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La enseñanza de la economía según 'The Economist'
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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La enseñanza de la economía según 'The Economist'

Hace unas semanas The Economist, añejo y venerable semanario inglés especializado en economía restringida, lanzó la siguiente cuestión a un grupo de profesores prominentes del gremio:

Hace unas semanas The Economist, añejo y venerable semanario inglés especializado en economía restringida, lanzó la siguiente cuestión a un grupo de profesores prominentes del gremio: ¿cómo ha modificado la crisis la enseñanza de la economía? He aquí un resumen.

Unos sabios económicos encantados de haberse conocido…

Según el insigne Alberto Alesina, de la prestigiosa Universidad de Harvard, nada ha cambiado. El rigor teórico y empírico se mantiene. En la parte negativa, la tendencia cariñosa hacia la elegancia técnica y perfección empírica a costa de ampliar el alcance de los análisis y su realismo.

Para Laurence Kotlikoff, de la Universidad de Boston, la economía estaba coordinada para alcanzar un mal equilibrio y, de este modo, se ha instalado en él. La solución: equilibrio múltiple.

Michael Pettis, del Carnegie Endowment for International Peace, sugiere que mientras que la soltura matemática es útil, no debería constituir el corazón de la instrucción en economía. Y que ese lugar debería estar reservado para la historia económica.

Gilles Saint-Paul, del Centre for Economic Policy Research, la crisis afectará, o debería hacerlo, a la investigación de la disciplina, pero de una manera que difícilmente significará ningún cambio de paradigma. Para los estudiantes no habrá cambios importantes, quizás más dedicación a temas como las imperfecciones de los mercados de crédito.

Para Richard Baldwin, profesor de economía internacional en el Graduate Institute Switzerland el estado de la macroeconomía bien, gracias.

 

La solución para Guillermo Calvo, profesor de economía en Columbia, sería la incorporación de una asignatura sobre crisis financieras, especialmente para los estudiantes especializados en macroeconomía. La disciplina debería ser impartida por más de un profesor con el fin de cubrir todos los aspectos fundamentales y diferentes puntos de vista.

 

Tyler Cowen, profesor en la Universidad George Mason, opina que la crisis ha elevado la categoría de los generalistas de los cuales, comparado con los especialistas, hay más demanda, con el fin de examinar, interpretar y explicar los resultados a audiencias más amplias.

Y, para finalizar este repaso, Harold James, profesor de historia y asuntos internacionales en la Universidad de Princeton, piensa que hay que incidir en la historia y los incentivos microeconómicos.

Hay alguna opinión más, pero ninguna se sale de guión tan recurrente.

… para los que la economía y su enseñanza van por buen camino…

¿Y eso es todo…? Para ser expertos en enseñanza, las respuestas han sido bastante parcas y decepcionantes. Y es que estamos metidos en una crisis sistémica, pero sobre todo de valores, hasta el corvejón de la cual no sabemos cómo salir. La economía ratea y el desempleo causa estragos. Y todo lo que escuchamos son alaridos en forma de incentivos microeconómicos como esos en los que Harold James recomienda incidir; o como Paul Krugman predica hasta la extenuación desde su púlpito mediático en The New York Times. Incentivos como sea para consumir más. Grito de guerra vociferado por todos y cada uno de los gurús que nos han metido en este berenjenal, sea keynesiano o monetarista: ¡Consumid idiotas! O parafraseando a Marx (a Groucho, no la fastidiemos, mantengamos al otro en la fosa, sus días de gloria ya pasaron, afortunadamente): ¡Traed incentivos!

Aunque eso implique acabar reventando lo poco sano, biodiverso e incontaminado que todavía queda por jorobar en este planeta. O que continuemos llenando de mierda todo a nuestro alrededor. Acontecimientos que según la ciencia económica convencional son irrelevantes y sin apenas valor económico.

A pesar de todo ello, los que deben enseñar a futuros líderes e indicar el camino a seguir no se cuestionan los métodos que aplican ni la validez de las teorías que los soportan. Tampoco se preguntan dónde fallan o cómo salir del agujero más allá de la nefasta prédica que continuamente escuchamos en los medios: esos incentivos microeconómicos o estímulos monetarios y fiscales que en el mejor de los casos alivian el corto plazo, deshaciendo un entuerto inmediato para crear otro a continuación, mucho más grave y profundo, pero que jamás arreglarán ningún problema de fondo de este sistema económico inestable y, por lo tanto, obsoleto y caduco.

