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Una cuchufleta llamada economía (II)
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Una cuchufleta llamada economía (II)

Hoy toca hacer caer de un burro a la segunda propiedad de lo económico: la valoración. Y es que para tan elaborada ciencia lo que no

Hoy toca hacer caer de un burro a la segunda propiedad de lo económico: la valoración. Y es que para tan elaborada ciencia lo que no se valora, aunque haya sido apropiado, no existe. Y así seguimos. Acumulando mierda en el planeta (con perdón). Gratis y a velocidad de vértigo. Es decir, acatando escrupulosamente, aunque sus sabios ni lo intuyan, la segunda ley de la termodinámica. Y, de paso, cargándonos lo bueno y hermoso que la Tierra contiene.

Un sistema económico que se desentiende del tufo de sus excrementos…

Mientras que por un lado entran en el proceso económico unas despreciadas externalidades en forma de materia o energía, la para él inexistente segunda ley proclama que los excrementos, consecuencia de cualquier actividad económica, deberán salir por otro. Lo harán a la vez que la entropía se incrementa. Porque el reciclado integral es imposible. Y los desechos, inevitables.

Con lo que esta civilización fatal, que exige un crecimiento económico continuo y permanente para poder sobrevivir, estará condenada a acumular, por los siglos de los siglos, porquería en el planeta. Hasta desbordarlo. Algo absurdo e imposible. Parafraseando la célebre sentencia dedicada a George Bush padre: es la física, idiota.

Igual que la materia y la energía, la basura y la perfidia generadas por una actividad económica descontrolada y sin rumbo son también intrascendentales externalidades que una ortodoxia económica autista no valora y apenas contempla. Las dañinas consecuencias que provocan a otros, inocentes perjudicados de tanto derroche, salen gratis a los beneficiarios de cualquier producto o servicio: bien sea de la contaminación o las emisiones, de la pérdida de biodiversidad o del deterioro de la capa superficial terrestre. Y cualquier otro efecto secundario producido por un sistema económico incorrecto en su diseño y ciego con lo que no interesa ver.

Desechos que provocan a su vez múltiples males que tampoco son valorados ni tenidos en consideración. Como enfermedades pulmonares o de cualquier otro tipo producidas por un exceso de polución o de contaminación química; los posibles efectos para poblaciones y cosechas del cambio climático de origen antropogénico, una vez se materialice, si no lo está haciendo ya; las pérdidas económicas provocadas al prójimo a causa de una industria irrespetuosa con la naturaleza; o los debidos a los excesos de los regadíos, causados a los que viven aguas abajo; la extracción irresponsable de mineral que un día dejará a los habitantes del Avatar indio en la miseria, cuando ya no haya mina, pero tampoco frondosa montaña que pueda seguir albergando ni proporcionando alimento. Pero, también, el hambre y la sed a los excluidos de esta orgía; la pobreza y las enfermedades a los que tuvieron la desgracia de nacer en países equivocados; o la guerra por los recursos, en muchos lugares.

Los perjuicios ocasionados afectan sin ninguna distinción de clase o de posibles. No hay más que mirar a nuestro alrededor y reflexionar un instante. Ya que todos sufren sus consecuencias. En mayor o menor medida. Desde el alérgico al asmático, pasando por el impotente o el glotón. Aunque solo los que viven en una opulenta sociedad de consumo disfrutan de los beneficios. Los menesterosos por nuestra culpa, los que habitan fuera de los países hilarantemente denominados avanzados, son los que sufren las peores maldades causadas por su opulencia. Efectos de momento leves para unos pocos afortunados; dramáticos para multitud; mortales para demasiados.

…y que no valora la porquería

Mientras no se valore y se ponga precio a los residuos y los daños colaterales que provoca la actividad económica; para poder paliar sus efectos nocivos. Mientras no se obligue a que cada palo aguante su vela y remedie los desaguisados creados por su propia actividad, imputando lo que hoy no se valora; para que los consumidores paguen de una vez por todas un precio justo, sin descuentos insolidarios, por su sagrado bienestar. Mientras no se jubilen las malditas externalidades; para que pasen a ser asuntos internos e integrantes de una ciencia económica todavía por elaborar, realmente científica y adecuada a los retos y desafíos a los que la humanidad se enfrenta. Mientras no se mida la eficiencia económica en términos de menor incremento de la entropía y no solo de máxima utilidad marginal; para poder legar a nuestros nietos algo más que mierda.

En definitiva, mientras no se incorporen la materia y la energía, la contaminación y la porquería, como miembros de pleno derecho al proceso económico. Aunque fastidie a alguno tener que dinamitar un armazón teórico tan elegante como simple en su concepción y nefasto en su aplicación, fruto de más de doscientos años de fallidas disquisiciones. Para que la ciencia económica deje de hundirse en el pozo de la irrelevancia. Y para que no acabe, antes o después, espachurrada contra un muro cimentado con exquisitas necedades científicas. Y nosotros con ella.

Muro que se ha convertido en la metáfora del de momento, mientras esta sociedad insensible y egoísta no encauce constructivamente a la baja la tremendamente entrópica actividad económica actual, siniestro destino. 

Es decir, mientras la comunidad científica económica, y los ciudadanos con ella, sigan ignorando los consejos y enunciados de la segunda ley de la termodinámica.

N.B.: Ruego disculpen los castos y puros oídos de sensibles y académicos el uso del muy adecuado aunque poco científico vocablo mierda, francamente didáctico a pesar de su malsonancia. Término que espero humildemente permita a algún recalcitrante aclarar conceptos. Ya que es otra metáfora bastante elocuente a la hora de definir cualquiera de los múltiples subproductos producidos por una actividad económica que hace tiempo descarriló, según los postulados físicos mencionados.

Hoy toca hacer caer de un burro a la segunda propiedad de lo económico: la valoración. Y es que para tan elaborada ciencia lo que no se valora, aunque haya sido apropiado, no existe. Y así seguimos. Acumulando mierda en el planeta (con perdón). Gratis y a velocidad de vértigo. Es decir, acatando escrupulosamente, aunque sus sabios ni lo intuyan, la segunda ley de la termodinámica. Y, de paso, cargándonos lo bueno y hermoso que la Tierra contiene.