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Cuando China despierte, el mundo temblará
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Cuando China despierte, el mundo temblará

Lo dijo un tal Napoleón Bonaparte, conocido isleño corso, que se dedicó a dar por saco y a arrasar Europa hace dos siglos. Parece que no

Lo dijo un tal Napoleón Bonaparte, conocido isleño corso, que se dedicó a dar por saco y a arrasar Europa hace dos siglos. Parece que no andaba muy desencaminado el pollo.

Unas economías mal llamadas emergentes que llevan ahí toda la vida

Son 1.300 millones de chinos deseando copiar lo peor de la civilización occidental: la codicia y el derroche. Desdeñando las virtudes de su propia cultura. Algo imposible. El planeta no lo admite. A no ser que el mundo rico: Europa, Norteamérica y Japón, entre otros, reduzcan drásticamente su consumo energético y de los demás recursos, para dejar hueco.

Y ni con eso. El mundo desarrollado actual no es más populoso que toda la población china junta. Pero consume cerca de las tres cuartas partes de lo que produce el planeta, emitiendo la misma proporción de basura. El grupo de países mal llamados avanzados utilizan, ellos solos, más recursos de los que la Tierra dispone. Con lo que si todos aquellos que aspiran a conseguir nuestro nivel de vida, como India o Brasil además de China, lo consiguen, aunque sea a medias, acabaremos este siglo envueltos en graves conflictos.

Se les llama emergentes, como si hasta ahora hubiesen estado sumergidos. Sin embargo, todos  contaban con fantásticas culturas propias originales, comunismos asesinos y otras brutales dictaduras aparte. Y no necesitaban copiar las malas prácticas occidentales.

Una ciencia económica occidental superior

Hasta que lo hicieron. El submundo académico de la economía autodenominado científico, esclavo de un obsoleto mecanicismo estático, se olvida que v = s/t (velocidad = espacio / tiempo). Oculta sistemáticamente el denominador. No tiene en cuenta que cuantos más recursos no renovables utilicemos, o mayor presión metamos al planeta, menos tiempo quedará hasta que éstos se agoten o la Tierra se rebele. Sus adeptos lo denominan externalidades, porque no tienen un valor de cambio. Para fumarse un puro a continuación, después de tan brillante alegato científico, que liquida así la, para ellos, intrascendente cuestión. Puro rigor injustamente nobelado (con b). 

En economía neoclásica t = 0 o tiene un valor infinitesimal (unas pocas decenas de años como mucho). Con lo que la velocidad v para un espacio cerrado y limitado, s, puede llegar a ser infinita (*). Da igual a qué velocidad se consuman los recursos ya que, para los seguidores de tal corriente, son siempre ilimitados. Para ellos es una simple cuestión de precio: de adaptar la oferta a la demanda puntual, aunque la primera pueda ser algún día cero, con lo que llegará un momento en que la segunda no se satisfará. Sus adeptos parece que desconocen la noción matemática de límite. Se autodefine tal rama reduccionista de la economía como la ciencia de lo escaso, paradójica ironía, porque no considera lo realmente finito. Y así nos va a ir con tales arreos intelectuales dominando todavía el paisaje y el paisanaje económico erudito.

Porque aunque siga la ortodoxia sin quererse enterar, todo lo relacionado con la energía y los recursos que nos proporciona la naturaleza, la basura producida, así como los abusos que cometemos en ella, deberán ser temas centrales en la economía de este siglo. Si no, esta disciplina caerá en la irrelevancia.

Un planeta al límite

A día de hoy se necesiten 1,44 planetas Tierra para mantener el nivel de vida de una minoría. Lo único que indica el dato es que hemos sobrepasado el umbral de sostenibilidad, esa manida palabra: la capacidad de la Tierra para soportar a la humanidad. El concepto es muy discutible, más cualitativo que cuantitativo. Podría dar lugar a múltiples disquisiciones desde el momento en que los recursos no renovables utilizados ya no volverán y la sustitución infinita proclamada por la economía estándar es imposible, logística solar interplanetaria o milagrosa transmutación de la materia aparte.

Significa que si los países asiáticos se incorporan al nivel de vida occidental, es decir, si añadimos dos o tres mil millones de consumidores compulsivos a los actuales, aunque sigamos dejando en la penuria al resto, colapsaremos pronto. Porque necesitaríamos el equivalente a los recursos de otros tres o cuatro planetas como el nuestro. Simplemente, es imposible que la vaca dé leche para todos, al menos durante unos pocos milenios, si no diseñamos otro modelo económico más coherente y racional.