Profesores que se quedan tan panchos y orondos, fumándose un puro a continuación, cuando afirman que la macroeconomía bien, gracias, como afirma Richard Baldwin. O que, como mucho, hay que profundizar en la historia, como dicen otros, cosa que no seré yo el que lo discuta siempre y cuando amplíen su plazo temporal y ámbito geográfico algo más allá de las manidas crisis vecinales de los últimos doscientos años mostrando cómo las civilizaciones que nos precedieron se desplomaron y su sistema económico y (mala) utilización de los recursos influyeron. En la Isla de Pascua, la legendaria Groenlandia vikinga, la cultura Maya o Angkor-Wat, por poner algunos ejemplos conocidos.

Sublime el comentario de Alberto Alesina con su reafirmación en el rigor teórico y empírico para desdecirse a continuación criticando la “tendencia a estar demasiado encariñado con la elegancia técnica y perfección empírica conseguida a costa de aumentar su alcance y realismo”. Sus palabras lo dicen todo. Elegancia técnica que consiste (soltura matemática, lo denomina Michael Pettis) en escupir una apabullante fórmula matemática tras otra para impresionar al respetable y recolectar premios Nobel. Todo ello sin apenas base científica que sustente tamaño virtuosismo, tan solo unos estudios empíricos maravillosamente econométricos que en el mejor de los casos cubren medio siglo y pocas veces alcanzan la centuria. Insuficiente para modelizar nada que no sea extrapolable más allá de unos pocos decenios. En un entorno ideal de recursos infinitos e inacabables, en una sociedad divina y perfecta que no produce emisiones ni realiza efluvios contaminantes. Y, por lo tanto, inútiles como principios universales por su escasa validez temporal y alcance intelectual tan constreñido. ¡Cuánto esfuerzo desperdiciado!

Eso sí, generador de cátedras y sexenios. Castizo sistema creador de méritos académicos por arte de birlibirloque, por no decir palabra más gruesa que también empieza por c, yo rasco tu espalda y tú a cambio rascas la mía, que lo que puntúa es la ciencia al peso. Los resultados tangibles son otra cosa y todavía están por llegar.

El equilibrio múltiple de Kotlikoff, concebido para una ciencia económica autista, circular y cerrada, que levita despreciando el mundo físico y biológico que permite su existencia, parece que no es de este mundo tan vulgar y mundano. A lo mejor en los confines del espacio u otros universos su equilibrio sea estable y duradero, donde los recursos sean algo innecesario y la contaminación no se produzca; donde no haya rozamiento y la superconductividad gobierne; o donde no necesitemos convivir con otros seres animales o vegetales como los que hoy nos estorban.

…a pesar de tener fecha de caducidad dentro de no más de medio siglo

La economía ortodoxa dominante, como al menos reconoce algún ilustre preboste en un fugaz aunque aislado atisbo de microscópica lucidez, como el premio Nobel Stiglitz, no da para mucho más de medio siglo. Desgraciadamente, ninguna ciencia que se precie admite postulados con una escala temporal tan reducida. Las leyes físicas, químicas o biológicas son las mismas hoy que hace un millón de años, o que dentro de mil millones. El estudio y los avances realizados en los secretos del cuerpo humano, y acerca de esa mente codiciosa que últimamente derrapa tanto, servirán en la actualidad igual que dentro de mil siglos, si todavía seguimos aquí. Darwin labora hoy igual que ayer, de la misma manera que lo hará mañana, para nuestro pesar y congoja. Y las pasiones humanas son eternas, tal y como nos mostraron los griegos con tanta tragedia.

Cualquier científico de verdad al que se le pregunte por el estado de su ciencia lo primero que señalará serán los retos pendientes, sus frustraciones, el siguiente desafío que piensa abordar o que ya está acometiendo. La autocomplaciencia no forma parte del método científico ni de nadie que pretenda realizar grandes descubrimientos. Los grandes genios como Einstein o Pasteur nunca se instalaron en ella.

Sin embargo, parece que ninguno de los interpelados se plantea hacer evolucionar este negociado. Y mucho menos revolucionarlo. Gilles Saint Paul señala que no debemos esperar ningún cambio paradigmático, ningún teorema nuevo en ciernes que permita elaborar una ciencia económica universal, válida por los siglos de los siglos y en toda circunstancia, como cualquier disciplina que se precie. Con lo que todos estos eruditos se convierten, desde ahora mismo y sin remedio, en historiadores del presente. De ese corto plazo que nos abruma y acogota cada día. Porque para ellos el futuro no existe en economía, ni siquiera se lo plantean. Una deriva sin objetivos que nos acabará arrastrando a todos. ¿Adónde nos conducirá?

Hace unas semanas The Economist, añejo y venerable semanario inglés especializado en economía restringida, lanzó la siguiente cuestión a un grupo de profesores prominentes del gremio: ¿cómo ha modificado la crisis la enseñanza de la economía? He aquí un resumen.

Economía sumergida Universidad de Granada