coste de contaminar y de destruir el planeta de tal forma que si, a pesar de conocerlo, alguno todavía desease seguir haciéndolo, lo pagase justamente. Políticas que en definitiva ayuden a moderar el tan temido incremento de las temperaturas según el consenso de la mayoría de los científicos y a reducir las emisiones. La UE tiene mucho que decir al respecto haciendo valer su peso económico mediante políticas vanguardistas, aunque no agraden al resto. Deberá ser capaz de liderar el futuro a pesar de EE.UU. y de China.

…que hagan de este planeta un lugar mejor.

Llega la Navidad. Para algunos tiene algún sentido religioso. Para otros no deja de ser una continuación de las saturnales romanas y de antiguas tradiciones babilónicas. Es época de fiesta y reencuentro con la familia y los amigos. También para la reflexión. Mientras que nosotros podremos seguir consumiendo y contaminando alegremente estos días, una buena parte de la Humanidad no tendrá nada que celebrar. Tan solo continuará sufriendo las consecuencias de nuestro bienestar.

Feliz Navidad. Nos volveremos a reencontrar el próximo año.

Acaba de terminar la cumbre de Copenhague y la codicia irresponsable de nosotros, los países ricos, no ha permitido avances significativos y menos ninguna hoja de ruta que nos guíe. El llamémosle acuerdo alcanzado ha dejado fuera de juego a la Unión Europea evidenciando lo poco que pinta. Aunque la Cumbre ha estado dedicada al cambio climático y a los problemas que se avecinan por su causa, sus soluciones cuando lleguen, parece que no es el momento, estarán ligadas a la búsqueda de un desarrollo sostenible que desactive la burbuja energética y medioambiental en la que estamos inmersos, incluyendo en ella el aumento incontrolado de las emisiones. Y parece que, como con cualquier burbuja financiera o inmobiliaria, no nos daremos por aludidos hasta que haya explotado.