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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Apocalipsis en las profundidades

El otro día apelábamos al Santísimo para que nos protegiera de nosotros mismos. A causa de la acidificación del agua de mar debida a las emisiones

El otro día apelábamos al Santísimo para que nos protegiera de nosotros mismos. A causa de la acidificación del agua de mar debida a las emisiones de CO2. Porque la total desaparición de corales y otros animales con caparazón será catastrófica y letal si finalmente se materializa. La capacidad de renovación de los mares se resentirá gravemente. Ya que los riquísimos ecosistemas coralinos albergan una diversidad de vida, apabullante y hermosa, que desaparecerá con ellos.

Los arrecifes de coral, animales únicos e indispensables para la vida submarina, son lugares de puesta, de cría y alimentación, para una increíble cuarta parte de las especies que surcan los océanos. Si las investigaciones en curso lo certifican, quedarán huérfanas de hogar y refugio. Lo que afectará a la cadena trófica en su conjunto. Que impedirá a los seres en el otro extremo crecer, reproducirse, alimentarse. Primero a las especies marinas superiores. Más tarde, a la humana, que se alimenta de tales bendiciones. Ostras y mejillones, por ejemplo, quedarán desnudos de caparazones. Y de vida.

Fenómenos tangibles y valorables…

La acidificación de los océanos y sus variaciones de temperatura, junto con el agotamiento de las pesquerías en ciernes, están contribuyendo a reducir salvajemente la vida en todos los mares y océanos de la Tierra. Belleza irrecuperable que los convertirá en desolados desiertos marinos. Exuberancia menguante que provocará la disminución del turismo. Pero, también, el fin de la protección de costas y fondos. Habrá islas que desaparecerán. Otras se volverán inhabitables. Cientos de millones de personas se verán directamente afectadas. Las migraciones se incrementarán. Las hambrunas serán endémicas. Las pérdidas económicas, cuantiosas. Pasará factura, por fin, a los países ricos.

Para completar cuadro tan halagüeño, otras muchas criaturas oceánicas no podrán adaptarse inmediatamente a la nueva composición del agua. La naturaleza necesita siempre tiempo y paciencia. Es su única arma contra aquellos que la agreden. Lo que acelerará el círculo vicioso que hemos desatado.

A largo plazo no hay ningún problema. La vida volverá a bullir. Los océanos se regenerarán. Hallarán su nuevo equilibrio, otra vez exuberante y multicolor, diferente al actual. Será dentro de unos cuantos millones de años. Nosotros no estaremos allí para contarlo. No tenemos tanto tiempo. Lo habremos malgastado. Derrochado con nuestra codicia e inconsciencia. Si un meteorito, antes, no nos ahorra trago tan indigesto.

…cuyas consecuencias nuestros nietos pagarán a escote…

El drama no (sólo) es que varíe el clima o la composición y temperatura de los siete mares y alguno más. La tragedia es que está ocurriendo muy rápidamente. A pesar de que las masas de agua oceánica son como un inmenso condensador que ralentiza cualquier fenómeno. Aguantando lo que le echen. Hasta que un buen día diga basta y nos devuelva con creces tanta irresponsabilidad acumulada. Y es que tan sólo se han necesitado unas docenas de años para lo que en condiciones normales pasaría a lo largo de cientos de miles o millones de años de paciente labor natural. Con lo que podríamos acabar rompiendo el equilibrio de los océanos. Y, por lo tanto, de la Tierra.

Las consecuencias de nuestros actos serán dramáticas para el futuro de la humanidad. Unas terribles. Las más, imprevisibles. Nos adaptaremos. Pero muchos se quedarán por el camino. Porque Darwin se arremangará y pegará un puñetazo en la mesa. Tomará las acciones necesarias para cortar los humos a una conocida especie depredadora. Esa que habita la cúspide de la cadena trófica y alimentaria del planeta. Que está convencida de que es posible sobrevivir sin el resto de eslabones.

Especie compuesta por obtusos seres devastadores, pretendidamente inteligentes, que se empeña en apropiarse de nichos ecológicos que no le pertenecen. Y que, si persevera, se acabará llevando por delante todo lo bueno y sabroso que la Tierra y sus océanos contienen. Fantásticos dones que habremos derrochado y destruido cual langostas de corta vida que mueren y desaparecen una vez han arrasado con todo alimento que encuentran en su camino.

A cambio, nuestros nietos y sus hijos solo los podrán admirar a través de los libros de historia. De la memoria y del recuerdo. Los lamentos se propagarán por corrientes marinas huérfanas de vida, antaño efervescente y febril, y su eco reverberará en la roca desde hace no demasiado tiempo triste y desnuda. ¡Ya no quedan inquilinos!

Con paciencia y tesón, este magullado planeta azul volverá a renacer después de la terrible sexta extinción en curso, acuática y no solo terrestre. Pero al amigo Darwin le espera un duro trabajo. Arduo y penoso. Cruel y estremecedor. Pondrá las cosas en su sitio. Desaparecerán especies. Aparecerán otras. Redimensionará la nuestra. Como nosotros hicimos con tantas y tantas antes. Nos aplicará nuestra misma medicina. A lo mejor nos acabe incluyendo en la lista. Quién sabe…

… a no ser que nos pongamos las pilas y espabilemos

En estos tiempos convulsos, la inercia es el peor pecado del hombre. La falta de reacción, bien sea por vagancia, desidia, egoísmo, o debido a pedradas ideológicas paralizantes, suicida. Por ignorancia no será. ¿Solución? Detener el proceso de destrucción de vida marina en marcha. ¿Cómo? Racionalizando las pesquerías. Reduciendo las emisiones. ¿Cuánto? Hasta 350 ppm. Una utopía.

Su origen es lo de menos. Es una realidad bien física, aunque fastidie reconocerlo, proporcional al incremento de CO2. Y a la imbecilidad humana. Que afectará al estómago. Ya que, como primera derivada, pondrá en peligro nuestra capacidad para comer cada día. Y como segunda, la libertad del individuo. Cuando al mismo tiempo se desencadene la lucha feroz por los cada vez más escasos recursos. Por la energía y el agua dulce. Por la alimentación. Por la supervivencia. La toma de posiciones ya ha comenzado. Los periódicos lo anuncian cada día. La elección es nuestra.

El otro día apelábamos al Santísimo para que nos protegiera de nosotros mismos. A causa de la acidificación del agua de mar debida a las emisiones de CO2. Porque la total desaparición de corales y otros animales con caparazón será catastrófica y letal si finalmente se materializa. La capacidad de renovación de los mares se resentirá gravemente. Ya que los riquísimos ecosistemas coralinos albergan una diversidad de vida, apabullante y hermosa, que desaparecerá con ellos.