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La mayor asesina de la historia
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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La mayor asesina de la historia

La mayor asesina en serie de la historia se llama Doña Sequía. Habita el planeta Tierra y es itinerante y caprichosa, voluble y pendenciera. Aparece cuando

La mayor asesina en serie de la historia se llama Doña Sequía. Habita el planeta Tierra y es itinerante y caprichosa, voluble y pendenciera. Aparece cuando menos se la espera y cuando se marcha, lo hace dejando a menudo escombros y desolación a sus espaldas. Escombros porque más de una civilización ha desaparecido y más de una ciudad fue abandonada por su culpa. Desolación porque donde antaño hubo una cultura floreciente no quedaron más que poblaciones dispersas y pobres que perdieron todo vestigio de civilización pasada. Doña Sequía se pasa el cambio climático por el arco del triunfo y le da lo mismo que sea de origen antropogénico o divino. Doña Sequía, en fin, ha matado de hambre desde el inicio de los tiempos, durante sus correrías, a millones de personas. Y aún hoy lo sigue haciendo, año tras año, aunque no lo queramos ver.

Son numerosos los casos de ciudades abandonadas y de civilizaciones desaparecidas, por culpa de Soña Sequía, en todos los continentes. La cultura Maya y Angkor Wat, civilizaciones que una vez fueron espléndidas, son algunas de ellas. A ambas les perdió la soberbia y la autocomplacencia. Pensaban que con su tecnología y las ofrendas a los dioses serían capaces de sobrevivir eternamente a las burradas ecológicas y a sus inesperadas visitas. Lo hicieron únicamente aquellas que tuvieron la flexibilidad suficiente como para adaptarse al siempre continuo cambio climático y a entornos a menudo hostiles. Aquellas que respetaron la naturaleza que les rodeaba y que supieron aprovechar sus dones con inteligencia. La Civilización Occidental, la nuestra, de momento, no está entre ellas. 

Un continuo cambio climático…

Durante los últimos dos mil años el clima no ha dejado de cambiar. Ha habido dos épocas más significativas denominadas Período Cálido Medieval, entre los años 800 y 1300 de nuestra era; y la Pequeña Edad de Hielo, que comenzó cuando acabó el período anterior para finalizar en el siglo XIX. Se despidió dejando entre 1896 y 1899 una hambruna tremenda en la India, causada por Doña Sequía, que dejó en sus calles dos millones de muertos y que fue agravada por la incompetencia –el virrey de la época se comportó de manera no muy diferente a como lo está haciendo hoy nuestro venerado líder y guía carismático, el Sr. Rodríguez- y los abusos del Imperio Británico, ya denunciados por los cronicones de la época, a pesar de no ser digitales.

Aunque los científicos no se acaban de poner de acuerdo, lo cual por otra parte es normal –el estudio del clima es una de las ciencias más complejas y difíciles que existen y eso es lo que hace que más de uno modele e interprete los datos de acuerdo con su ideología o sus intereses, sin importarle la verdad, cualquiera que sea esta-, parece que el siglo XX ha sido especialmente estable y benigno comparado con etapas anteriores. Y que ahora han comenzado temporadas de eventos más extremos: huracanes más frecuentes o intensos; sequías más prolongadas en algunos lugares junto con lluvias torrenciales en otros; o fenómenos que aunque no son nuevos serán, o están ya siendo, más acusados, como el deshielo de glaciares o el del Océano ex-Polar Artico.

…que cambia y cambia…

Y si lo del calentamiento global se materializa, tal como predicen la mayoría de los científicos, abróchense los cinturones. La mayor asesina de la historia se ensañará todavía más que en el pasado. Pasado del que afortunadamente los investigadores están descubriendo cada vez más indicios que nos podrán ayudar a iluminar el futuro, si nuestra dura mollera es capaz de asimilar algo. Afirman algunos autores que aunque el aumento medio de las temperaturas durante el Periodo Cálido Medieval ni siquiera llegó al grado centígrado de media, las sequías que se produjeron fueron catastróficas para millones de personas, en muchos lugares del planeta. Mientras, la egocéntrica Europa disfrutaba de un clima más clemente que permitió que las cosechas y la población aumentasen y que Inglaterra o Dinamarca, por ejemplo, exportaran vino, tal como ocurrirá, dentro de poco, otra vez.