Y así, como parece que por aquí cerca no hay muchos más planetas tan bellamente habilitados como el que nos alberga, que permitan alejarnos del muro, seguimos aumentando la velocidad con la que nos estrellaremos contra él.

Unos conflictos avistados por proa

Estamos en una encrucijada, salvo que en unos años ocurra algún milagro inesperado, diez y siete nacioncitas y los estúpidos problemas existenciales de alguna, aparte.

En efecto, las naciones mal llamadas emergentes están copiando los absurdos vicios de las desarrolladas: ese american way of life que incluye casa con aire acondicionado, oficina energéticamente ineficiente debido a una arquitectura aberrante o coche con desplazamiento diario en atasco permanente. En definitiva, un sistema de vida que incentiva un consumo siempre insaciable, ergo más gasto energético para poder contaminar mejor. Sin darnos cuenta que eso no nos hace más felices. Y dudo que lo vaya a hacer a la mayoría de los aspirantes a nuevos ricos.

Y China despertando

Durante los últimos años China, por poner el ejemplo más elocuente, ha pasado de tener ciudades que durante milenios han satisfecho razonablemente las necesidades de sus gentes, a promover auténticas locuras urbanísticas, con las graves consecuencias medioambientales que ya padecen. Salvajadas no muy diferentes de las perpetradas en las ciudades españolas durante el último medio siglo. Llámense Shangai o Pekín, Valencia o Madrid. Pero, sobre todo, esa línea de costa, vergüenza de unas cuantas nacioncitas y de todo un país.

No olvidemos que, hasta el siglo XVIII, China era el lugar más rico y avanzado con un nivel de vida más que aceptable, para los niveles de la época e incluso los actuales. Si leen el Libro de la Maravillas de Marco Polo y otras muchas crónicas entenderán por qué asombró a los europeos con sus relatos. Toda esa sabiduría china ha sido desechada y despreciada durante los dos últimos siglos, por propia iniciativa. Aunque también asistidos por los occidentales con episodios tan lamentables como las tristemente célebres Guerras del Opio, promovidas por la civilizada Inglaterra, a mediados del siglo XIX.

Y hoy, año 2010, los chinos han preferido olvidarse de su pasado más esplendoroso y echarse en brazos de un sistema inviable que se ha introducido en su subconsciente a través de los televisores y la publicidad más obscena. Una nueva forma de vida, olvidando la suya ancestral, que jamás podrán alcanzar más que unos pocos. Porque la vaca no puede dar leche para tantos. Como aquí en la época de Franco, su sistema político, todavía una dictadura, cuenta para su propia supervivencia con continuar implantándolo. Con lo que la inestabilidad y el conflicto, interno y externo, están servidos.

Temblemos

Una cosa es alcanzar un nivel de vida digno dentro de las posibilidades del planeta. Y otra muy distinta es intentar conseguirlo a base de necesidades superfluas, para seguir degradándolo hasta la extenuación.

Como decía no sé quién, podemos vivir algunos unos cuantos años, pocos decenios, en la abundancia más indecente e impúdica. O pueden vivir todos, unos miles de años más, en una razonable y feliz mediocridad.

China ha despertado. La tolerancia planetaria se termina. Temblemos.

(*) s es unidireccional. En realidad la fórmula debería ser del tipo v = m/t = ro x V/t siendo v la velocidad media, en kg/s, con la que se utilizan recursos no renovables; m la masa; ro la densidad media de esos recursos; V su volumen; y t la incómoda variable tiempo. Todo es mucho más complejo desde el momento en que hay que distinguir entre energía y materiales; descontar el material reciclado; y, por supuesto, la energía utilizada y la basura producida durante el proceso. Además, habría que valorar previamente, para poder salvar algo de la ciencia económica ortodoxa en su estado actual, el stock total de los recursos no renovables, cosa harto difícil. Introducirlos como inventarios en los sistemas contables al uso. Y apropiarlos, aunque sea virtualmente, para contentar a Walras, aunque desgraciadamente no sean multiplicables. O mejor aún, modificar los dogmas vigentes haciendo evolucionar la estancada ciencia, para evitar tanto artificio, que sería lo más sensato y útil. A elección de cada cual.

Lo dijo un tal Napoleón Bonaparte, conocido isleño corso, que se dedicó a dar por saco y a arrasar Europa hace dos siglos. Parece que no andaba muy desencaminado el pollo.