Ahora hablan los científicos de un incremento de al menos 2ºC para los próximos decenios y que Doña Sequía será la estrella del “reality” que se avecina. Para evitar que se materialicen las profecías podemos hacer dos cosas: invocar a los dioses y realizar sacrificios humanos tal como hacían los mayas, lo cual no evitó su desaparición; o tomarmos en serio el tema y empezamos a tomar medidas.

Medidas como reducir las emisiones, que de paso permitirán que la contaminación disminuya –los milagros en ingeniería no suelen existir: las mismas chimeneas o tubos de escape que emiten CO2, cualquiera se sea su efecto sobre el clima, tienen la manía de contaminar, a pesar de los avances más recientes en filtrado y tratamiento de gases-. Medidas como reducir el derroche energético promoviendo un uso racional y una mayor eficiencia. Como conservar y cuidar los menguantes ecosistemas y los acuíferos que mañana serán todavía más necesarios. Medidas como plantearnos de una vez un urbanismo racional y humano que permita, además de eliminar la enfermiza dependencia del coche, frenar el hormigonado innecesario de fértiles tierras de cultivo o la roturación de bosques que en un futuro no muy lejano serán vitales para nuestra supervivencia; un futuro donde los rendimientos agrícolas decrecerán por culpa de Doña Sequía –no nos olvidemos que la famosa revolución verde que apuntilló a Malthus en los años sesenta fue una revolución fósil, alimentada con petróleo y regada con pozos o ríos hoy ya sobre explotados-. Medidas que de paso contribuirán a detener la muy preocupante sexta extinción de animales y plantas en la que estamos inmersos.

Acciones todas ellas que, de eso estoy seguro, permitirán aumentar nuestra calidad de vida y nuestra felicidad y que harán que podamos volver a considerarnos una especie medianamente racional, alejándonos del muro.

…y que nos acabará dejando fuera de juego

Aunque nadie puede garantizar nada con total seguridad, como nada en esta vida, las consecuencias de continuar con nuestra indolencia, con nuestro egoísmo y nuestra codicia irracional serán catastróficas. Si las amenazas se materializan y nos pillan sin haber hecho los deberes, probablemente será ya tarde para tomar medidas y nuestra civilización se acabará disolviendo como otras muchas, igual de vanidosas y arrogantes, en el pasado.

¿Qué podría pasar? No hay que mirar muy lejos para encontrar ejemplos de en que se puede convertir el orgulloso mundo rico si entre todos lo acabamos desestabilizando: ¿un gigantesco Irak, Afganistán, Palestina, Corea del Norte, Cuba, muchos países de Africa,…? ¿Inmigraciones masivas? ¿Violencia por parte de los cientos o miles de millones de persona que, desesperados, ya no tendrán nada que perder, mientras contemplan por la tele la inalcanzable obscenidad de los más privilegiados? Escojan ustedes. ¿Merece la pena correr el riesgo?

La mayor asesina en serie de la historia se llama Doña Sequía. Habita el planeta Tierra y es itinerante y caprichosa, voluble y pendenciera. Aparece cuando menos se la espera y cuando se marcha, lo hace dejando a menudo escombros y desolación a sus espaldas. Escombros porque más de una civilización ha desaparecido y más de una ciudad fue abandonada por su culpa. Desolación porque donde antaño hubo una cultura floreciente no quedaron más que poblaciones dispersas y pobres que perdieron todo vestigio de civilización pasada. Doña Sequía se pasa el cambio climático por el arco del triunfo y le da lo mismo que sea de origen antropogénico o divino. Doña Sequía, en fin, ha matado de hambre desde el inicio de los tiempos, durante sus correrías, a millones de personas. Y aún hoy lo sigue haciendo, año tras año, aunque no lo queramos ver.